Tres relatos. En “Juventud”, Marlow cuenta su
primera expedición a Oriente. El viaje estuvo lleno de avatares y acabó con un
incendio a bordo que dio al traste con todo aunque, efectivamente él llegara a
Oriente en unas pequeñas lanchas de salvamento que permitieron eso, salvar a la
escasa tripulación que viajaba en ese barco decrépito, al mando del no menos
decrépito capitán Beard. El barco se llamaba Judea, había estado mucho tiempo
en una dársena y, lógicamente estaba ”roñoso y lleno de polvo”. El viaje es
toda una metáfora de la iniciación a la vida en la que todo vale y sólo cuentan
los objetivos, el instinto y fuerza que mueven al individuo a conseguirlos.
Puede reflejar la reconstrucción de la experiencia personal de Conrad, aunque
ésta fuera bastante más austera que la que se plasma en el cuento, en la que el
protagonista, -Marlow-, consigue el objetivo de llegar a Oriente, aunque en el
camino haya perecido el Judea, quedando sepultado después de un tremendo
incendio en alta mar. Después, ya con cuarenta y dos años, Marlow reflexionará
sobre este viaje y recordará que en su juventud, aquel barco significó mucho
más de lo que en realidad era, un barco desvencijado que transportaba carbón
por aquellos caminos de Dios.
En
“El corazón de las tinieblas”, Marlow recordará otro viaje bien distinto, aquel
que le llevará a lo más profundo de África y del ser humano, aquel que le
pondrá en contacto con lo más salvaje, primitivo y auténtico de la jungla
africana y del individuo. Este individuo tiene un nombre, -Mr. Kurtz-, y siendo
inglés de nacimiento se adentró y perdió por aquellas selvas buscando la
satisfacción de una ambición material, -el marfil- hasta perder la razón cuando
entra en contacto con el misterio de la vida en su lado más oscuro y salvaje
("Apocalispsis Now") y convertirse en una especie de reyezuelo déspota y
miserable, temido y adorado por los indígenas y extraño ya para los hombres de
la compañía inglesa para la que trabajaba. Marlow, contratado por esta
compañía afincada en la zona, será el
encargado de guiar un barco por el río Congo, en el que adentrándose en plena
jungla y misterio recogerá a este individuo en las cataratas Stanley para que
muera ¿dignamente? fuera de todo ese mundo que prácticamente le ha hecho
perder la razón.
Este
segundo cuento resulta absolutamente críptico y, por tanto, interpretable desde
diversos puntos de vista. Narrativamente es de comprensión difícil, no resultando
clara la historia y mucho menos la del atormentado y siniestro Kurtz. Priman
las continuas reflexiones y digresiones de Marlow y la lectura se hace severa y
difícil. Queda, eso sí, la convicción de Conrad de que “la barbarie es vida,
mientras que el proceso de la propia civilización es muerte”. La seguridad de
este pensamiento lleva a Kurtz a la locura y a Marlow a la continua reflexión
en ese viaje en el que descubre la maldita herencia de la civilización. Londres
significa la luz y la civilización pero Kurtz primero y Marlow después
descubrirán que la auténtica luz no está sino en el corazón del África central
donde todo se encuentra en un estado primitivo. El viaje de Marlow no es sino
un viaje hacia la historia, hacia el origen:Ӄramos
vagabundos en una tierra prehistórica, en una tierra que tenía todo el aspecto
de pertenecer a un planeta desconocido”.
No
hay que descuidar, además, la crítica abierta de Conrad a la vil explotación
económica que el rey Leopoldo II de Bélgica llevó a cabo en el Congo a finales
del S.XIX, quien organizó un sistema que sólo podía traer como resultado la
aniquilación de un importante número de población indígena. El mismo rey que
decidió que quería sólo para él una buena porción de todas las delicias que
prometía el continente africano.
En
“En la últimas” nos presenta Conrad a un capitán de barco, llamado Whalley, que
cuenta ya con setenta años y que está por tanto en plena vejez. Físicamente es
un hombre imponente, apuesto y elegante que rebosa salud, y psicológicamente es
un hombre honrado con un acendrado sentido de la dignidad. Viudo, tiene una
hija en Australia a la que adora y por la que daría la vida. Whalley ha sufrido
un revés económico, ha perdido todo su dinero y sólo le queda el barco. Cuando
su hija le pide ayuda económica para sacar adelante a su familia, él no duda en
vender lo único que le queda para enviarle el dinero que le ha solicitado. Lo
que le sobra lo invertirá en un contrato con un naviero canalla, -Mr. Massy-, mediante
el cual trabajará como capitán durante tres años, al final de los cuales le
devolverá las quinientas libras, -todo lo que le queda-, que le presta. Cuando
pase ese tiempo, ese dinero irá íntegramente a las manos de su hija.
Ya como capitán del Sofala, -que así se llama
el barco-, irá bordeando la costa occidental de la península de Malaca (actuales
Birmania, Singapur, Tailandia...). En este tiempo conoce a Mr. Van Wyk, un
holandés productor de tabaco, que se ha establecido en la jungla y que rápidamente
sabe valorar la calidad humana de Whalley. Se harán amigos y el capitán le
cuenta su drama: se está quedando ciego y como el miserable Massy lo descubra,
rescindirá el contrato y él se quedara no sólo sin trabajo sino sin el dinero
que tan celosamente está guardando para su hija como última ayuda. Por otro
lado, sabemos que el segundo oficial del barco, -llamado Sterne-, lo ha
descubierto y está intrigando para contárselo al naviero porque quiere él
ocupar el puesto de Whalley. El viejo capitán, pues, al final de su vida tiene
que recorrer un camino duro en el que todos los que le rodean quieren
hundirle...Malos tiempos para la buena gente. El final se precipita cuando Massy
decide hundir su propio barco provocando un naufragio, para no tener que devolverle
las quinientas libras y cobrar él la póliza del seguro. Lo consigue colocando
una chaqueta, con los bolsillos repletos de trozos de hierro, al lado de la
aguja de marear, para cambiar así el rumbo del barco sin que nadie se dé
cuenta. Whalley, ciego ya, descubre el sabotaje demasiado tarde, instantes
antes de que se estrelle contra unos arrecifes. Todos saltan a una lancha y, en
el último momento, Whalley se siente abandonado por Dios. Sí, había mentido en
el contrato por su amor de padre, había engañado, y entonces toma conciencia de
que no tiene nada; acaba de perder las
quinientas libras que guardaba para que su hija pudiera ser un poco feliz; está
completamente ciego y le ha abandonado hasta su propio pasado honroso, siempre
fiel a la verdad; “su vida inmaculada se había despeñado en un abismo”. Es el
momento en que decide hundirse con el barco.
Sabremos
que, después de la investigación, Massy ha cobrado su seguro y se ha marchado a
Manila a gastárselo en su pasión: el juego. Mr. Van Wyk sabrá lo ocurrido por
el propio Sterne y conoceremos, por fin, a la hija de Whalley quien recibe una
carta de un abogado junto con otra de su propio padre en la que ambos le
comunican su muerte. Ella, agotada por una vida de miseria y privaciones,
parece no poder sentir demasiadas emociones. Final tristísimo.
El
libro en su conjunto es duro. En cualquiera de los tres cuentos hay mucho más
de lo que presenta la historia. El lector tiene la sensación de que hay mucha
metáfora escondida de la que no puede prescindir si no quiere hacer una lectura
simple. Conrad presenta una profunda reflexión sobre el ser humano, sobre la
civilización, sobre el advenimiento de nuevos tiempos y la definitiva muerte de
otros. Ante todo ello brota el pesimismo, la desconfianza en el hombre y la
evidencia de sus miserias y limitaciones.
“El protagonista cruzaba la vacía soledad de
los mares en el primer relato, se internaba en un río lleno de escollos y
meandros en el segundo, un río en el que a pesar de las orillas ya no resultaba
imposible perderse, y llegaba a la vejez para recorrer una ruta que se sabía de
memoria, pero que estaba llena de islas traicioneras y arrecifes ocultos”
(p.31 del prólogo)
Muy
recomendable.
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