domingo, 2 de abril de 2017

TENA, María, El novio chino, Fundación José M. Lara, Sevilla, 2017


   
   Dos culturas bien distintas, la oriental (China concretamente) y la occidental (española, también concretamente); dos hombres también muy distintos: el español Bruno Gracia y el chino Wen (Jhon es el nombre que adopta); dos espacios, uno presente siempre (Shanghái) en el que se desarrollan los seis meses que dura la Exposición Universal celebrada en esa ciudad en el 2010, y otro evocado (Sevilla) en el que nació y vive Bruno.

   Bruno y Wen son los dos protagonistas. Bruno es un hombre de mundo; ronda los cincuenta; es un perfecto relaciones públicas, cuida su imagen y su presencia social; tiene en Sevilla un poder mediático importante y es el Jefe de Protocolo de la Exposición Universal de Shanghái; es gay y un tanto promiscuo en sus relaciones personales. Ha huido de Sevilla dejando atrás un proceso judicial al que le ha llevado el engaño de un antiguo amante, aristócrata y señorito andaluz. Huye también de la ruina y la soledad que, inexorablemente, le esperarán a su vuelta. Wen es un joven chino de la provincia de Henan, de origen campesino y nacido en una familia tradicional en la que su madre y él sufren la brutalidad de un padre que los maltrata sistemáticamente. Con veintidós años, Wen huye de esa miseria y se marcha a Shanghái. En un principio es dulce, desvalido, asustadizo y en Shanghái está solo y a punto de morir de hambre.

   Estos dos seres tan dispares se van a encontrar de forma casual y  entre ellos va a surgir el amor en una ciudad donde el lujo y la pobreza extremas coexisten y definen escenarios llenos de contrastes. Todo será complicado pero lo que inicialmente es sólo sexo va poco a poco convirtiéndose en un sólido sentimiento. Los dos están huyendo, uno de las deudas y posiblemente de la cárcel, de la edad, de la soledad; otro, de la miseria y brutalidad seculares y también de la soledad. Protagonizan momentos intensos pero el tiempo va pasando y llega el final de la Exposición y con él, el de la historia de amor de ambos y la separación, después de que Bruno, a través de sus contactos en Shanghái, le haya buscado a Wen un buen trabajo. Bruno vuelve a España, Wen se queda en Shanghái y, transcurridos dos años, vuelven a encontrarse en Madrid, cuando Wen viene a visitarlo. El mundo de la piel y del sexo se recupera fácilmente pero se impone la realidad y el presente de uno y de otro que son ahora bien distintos de lo que fueron en la mágica Shanghái. Este presente y todo lo sucedido en estos dos años sorprenderán al lector quien sabrá hasta qué punto han cambiado sus vidas durante ese tiempo. Al final todo acaba como tiene que acabar y el final es quizá lo mejor de la novela.

   Atrapa en esta novela fundamentalmente el estilo. Todo está escrito como a ráfagas, a brochazos que saltan de unos aspectos a otros, de unos tiempos a otros. La frase es corta, la sintaxis sintética, el estilo rápido y, como dice su autora, “muestra más que explica”. No hay ningún lastre y la concisión lingüística es absoluta. Las prolepsis y analepsis son continuas y audaces y, unido esto a las omisiones, dan un ritmo rápido a la narración, aunque a veces resulta excesivo porque no siempre se entiende de quién se está hablando y, mucho más cuando el lenguaje utilizado es claramente poético, con abundantes metáforas y prosopopeyas que embellecen, sin duda, las descripciones, tanto de espacios como de estados de ánimo.

   Por otro lado, quiero resaltar la inverosimilitud en muchos momentos del argumento, es decir, hay muchas situaciones en lo que se refiere a los dos protagonistas, que son difíciles de creer. Hay, además, una cierta frivolidad en cómo se cuenta todo, sobre todo en lo que se refiere a la personalidad y forma de vida de Bruno, cuajada de tópicos en las citas de marcas de ropa y perfumes, en las descripciones de los encuentros sexuales, en el lujo que le rodea y en la miseria de Wen...

   En fin, es una novela entretenida que se lee sin dificultad pero irregular en sus logros.

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