Dos culturas bien
distintas, la oriental (China concretamente) y la occidental (española, también
concretamente); dos hombres también muy distintos: el español Bruno Gracia y el
chino Wen (Jhon es el nombre que adopta); dos espacios, uno presente siempre
(Shanghái) en el que se desarrollan los seis meses que dura la Exposición
Universal celebrada en esa ciudad en el 2010, y otro evocado (Sevilla) en el
que nació y vive Bruno.
Bruno y Wen son los dos
protagonistas. Bruno es un hombre de mundo; ronda los cincuenta; es un perfecto
relaciones públicas, cuida su imagen y su presencia social; tiene en Sevilla un
poder mediático importante y es el Jefe de Protocolo de la Exposición Universal
de Shanghái; es gay y un tanto promiscuo en sus relaciones personales. Ha huido
de Sevilla dejando atrás un proceso judicial al que le ha llevado el engaño de
un antiguo amante, aristócrata y señorito andaluz. Huye también de la ruina y
la soledad que, inexorablemente, le esperarán a su vuelta. Wen es un joven
chino de la provincia de Henan, de origen campesino y nacido en una familia
tradicional en la que su madre y él sufren la brutalidad de un padre que los
maltrata sistemáticamente. Con veintidós años, Wen huye de esa miseria y se
marcha a Shanghái. En un principio es dulce, desvalido, asustadizo y en
Shanghái está solo y a punto de morir de hambre.
Estos dos seres tan dispares se van a
encontrar de forma casual y entre ellos
va a surgir el amor en una ciudad donde el lujo y la pobreza extremas coexisten
y definen escenarios llenos de contrastes. Todo será complicado pero lo que
inicialmente es sólo sexo va poco a poco convirtiéndose en un sólido
sentimiento. Los dos están huyendo, uno de las deudas y posiblemente de la
cárcel, de la edad, de la soledad; otro, de la miseria y brutalidad seculares y
también de la soledad. Protagonizan momentos intensos pero el tiempo va pasando
y llega el final de la Exposición y con él, el de la historia de amor de ambos y
la separación, después de que Bruno, a través de sus contactos en Shanghái, le
haya buscado a Wen un buen trabajo. Bruno vuelve a España, Wen se queda en
Shanghái y, transcurridos dos años, vuelven a encontrarse en Madrid, cuando Wen
viene a visitarlo. El mundo de la piel y del sexo se recupera fácilmente pero
se impone la realidad y el presente de uno y de otro que son ahora bien
distintos de lo que fueron en la mágica Shanghái. Este presente y todo lo
sucedido en estos dos años sorprenderán al lector quien sabrá hasta qué punto
han cambiado sus vidas durante ese tiempo. Al final todo acaba como tiene que
acabar y el final es quizá lo mejor de la novela.
Atrapa en esta novela
fundamentalmente el estilo. Todo está escrito como a ráfagas, a brochazos que
saltan de unos aspectos a otros, de unos tiempos a otros. La frase es corta, la
sintaxis sintética, el estilo rápido y, como dice su autora, “muestra más que
explica”. No hay ningún lastre y la concisión lingüística es absoluta. Las
prolepsis y analepsis son continuas y audaces y, unido esto a las omisiones,
dan un ritmo rápido a la narración, aunque a veces resulta excesivo porque no
siempre se entiende de quién se está hablando y, mucho más cuando el lenguaje
utilizado es claramente poético, con abundantes metáforas y prosopopeyas que
embellecen, sin duda, las descripciones, tanto de espacios como de estados de
ánimo.
Por otro lado, quiero resaltar la
inverosimilitud en muchos momentos del argumento, es decir, hay muchas
situaciones en lo que se refiere a los dos protagonistas, que son difíciles de
creer. Hay, además, una cierta frivolidad en cómo se cuenta todo, sobre todo en
lo que se refiere a la personalidad y forma de vida de Bruno, cuajada de
tópicos en las citas de marcas de ropa y perfumes, en las descripciones de los
encuentros sexuales, en el lujo que le rodea y en la miseria de Wen...
En fin, es
una novela entretenida que se lee sin dificultad pero irregular en sus logros.
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