miércoles, 22 de febrero de 2017

DÍAZ, Junot, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, Debolsillo, Barcelona, 2012




   El propio Junot Díaz cuenta que estando un día de parranda con unos amigos y charlando sobre Oscar Wilde, él pronunció el nombre del autor inglés con su acento dominicano y lo que salió fue Oscar Wao. Así se gestó el nombre del protagonista, que en un momento dado de la novela es rebautizado así por un amigo.

   Nos encontramos con tres generaciones de una familia dominicana, Los Cabral, muy importante y prestigiosa en el Cibao (región que abarca casi todo el norte de Santo Domingo) pero caída en desgracia en tiempos del sanguinario y desequilibrado dictador Rafael Leónidas Trujillo que gobernó el país desde 1930 a 1961. De cada generación sobresale un personaje: Abelard Cabral, el padre y abuelo desconocido para las otras dos, que acabó muriendo en la cárcel aparentemente por no entregar a su hija más hermosa, y aún niña, al repulsivo dictador (hablaremos de esto más adelante); Hypatía Belicia, única superviviente de la segunda generación, que nunca conoció a su padre, que tuvo una infancia terrible y que se salvó de la miseria y de la muerte gracias a su fuerza y rebeldía y a La Inca, prima de su padre, que ejerció de madre con ella y la mandó a Estados Unidos con dieciséis años. Y, por fin, de la tercera generación nos encontramos con la compleja pero tierna Lola y, sobre todo con su hermano Óscar Wao que es, de todos los personajes, el más protagonista.

   Desde Abelard Cabral, toda la familia parece estar perseguida por la desgracia, y la novela se centra en uno de los temas recurrentes de la cultura dominicana que no es otro que la existencia del fukú. Para ellos, Santo Domingo es el kilómetro cero de este concepto y desde donde irradia hacia todo el mundo, y aquel no es otra cosa que una maldición o condena. Todos los dominicanos, sumergidos en una especie de visión mágica de la vida que tiene mucho que ver con la brujería y la superstición seculares, creen en su existencia y en que Trujillo era amigo del fukú, de modo que todos creían que a aquel que se le ocurriera simplemente pensar algo malo sobre el dictador, le caería encima durante siete generaciones. Efectivamente, todos los protagonistas de la novela, estén o no sometidos a fukú, tienen unas experiencias vitales terribles y, lo que es peor, sin ninguna expectativa de cambio. Por eso, la novela es, en este sentido, muy dura.

   El libro va alternando de una manera un tanto caótica diversos tiempos (distintas épocas del S.XX), diversos espacios (distintos pueblos de Santo Domingo y distintas ciudades del estado norteamericano de Nueva Jersey, como Paterson o Wildwood) y también distintos narradores para ir contándonos la historia de esta familia, la historia y el presente, protagonizado por Óscar Wao. Oscar es el paradigma de nerd*, término y concepto que yo desconocía por completo y que no es otra cosa que aquel individuo que hace de la ciencia-ficción su vida, que es un apasionado de los juegos de rol y del mundo de la literatura fantástica, realizada casi siempre en formato de comic. Un nerd tiene dificultades para relacionarse socialmente, es rechazado por todos los que le rodean y esa sensación de aislamiento le conducen a una autoestima y frustración constantes. En el caso de Óscar, a todo lo anterior se une la tremenda obesidad que padece que hace que cualquier mujer le rechace. Además, Óscar es sensible, generoso, ingenuo, y despierta una ternura y piedad en el lector, que presencia una existencia incomprendida  y desgraciada. Pero Óscar no se rinde y al final dará la talla de su calidad personal cuando enamorado de una prostituta, con su chulo correspondiente, esté dispuesto incluso a morir por ella, alcanzando así la categoría de héroe.
   Pero para un lector ortodoxo la novela presenta unos cuantos aspectos que complican su lectura. Vamos a hablar de ellos.
   Una novela es universal, -condición sine qua non para que podamos hablar de sus bondades-, cuando puede ser leída en casi cualquier rincón del mundo, leída y entendida. Si no es así, tendríamos que hablar de una novela localista para cuya lectura habría que manejar demasiadas claves. Pues bien, algo así ocurre con ésta porque, por ejemplo, abundan en exceso demasiadas palabras cuyo significado el lector desconoce, -si no es dominicano o, por lo menos latinoamericano-: maco, panas, brilliant, bemba, cocolos, otakunidad, bíper, gaijin, bija, jaiba, baka, yuan, melnibonean, baro, ciguas, anon...; también son demasiadas las expresiones inglesas mezcladas con castellano: latino cats; requetefokin bien; ¡can kiss my ass! ; ringwraith, slamdunk…Por seguir con cuestiones lingüísticas, tampoco comparto las continuas transgresiones de las normas del castellano: en la utilización del léxico (enamorao, pa ná); en las construcciones sintácticas: “Fue también en abril que...” o “Fue durante una de esas charlas que...”, por no hablar de queísmos, dequeísmos, laísmos. Sí, ya sé que se habla así pero me resisto a ver negro sobre blanco tamañas barbaridades.
   Hablaba de lectores ortodoxos pero para otros, más eclécticos y amantes de novedades, todo lo dicho podría significar lo contrario, esto es, la novela tendría una notable riqueza lingüística con la que Junot Díaz crea un lenguaje mestizo con mucha fuerza para la representación de la vida y con el que el autor hace confluir dos mundos, el hispano y el norteamericano y bien podría ser ésta la razón de que en 2008 se le concediera el premio Pulitzer por esta novela. Hay que decir, además, que está escrita en inglés, -no en spanglish-, y que por ello la traducción ha tenido que ser enormemente laboriosa para conseguir que la lectura  transporte a la totalidad de ese mundo social y cultural.
   Y si, como decía antes, casi hay que ser dominicano para leer este libro, además tendríamos que ser nerds porque sólo así entenderíamos las múltiples referencias a autores de literatura de ciencia-ficción: Wells, Burroughs, Howard, Alexander, Herbert, Bova, Delany, Heinlein..., así como a personajes, títulos y situaciones de sus obras que aquí aparecen continuamente.vg: “Siempre me imaginé como el Kaneda de nuestra díada pero ahora estaba haciendo de Tetsuo” o “Podía escribir en élfico, podía hablar chakobsa, podía distinguir entre un slan, un dorsai y un lensman en detalle”. En fin, reconozco no ser seguidora de este género.
   Además de todo lo señalado, añado que distraen demasiado las abundantes y larguísimas notas a pie de página, destinadas supongo a todo lector que, como es el caso, no es dominicano. Estas notas aclaran, al margen de la novela, quiénes son ese sinfín de personas que se nombran, pertenecientes a la sociedad y política de la República de Santo Domingo y que son otra prueba más del” localismo” del libro. Indudablemente son interesantes porque aportan mucha información sobre la historia reciente de la República dominicana, fundamentalmente sobre el tiempo del dictador Trujillo y, sobre todo, sobre las graves secuelas que quedaron en el pueblo dominicano, pero creo que deberían estar incorporadas literariamente al texto y no aparecer disociadas de éste.
   Dicho de otro modo, entre las consultas al diccionario, la lectura de las notas, las pesquisas sobre la literatura de género y el enfado que me asaltaba por tanto dislate lingüístico, en muchas ocasiones se me perdía la voz de los personajes que, esos sí, me han interesado de veras: Abelard por su nobleza y dignidad, Belicia por su fuerza y Óscar por su ternura e ingenuidad...Son sin duda lo mejor del libro a la vez que el retrato fantástico que hace sobre la sociedad e idiosincrasia dominicanas, que giran en torno a tres ejes: el sexo, la violencia y el machismo (tanto la insular, como la que vive en ghettos norteamericanos como éste de Paterson, en Nueva Jersey).
   Por último; Algo muy interesante. Es imposible no pensar en MarioVargas Llosa y su fantástica “La fiesta del chivo”, y lo es, no sólo por la presencia continua de Trujillo, sino porque el propio Junot Díaz bien se encarga de citarlo para mostrar su desacuerdo con aquel: “Pero vamos a ser honrados. El rap sobre La Chiquita que Trujillo Deseaba es bastante corriente en la isla. Tan común como el camarón antártico (...) Tan corriente que Mario Vargas Llosa no tuvo que hacer mucho más que abrir la boca para cogerle el gusto. Hay uno de estos cuentos de bellaco en casi todos los pueblos. Es una de esas historias fáciles porque, en esencia, lo explica todo. ¿Trujillo te robó tus cosas, tus propiedades, zumbaron a tu mamá y papá a la cárcel?Bueno, ¡es porque quería rapar a la hija hermosa de la casa!¡Y tu familia no lo dejó! La verdad es que esa vaina es perfecta. Divierte mucho leerla”.(p.247) Es evidente la crítica feroz a Vargas Llosa porque en las siguientes páginas, Junot Díaz deja claro que si Abelard cayó en desgracia y acabó en la cárcel, no fue por algo tan simple y pobre como la lujuria despótica de Trujillo (el abundante camarón que el peruano se tragó) sino por la podredumbre que se había instalado en la sociedad dominicana. Así, la visión que Vargas Llosa da de Trujillo en su novela es cuando menos tibia porque reduce a su inmoral e indecente apetito sexual todos los desmanes del dictador y sus secuaces, y omite hasta qué punto la casi totalidad de la sociedad estaba implicada y contaminada de todas las lacras del dictador.

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http://www.wordreference.com/definition/nerd

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domingo, 19 de febrero de 2017

MÉNDEZ, Alberto, “Los girasoles ciegos”, Anagrama, Barcelona, 2005.





PRIMERA DERROTA.1939. “Si el corazón pensara dejaría de latir” 

   El Capitán Alegría se ha dedicado durante los tres años de la guerra a la intendencia de las tropas alzadas contra la República. Era hijo de unos hacendados de Burgos y había estudiado Derecho. Se unió en 1936 al ejército sublevado y su guerra fue estibar, distribuir, ordenar, repartir y administrar todo lo precisó para que otros mataran. El último día de la guerra, cuando el Comité de Defensa de Madrid estaba a punto de rendirse, él escribe este último parte de intendencia: “Hecho el recuento de existencias, todo cuadra cabalmente con los estadillos adjuntos, todo menos el oficial que esto firma, que se considera a sí mismo un círculo cuadrado, un espíritu metálico, que, abominando de nuestro enemigo, no quiere sentirse responsable de su derrota. Firmado Carlos Alegría, Capitán de Intendencia...” (p.22). A continuación, el Capitán Alegría se entrega a la República. Fue tachado de imbécil por unos y de traidor y desertor por otros. Fue juzgado y condenado después de haber confesado que “los defensores de la República hubieran humillado más al ejército de Franco, rindiéndose el primer día de la guerra que, resistiendo tenazmente, porque cada muerto de esa guerra, fuera del bando que fuera, había servido sólo para glorificar al que mataba. Sin muertos, no habría gloria, y sin gloria, sólo habría derrotados” (p.15). Le llevan a un pelotón de fusilamiento pero la bala le roza “el cráneo, abriendo una profunda herida casi hasta la nuca, sin romper la calavera” (p. 31) y cuando recobró el conocimiento estaba en una fosa común rodeado y sepultado por muertos. Cuando le apresan recorre varias cárceles hasta que en una de ellas, le arrebata el fusil a un carcelero y se suicida. 

SEGUNDA DERROTA. 1940. “Manuscrito Encontrado en el olvido” 

   Una breve introducción nos cuenta cómo fue encontrado en 1940 en los Altos de Somiedo el cadáver de un hombre adulto y el de un niño de pecho sobre unos sacos de arpillera sobre un jergón, y cómo en 1952 fue encontrado este manuscrito. Inmediatamente después se nos reproducen las páginas del mismo en el que un hombre nos va contando que está escondido en una braña al lado de un niño de pecho y del cadáver de una mujer. Iremos descubriendo que ambos huían camino de Francia y que ella, -Elena-, estaba embarazada. Había muerto en el parto. Él está bloqueado por la ausencia y por la presencia. Consigue mantener vivo al niño a base de la poca leche que da una vaca enferma y de sopas que hace con hierbas y algunas interioridades de algún animal que mata. Va contado su historia con un gastado lápiz sobre un cuaderno de hule. Va contando cómo ambos, -padre e hijo-, sobreviven de una manera escalofriante hasta que el niño enferma y muere. Las últimas páginas se llenan con el nombre que le ha puesto: Rafael, y en la última, escrito con un tizón se lee:” infame turba de nocturnas aves”. 

   Se cierra la narración con una nota del editor en la que explica que en 1954 consiguió esclarecerlo todo. Él se llamaba Eulalio Ceballos Suárez, tenía 18 años y una enorme afición por la poesía. Con sólo 16 años había huido a la zona republicana para unirse al ejército que perdió la guerra y ... “ésa no es edad para tanto sufrimiento”. De ella, de Elena, no sabremos nada hasta la última parte del libro. 

TERCERA DERROTA.1941. “El idioma de los muertos” 

   Juan Serna era estudiante de medicina y profesor de chelo antes de que estallara la guerra. Al acabar ésta, fue uno de tantos republicanos encarcelados y sometidos a aquella ficción de juicios, pero nuestro protagonista va salvando día a día la vida por haber conocido al hijo del Coronel Eymar que es quien le interroga. Él y su mujer no saben nada del hijo salvo que fue fusilado por los republicanos. Juan Serna se da cuenta de que su vida depende de lo que diga del hijo así que empieza a “fabricar” un individuo que nada tuvo que ver con el real pero que emociona a la madre quien, a cambio, le regala algún jersey y algún bocadillo. Juan Serna ve cómo día a día sus compañeros van cayendo, va soportando el frío, el hambre, las humillaciones...Un día asiste a un extraño espectáculo: un compañero de celda que no hablaba con nadie, le arrebata el fusil a uno de los carceleros y se descerraja un tiro delante de todos. Escribe a su hermano aunque sabe que la carta nunca le llegará y se hace amigo de un chaval de tan sólo 16 años, -Eugenio-, que le cuenta su vida y que le produce la ternura que él creía olvidada. Hasta que un día, Eugenio encabeza la lista de los que morirán a continuación. Lloró con todas sus fuerzas y dejó de luchar. Cuando el Coronel Eymar vuelve a llamarle para un nuevo interrogatorio, se siente enfermo y con ganas de morir y ante la esposa del Coronel vomitó toda la verdad sobre su hijo: “...que fue justamente fusilado porque (...) fue un criminal, no de guerra sino de baja estofa, ladrón, asesino de civiles para robarles y venderlo después de estraperlo, (...)traidor a sus compinches, (...) Pero afortunadamente de nada le había servido ser un cobarde porque, al final, había sido condenado a muerte por un tribunal justo y ejecutado por un pelotón aún más justo. Y no fue heroica su muerte, yo –en esto mintió- estaba presente mandando el pelotón que le ejecutó. Se cagó en los pantalones, lloró, suplicó que no lo matáramos, que nos diría más cosas sobe las organizaciones leales a Franco (...) fue una mierda y murió como lo que era. Todo lo que les he contado hasta ahora es mentira. Lo hice para salvarme pero ya no quiero vivir si eso le produce alguna satisfacción. Ahora quiero irme” (p.100). Así firmaba su sentencia de muerte. Dos días después fue el primero de la lista, sólo le consoló algo pensar que de la cara del Coronel Eymar desaparecería para siempre la mueca de satisfacción impune y “sólo dejó de odiar cuando pensó en su hermano”. 

CUARTA DERROTA. 1942. “Los girasoles ciegos” 

   Se narra ésta desde tres perspectivas: una tercera persona, narrador más o menos omnisciente, y dos primeras de dos de los protagonistas: un diácono, que lo hace en forma epistolar dirigiéndose a un superior al que le cuenta lo ocurrido el mismo día en que se produce ese final, y el que en ese momento era un niño y que lo recuerda desde su madurez. A cada perspectiva le corresponde una tipografía con lo que la lectura no plantea ninguna dificultad. 

   En 1942, en Madrid, un republicano, profesor de lengua y literatura en un Instituto, se oculta en su casa mientras su mujer y su hijo dicen a todo el mundo que ha huido. Llevan una miserable vida presidida por la obsesión de que nadie le descubra y organizando la huida de los tres. Tienen otra hija, -Elena-, de 16 años que huyó antes con su novio poeta, de la que no saben nada pero confían en que llegaron a su destino (el lector sí sabe, sin embargo, que la joven había muerto en 1940 en una braña de Asturias mientras daba a luz a su hijo, lo mismo que sabe que el hijo y el novio morirían poco después). Lo van sobrellevando hasta que entra en escena un rijoso diácono que había combatido en el “Glorioso Ejército Nacional” y que cuando, en el colegio al que va el niño y en el que él da clases esperando recibir las órdenes mayores, conoce a Elena, -la madre-, se va enamorando de ella en un repulsivo proceso que nos recuerda mucho al de Fermín de Pas en “La Regenta”. Ella se da cuenta y deja de ir al colegio. La situación, por otro lado, se hace insostenible porque el marido, que se pasa horas escondido en un armario, está perdiendo la dignidad y las ganas de vivir. Así las cosas, aceleran los preparativos y venden lo poco que les queda pero un día se presenta en la casa el diácono, -el hermano Salvador-, interesándose por el niño. Entró como una exhalación llamándole y a los pocos minutos estaba en la cocina, en el suelo, a horcajadas sobre Elena, intentando violarla. El niño ve cómo su padre se abalanza sobre él, pero éste se zafa y estupefacto pregunta al niño quién es ese hombre. “Es mi padre, hijo de puta (...) y corrió junto a Elena que acababa de romper en un llanto agónico y caminaba a gatas para socorrer a su marido” (p.153). Fue entonces cuando el hermano Salvador comienza a dar gritos reclamando a la policía. Ricardo, -el padre-, logra levantarse a duras penas y llegar hasta el alfeizar de una ventana desde la que se arroja después de mirar a su mujer y a su hijo con una triste sonrisa. 

   Cuatro dramáticas historias, engarzadas narrativamente, que resultan escalofriantes. El horror, el miedo, el hambre, el sufrimiento...están presentes en todas ellas. Las cuatro pertenecen a los perdedores, y aunque se ha dicho que los hubo en los dos bandos, dejo de ser objetiva para afirmar que éstas las siento más, sobre todo porque tres de ellas se desarrollan en el marco de la represión fascista de la posguerra y ahí sí que sólo hubo unos perdedores. 

   Se percibe en Alberto Méndez una infinita ternura además de un gran respeto hacia sus personajes, hacia esos perdedores que dieron su vida en nombre de su dignidad y de sus ideas. Algunos tienen las cosas claras: el Capitán Alegría, el profesor de literatura, el sargento Juan Serna..., otros son sólo unos niños que se vieron atrapados sin saber cómo en esa locura de horror y muerte: Eulalio Ceballos y su novia Elena o Eugenio, el compañero de cárcel de Juan Serna. En cuanto a los otros, los vencedores, se dice poco o porque no interesa o porque su ignominia se da por supuesta, aunque de algunos sí se habla con detenimiento como el hermano Salvador, rijoso que esconde su lascivia bajo una capa apostólica y católica, o el coronel Eymar que, gracias a la dignidad y la muerte de Juan Serna, vivirá el resto de su vida como lo que es, un miserable verdugo. 

   En fin, preciosa, tierna y dura novela que pone el alma del lector al descubierto.


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miércoles, 15 de febrero de 2017

CHACÓN, Dulce, “La voz dormida”, Alfaguara, Madrid, 2005



   Dolorosa y tierna historia la de los personajes de este libro que tuvieron la desgracia de vivir en una de las épocas más siniestras de nuestra historia, la de nuestra última posguerra. Vista inequívocamente desde el lado de los perdedores, nos habla de cómo muchos de ellos están ingresados en las cárceles franquistas sufriendo torturas y viviendo en condiciones infrahumanas. Los que están fuera, también perdedores, no están mucho mejor. Les acucia el hambre, la policía, el miedo, la rabia...
   
   En principio es una historia de mujeres porque la novela arranca de la cárcel de Ventas, -destinada a ellas-, donde en los primeros años de posguerra se hacinaban y convivían con las enfermedades, el hambre y los malos tratos. Son todas ellas valientes y duras; de origen humilde; que lucharon por unas ideas de las que no abdicarán nunca; que han visto morir a padres, hijos y maridos y que se cuidan y quieren unas a otras para poder sobrevivir. Así conoceremos a la dulce Hortensia (ver portada del libro), embarazada, con su marido en la lucha armada allá en el monte; se llama Felipe y morirá poco después de que fusilen a Hortensia, a quien sólo le dejan tener a su niña un mes y de quien no se apiadan. También a Pepita, hermana pequeña de Hortensia, que se quedará con su sobrina y a quien cuidará como si de su hija se tratase. Ella, desde fuera de la cárcel, ayudará al Partido Comunista desde la clandestinidad, no porque se sienta comunista, sino por ayudar primero a su hermana y después a Paulino, -que sí lo son-, de quien se enamorará. Paulino tiene responsabilidades en la lucha armada y es el jefe directo de Felipe. Le cogerán en pleno monte y le aplicarán serias torturas en la cárcel de Burgos, donde va a estar durante casi veinte años a lo largo de los cuales irá fraguando su amor por Pepita, quien acudirá a verle todos los años y esperará, marchitando su juventud y belleza. Al final, cuando él salga por un indulto después de esos veinte años, se casarán y vivirán en Córdoba hasta su muerte en los años 80. Conoceremos también a Elvira, -hermana pequeña de Paulino-, que con sólo quince años la detuvieron cuando esperaba con su madre en Alicante el famoso barco que, como tantos, los sacaría de España y que nunca llegó. Su madre muere y ella en la cárcel es la pequeña del grupo, que sólo ansía volver a ver a su hermano y que recibe las visitas de su anciano abuelo, que también morirá en el transcurso de la novela. Y será su hermano quien organice la fuga de Elvira, junto con otra presa, -Sole-, miembro importante del Partido Comunista de Salamanca. Con Hortensia, Elvira y Sole habrá en la cárcel dos mujeres mayores, son Reme y Tomasa, dos viejas luchadoras que perdieron mucho en la guerra; Tomasa está completamente sola en el mundo, pues mataron a su marido, a sus hijos y a sus nietos. Cuando Reme sale de la cárcel, la escribirá, irá a verla y se la llevará más tarde a su casa cuando a Tomasa la pongan en libertad, para acabar sus días viviendo juntas como hermanas.
            
   En fin..., historias que se cruzan en unos años terribles de miedo y desolación. Vidas absolutamente truncadas de gentes sencillas que lucharon por un mundo mejor y que murieron en el anonimato (con “su voz dormida” y que con este libro, hace despertar la autora). A todos ellos Dulce Chacón les rinde un homenaje con esta novela y lo hace con ternura y lucidez. Consigue el estremecimiento continuo del lector, sobre todo ante los personajes femeninos. Son ellos a los que el libro va dedicado, a todas esas mujeres anónimas que en las cárceles y fuera de ellas, entregaron con fuerza y valentía su vida en la lucha contra el fascismo.


   Buena novela.


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domingo, 12 de febrero de 2017

CARRÈRE, Emmanuel, El Adversario, Anagrama, Barcelona, 2013




   Hecho real, como en la mayoría de las novelas de Carrère. El 9 de enero de 1993, un importante médico investigador de la OMS, Jean Claude Romand, mata a su mujer, a sus dos hijos pequeños y a sus padres para después, fallidamente, intentar suicidarse prendiendo fuego a su casa y tomándose un tarro de pastillas, por cierto, caducadas. El escándalo en Francia, y en todo el mundo, fue mayúsculo pero, si esto no era ya suficientemente atroz, inmediatamente abierto el sumario se descubrirá que llevaba una existencia inventada por él mismo y que desde los dieciocho años, su vida había sido una gran mentira porque ni trabajaba en la OMS ni en ningún organismo de los que decía, ni era siquiera médico. Había conseguido engañar a todos cuando lo que hacía todas las mañanas era salir de su casa y dirigirse a un parking próximo o a un bosque cercano a su casa para ocupar las horas que todos creían invertía en su trabajo. Ni su mujer, ni sus padres, ni sus amigos, ni sus vecinos, -ni siquiera su amante,- sospecharon nunca el engaño, la impostura absoluta. Su tren de vida era el de alguien que ocupaba altos cargos dentro de la medicina internacional. Vivía en la frontera entre Francia y Suiza: “La comarca de Gex es una llanura que tiene unos treinta kilómetros de ancho y se extiende al pie de los montes del Jura, hasta la orilla del lago Léman. Aunque situada en territorio francés, es de hecho una periferia residencial de Ginebra, una amalgama de pueblos ricos donde se ha afincado una colonia de funcionarios internacionales que trabajan en Suiza, cobran en francos suizos y en su mayoría no pagan impuestos. Todos llevan más o menos el mismo tren de vida. Viven en antiguas granjas transformadas en chalés confortables. El marido va a la oficina en Mercedes. Su mujer hace las compras en Volvo y se ocupa de diversas actividades asociativas. Los niños acuden a la escuela de Saint-Vincent, que es privada y cara, y se encuentra a la sombra del castillo de Voltaire” (p.16). Pero ¿cómo mantenía su casa y su familia?...Pues sencillamente estafando a todos los suyos, -familiares, amigos...-, que le entregaban confiadamente, dado su prestigio personal y profesional, sus ahorros para que él los invirtiera donde creyera más oportuno.

   Emmanuel Carrère decide que la historia es tan terrible y truculenta que le interesa investigarla y contarla. Para ello, comienza poniéndose en contacto con Jean Claude Romand cuando éste ya está en la cárcel a la espera de juicio. Así comienza una relación que durará años y que será básicamente epistolar aunque también le permiten hacerle un par de visitas a la cárcel. De esta manera el autor comienza a contarnos la increíble historia de este individuo basada exclusivamente en la mentira, en la impostura más absoluta.

   La lectura resulta muy inquietante porque cuesta imaginarnos cómo se puede tener una existencia normal, es decir, una familia, unos hijos, unos padres, amigos, compañeros de trabajo, en fin, eso que todos tenemos, pero sin que nada de lo que todos ellos creen que somos sea cierto. Nos preguntamos qué clase de hombre puede tener en la cabeza todo ese entramado, esa tela de araña, para que no le sorprendan en falso en ningún momento; qué clase de hombre hay que ser para simplemente poder vivir instalado en la mentira durante casi veinte años. Pero, efectivamente, lo peor no es eso o no todo se queda en eso sino que, cuando va a ser descubierto, cuando ya no puede mantener más tiempo tamaña impostura, entonces decide con una sangre fría que espanta matar a aquellos más cercanos y eso hace con toda su familia. Carrère se pregunta si lo hace por él mismo, por la rabia y vergüenza de ser descubierto o lo hace para que los que le aman no sufran cuando todo se descubra. Es igual, las razones supongo que ni interesan ni justifican un ápice semejante aberración.

   Pero todavía falta algo más y es el comportamiento y actitud posteriores a los hechos, su reacción, que pasa por diversos estadios, primero lo niega todo y luego lo asume todo (algunas veces en medio de terribles convulsiones epilépticas) pero es una asunción que no convence y el lector no le cree, por el contrario piensa que sigue mintiendo en sus declaraciones. El juicio se alargará durante más de tres años y a lo largo de este tiempo Carrère, que se instala en la ciudad donde se celebra para poder acudir a las sesiones, va contándonos sus averiguaciones, lo que ocurre en las vistas, las declaraciones de todos. Lo hace de un modo impecablemente objetivo como si estuviera transcribiendo unas grabaciones. Por supuesto que a veces comunica sus propias impresiones como cuando habla de que Romand no quiere enfrentarse con la realidad y que él mismo, Carrère, en algunas ocasiones le veía más que como un monstruo como un pobre hombre que ha sido la víctima de fuerzas demoníacas.

   Romand es condenado a cadena perpetua, es decir a veinte años de prisión y Carrère decide no escribir el libro porque es incapaz de ponerse en el yo del otro, pero cuando pasan dos años decide volver a intentarlo y nos cuenta que va a visitarlo un par de veces a la cárcel y se sorprende por no encontrar a un hombre torturado y destrozado por lo que ha hecho: “¿Qué esperaba?¿Que después de haber hecho lo que había hecho y haber sobrevivido, llevase la cabeza cubierta de cenizas, se aporrease el pecho y se revolcara cada cinco minutos por el suelo lanzando gritos de agonía?”. Le cuenta que dos visitadores carcelarios, Mari France y Bernard, le acompañan y ayudan mucho y que en la cárcel se siente comprendido y querido por otros presos. Llegados a este punto, el lector se sorprende sobremanera cuando el mismo Carrère llega a llamarle “Querido Jean Claude” y descubre que un impostor, estafador y asesino es acunado y cuidado por todos, que le impiden que entre en contacto con su realidad y así descubrirla lúcidamente aunque sea muy dolorosa. Por el contrario, esos visitadores le introducen en una asociación católica llamada Los Intercesores y Romand se dedica a rezar y a creerse perdonado por la misericordia divina. Incluso esa asociación le publica un artículo en el que dice tener experiencias místicas y dedicarse a la oración. Los tales Marie France,-con su marido incluido-, y Bernard transmiten a Romand los discursos angelicales sobre la infinita misericordia del Señor y las maravillas que Él operaba en su alma. Marie France se preocupaba hasta por su vestuario para que no le faltara de nada y Bernard llega a decirle al autor que aquel destino trágico en el fondo había sido providencial. “Pensar que hayan hecho falta todas esas mentiras, esos azares y ese drama terrible, para que hoy pueda hacer todo el bien que hace a su alrededor...Es algo que siempre he creído, ya ve, y que veo en la vida de Jean Claude: todo discurre bien y acaba por encontrar su sentido para quien ama a Dios”(p.168)

   En fin, todo esto, según iba leyendo, me iba provocando una gran indignación ante tanto iluminado, ante tanto beatuco, ante tanto arrepentimiento que como concepto consigue que podamos cometer impunemente las mayores tropelías si luego nos arrepentimos. En este sentido tampoco me ha quedado clara la postura de Carrère porque afirma no compartir en absoluto esos sentimientos, que él cree escandalosos, hacia quien él sigue considerando un monstruo pero no he conseguido saber si el libro que tenemos en las manos es el que él quería escribir al principio o, por el contrario, cuando descubre que su larga impostura no es sino una mezcla de ceguera, aflicción y cobardía no quiere escribir ese libro porque eso sería un crimen o una cobardía. Si así fuera, lo que hemos leído sería una especie de apuntes previos a la redacción del libro. El significado de este detalle no me parece baladí y, efectivamente, el final del libro me parece cuando menos inquietante porque tenemos la sensación de no conocer a Jean Claude Romand de forma que no sabemos si estamos ante un pobre hombre, víctima de una seria enfermedad emocional y mental o, por el contrario, ante un cínico que sigue burlándose de todos, y no compartimos el juicio de valor que hace Carrère diciendo que es una mezcla de "ceguera, aflicción y cobardía" porque sería demasiado simple explicar así unos hechos tan terribles.

   El estilo es cuidado, limpio, con frase corta y descriptiva. En algún momento me ha dado la sensación de que falla la traducción aunque puede ser el afán del narrador por inmiscuirse lo menos posible, de ser objetivo. La historia se narra desde una primera persona, que coincide con el autor dado que estamos ante ese género de novela de no ficción en el que lo importante es la veracidad de los hechos narrados y que éstos se ajusten a cómo ocurrieron en la realidad, pasando a ser secundario la creación literaria que de ellos pueda hacerse, que debe ser mínima.

   En cualquier caso es un libro que no deja indiferente a nadie y que plantea interrogantes profundos acerca de los comportamientos del ser humano, sobre todo de sus causas, de forma que nos encontramos desnudos y desvalidos ante nosotros mismos, como si de unos desconocidos se tratara.

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miércoles, 8 de febrero de 2017

CARRASCO, Jesús, Interperie, Seix Barral, Barcelona




   Quería yo iniciar esta reseña con el significado que el diccionario de la RAE da a esta palabra que pone título a esta novela, porque me parece perfectamente escogida para reducir a ella todo el libro, sin embargo no aparece en este diccionario, ni en el de María Moliner ni en el de Manuel Seco lo cual se presenta como un misterio, ¿acaso no pertenece al léxico castellano? Al final la encuentro en Internet (¡cómo no!) donde sí aparece la definición de la RAE (???): “Desigualdad del tiempo” y como locución “a la intemperie”: “A cielo descubierto, sin techo ni reparo alguno”.

   Empecemos. A la intemperie más absoluta se encuentra este niño que un día decide escaparse de su casa y de su pueblo huyendo del horror que sufre allí. No sabemos nada de él, nada que lo individualice, ni a él ni a todo lo que le rodea: ¿cómo se llama?, ¿cuántos años tiene?, ¿cuál es su pueblo?, ¿en qué año se desarrolla todo?, ¿cuánto tiempo se nos narra?...Habría un sinfín de preguntas pero todas quedarían sin respuesta, quizá porque todo eso sea lo de menos y porque desde luego se gana en universalidad en el tiempo y en el espacio.

   Un niño ha escapado de su infierno personal. Lo hace con un pequeño zurrón en el que ha metido apenas un poco de comida. Huye de su pueblo, de su familia, de todo lo que le rodeaba, y cuando comienza la escapada huye también de sus perseguidores: unas alimañas al frente de las cuales se sitúa el “alguacil”, un tipo que, -con el permiso servil del padre del niño-, lo ha estado sodomizando salvaje y sistemáticamente. Lo que vamos sabiendo se produce en un lento proceso en el que nunca se explicita casi nada, pero en el que el lector va percibiendo poco a poco lo que ha sido la realidad de este niño: una familia con un padre brutal que sólo maneja el lenguaje de la correa y los golpes, el continuo maltrato al que somete a su mujer y a su hijo (no sabemos si hay más hermanos); un medio hostil; un pueblo semiabandonado, -no sabemos dónde-, en el que por una pertinaz sequía, apenas quedan unas pocas familias que sobreviven bajo el imperio del aguacil, que hace y deshace a su antojo; una comunidad social y familiar regida por la incultura, la brutalidad, la miseria...Sabremos que fue el padre quien, -suponemos que a cambio de dinero-, llevó al hijo ante el alguacil aun sabiendo para qué...Así, un día el niño decide escapar sin saber lo que le espera apenas unos metros más allá de los confines del pueblo: un paisaje desolador destruido por la sequía en el que se ha instalado la muerte, el hambre, la soledad, el sol abrasador...y el alguacil y sus secuaces persiguiéndole. Se encuentra a un cabrero, ya muy anciano, que sobrevive como puede en el páramo inhóspito, que va caminando con un asno, un perro y unas cuantas cabras, de cuya leche se alimenta. Los dos se ayudarán mutuamente para conseguir salir de esa llanura infinita y árida. Suponemos que el viejo también tiene alguna cuenta pendiente con el alguacil y, aunque de manera tosca y dura, decide ayudar al niño hasta el extremo de ocultarle cuando aquél los encuentra por lo que recibe una paliza que, a la larga, será mortal. Pero antes, en una escena en que dan ganas de aplaudir, el cabrero consigue matarle y librar así al niño para siempre de esa pesadilla. En la huida de ambos, el niño se convertirá en sus manos y en su fuerza, el viejo se empeñará en enseñarle para que pueda sobrevivir cuando él falte y a la vez le transmite una serie de valores, que suenan extraños en ese mundo descrito. Efectivamente, una mañana el viejo aparece muerto y el niño, ya completamente solo, sigue huyendo hacia el norte, hacia la esperanza, después de haberle dado cristiana sepultura como él le había pedido.

   Hay en esta novela ecos evidentes, clarísimos, de La carretera , de Cormac McCarthy, quizá demasiados...En ambas: un mundo desolado donde reinan la violencia y la muerte; un niño, metáfora clara del ser humano, y un adulto, unidos por lazos afectivos que huyen de esa locura; la muerte del adulto que deja al niño en soledad absoluta pero sabiendo hacia dónde tiene que ir y que simboliza la esperanza en el ser humano; la ausencia de nombres, fechas, lugares...que permiten, como apuntábamos antes, una amplísima interpretación de la narración; el desarrollo de ambas acciones “a la intemperie”.

   La narración es dura pero en muchos momentos de un gran lirismo y siempre con una fuerza que conmueve al lector. Tiene, además, un léxico muy rico y rotundo con palabras ya casi en desuso: mechinales, maular, muflones, sirga, egagrópilas, barboquejos, matacán, apersogado, zurear, siluros...Léxico muy cercano al mundo rural, desconocido para el lector.

   Los diálogos son escasos y parcos, de modo que lo que vamos sabiendo acerca del pasado, -que explica, desde luego, el presente narrativo-, se debe a las incursiones que el narrador hace al mundo interior del niño donde percibiremos más que veremos, el origen de su miedo y las causas de su huida. Cuando llegamos al final ya lo sabemos casi todo, al menos casi todo lo que importa.

   Muy interesante el tratamiento del paisaje que, interactuando con los personajes, se convierte en otro más y, además, tan importante que tratado de otra forma el resultado sería bien distinto.


   Magnífica primera novela del autor.

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