sábado, 4 de febrero de 2017

AUSTER, Paul, “La noche del oráculo”, Anagrama, Barcelona 2004




   Sidney Orr es un escritor que, al comienzo de la novela, está recuperándose lentamente de lo que parece haber sido una grave enfermedad que, por cierto, en ningún momento se nos dice cuál ha sido. En su convalecencia, da paseos por el barrio en donde vive, -el de Cobble Hill, en Brooklyn-, se encarga de preparar la cena y mantener el orden en el pequeño apartamento en el que vive con su mujer, Grace, y poco a poco va recuperando la salud pero no las ganas de escribir.
            
   La historia, esta historia, la historia principal...la escribe muchos años después de que haya ocurrido y esto sucedió, o mejor empezó a suceder el 18 de septiembre de 1982, día en el que, deambulando por el barrio, descubre una papelería llamada El Palacio de Papel, donde entra, conoce a su dueño –un extraño chino llamado Chang- y donde compra un precioso y sugestivo cuaderno con tapas azules hecho en Portugal. Ya en su casa, descubre que necesita volver a escribir y lo hace precisamente en ese cuaderno que le tiene cautivado. Su amigo John Trause, también escritor, también enfermo y también poseedor de un cuaderno igual, le ha hablado de Flitcraft, personaje de “El halcón maltés”, novela escrita por D. Hammett.
            
   De esta forma empieza lo que va a ser todo un entretejido de novelas ya escritas y otras por escribir que se van continuando y superponiendo en una asombrosa espiral de narrativas.
            
   En la novela de Hammett, Flitcraft ha escapado de su propia vida y de su muerte cuando una viga de un edificio en construcción le cayó encima sin ni siquiera rozarle. Esto da pie a Sid Orr para crear un personaje, llamado Nick Bowen, al que le ocurre algo similar. En la novela que está escribiendo en ese cuaderno azul, Nick es un editor importante que va a empezar a leer una novela inédita de una tal Silvia Maxvell llamada “La noche del oráculo” que, a su vez, esta protagonizada por Lemuel Flagg, teniente inglés que se ha quedado ciego, que tiene la facultad de conocer el futuro y que se suicida la víspera de su boda cuando “ve” que su futura esposa le será infiel. Esta novela de Silvia Maxvell se la ha llevado a Nick Rosa Leightman, atractiva joven, nieta de la autora. Nick no ha empezado a leerla cuando una noche, cerca de su casa, se le desploma encima la gárgola de un edificio que, como a Flitcraft, ni le roza. En ese momento, que le ha sorprendido con “La noche del oráculo” bajo el brazo, decide tomar un avión que casualmente tiene destino a Kansas City y comenzar una nueva vida. Le ocurren una serie de cosas, pero la que más sorprende al lector es su encuentro y posterior amistad con un taxista llamado Ed Victory que dice haber conocido en la guerra a alguien llamado John Trause y que en la actualidad es un escritor famoso. El lector entonces recuerda que este John Trause, personaje por tanto de la novela de Sid Orr, no es otro que el amigo del propio Orr, es decir, estamos de nuevo ante el planteamiento cervantino, -tan del gusto de Auster-, de incluir personajes de ficción en la realidad, que no es sino otra e inicial ficción.
            
   Pero Orr no sólo nos transcribe la novela que está escribiendo sino que nos hace partícipes de su gestación, -una vez más como el propio Cervantes-, de sus dudas y de su génesis. La lástima es que esta novela la deja a medias para comenzar la redacción de un guión cinematográfico, situado en 1895 y que tiene como elemento central argumentativo la máquina del tiempo. Nos cuenta su argumento, -otra narración- , y cómo al final será desechado por la productora.
            
   Paralelamente a este entramado, Sid Orr va contándonos su propia vida, su matrimonio con Grace, diseñadora gráfica de la que está totalmente enamorado y de la que sospecha que guarda algún importante secreto. Curioso es que muchos de los aspectos, es decir, una buena parte de lo que podríamos llamar “novela principal”, están transcritos a pie de página, con las guías numéricas correspondientes y como notas aclaratorias o explicativas. Sabremos de la desaparición de “El Palacio de papel”; de cómo un día se encontró con el extraño Chang y de cómo éste le llevó a un prostíbulo donde le presentó a la Princesa de África, prostituta bellísima ante cuyos encantos olvidó nuestro protagonista su fidelidad a Grace; sabremos también de su amigo Trause; de la enfermedad que le tiene postrado en un sofá; de su hijo drogadicto; de la sospecha de un oscuro pasado común entre Trause y su esposa; de un manuscrito inédito del amigo, titulado “Imperio de huesos”, con un triángulo amoroso como protagonista que sospechosa y generosamente le ha regalado a Sid para que lo utilice como punto de partida de un nuevo guión de cine y que éste ha perdido en el metro.
            
   Una noche, sentado ante el cuaderno azul en el que ha dejado a medias la historia de Nicke Bowen, comienza a escribir otra historia que no es sino la de su propia esposa y Jonh Trause, amantes hasta que él apareció y, a lo mejor, incluso algún tiempo después cuando él estuvo ingresado bastante tiempo  en el hospital. La desarrolla con calma mientras va descubriendo, probablemente gracias al misterioso cuaderno azul, el secreto tan bien guardado por su mujer y su amigo. Acaba diciendo:

   “Quiere seguir casada conmigo. El episodio con Trause ha terminado, y mientras ella siga queriendo estar casada conmigo, jamás le diré una sola palabra sobre la histtoria que acabo de escribir en el cuaderno azul. No sé si es realidad o ficción pero en el fondo no me importa. Con tal de que Grace me quiera, el pasado no tiene importancia” (Pág. 232)

   Inmediatamente después coge el cuaderno y lo va rompiendo minuciosamente hoja por hoja, para tirarlo luego todo a un cubo de basura.
            
   Pocas páginas más adelante él mismo hace una sinopsis de todo lo que le ha ocurrido en esos nueve días de septiembre de 1982 y ahí nos encontramos también la justificación del título de la novela:

   “Al cabo de más veinte años de aquellos hechos, creo que Trause estaba en lo cierto. A veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aunque no lo sepamos. Fui dando tumbos por aquellos nueve días de septiembre de 1982 como quien anda metido en una nube. Traté de escribir un relato y llegué a un callejón sin salida. Intenté vender una idea para una película y la rechazaron. Perdí el manuscrito de mi amigo. Casi perdí a mi mujer, y pese al fervoroso amor que sentía por ella, no dudé en bajarme los pantalones en la oscuridad de un club de alterne para meterme en la boca de una desconocida. Era un hombre perdido, un enfermo, una persona que luchaba por recobrar el equilibrio, pero a pesar de todos los deslices e imprudencias que cometí aquella semana, sabía una cosa que no era consciente de saber. A lo largo de aquellos días hubo momentos en que tenía la sensación de que mi cuerpo se había vuelto transparente, como una membrana porosa a través de la cual pasaban las fuerzas invisibles del mundo: una red aérea de descargas eléctricas transmitidas por los pensamientos y sentimientos de los demás. Sospecho que ese estado fue el que condujo al nacimiento de Lemuel Flagg, el protagonista ciego de “La noche del oráculo”, un hombre tan sensible a las vibraciones del mundo circundante que sabía lo que iba a pasar antes de que los acontecimientos propiamente dichos se produjeran en realidad. Yo no lo sabía, pero hasta el último pensamiento que me pasaba por la cabeza apuntaba en esa dirección. Niños nacidos muertos, atrocidades de campor de concentración, asesinatos presidenciales, esposas desaparecidas, imposibles viajes hacia atrás y hacia delante en el tiempo. El futuro ya estaba en mí, y me estaba preparando para los desastres que habían de venir” (pp. 236-237)

   Por último, vuelve a aparecer otro libro, “El laberinto de los sueños: vida de John Trause”, biografía del amigo escrita en 1994 por James Gillespie. Por este libro se entera Sidney Orr de muchas de las cosa hechas por Trause en esos nueve días de 1982. Por ejemplo se entera de que descubrió que su hijo Jacob se ha escapado del centro de rehabilitación; de que había cambiado el testamento; de que había firmado un cheque por valor de treinta y seis mil dólares que había mandado enviar a Sid junto con una carta dirigida a él; de que ese mismo día se lo encontraron muerto de un ataque al corazón. Orr recuerda que, casi al mismo tiempo que moría Trause después de haber pedido que le enviaran ese cheque, su hijo Jacob entraba enloquecido en el apartamento suyo y de Grace a pedir dinero, (será entonces, por lo que dice Jacob, cuando él descubra que lo que había escrito sobre su mujer y su amigo es cierto). Jacob dará una impresionante paliza a Grace después de haber noqueado a Sid. A ella la ingresan y pierde el hijo que esperaba. Al día siguiente de todo esto, mientras esparcen las cenizas de Trause en el Central Park, Jacob es asesinado a tiros, -aunque esto no lo sabrán hasta dos meses más tarde, cuando aparezca su cadáver-, y unas horas más tarde, Sidney recibe el cheque y la carta del amigo muerto.

   Es complejo hacer un resumen de todo lo narrado en esta novela, dado que no es una sino varias y dado que, como apuntábamos al comienzo, unas se van integrando en otras hasta confundirse en los distintos niveles de realidad en un continuo autoabastecimiento de la literatura. Magistral entramado de Paul Auster. Inmensa riqueza de planos narrativos y de génesis creadoras, acompañadas de una elegante sobriedad lingüística. Tratamiento fantástico, único y originalísimo del tiempo narrado y narrativo y del punto de vista. Muy gráficamente localizada en unos recorridos por la ciudad de Nueva York que nos llevan desde Manhattan hasta Brooklyn, desde el Central Park a Flushing.

            
   Efectivamente, la novela rebosa apabullante virtuosismo.

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