domingo, 12 de febrero de 2017

CARRÈRE, Emmanuel, El Adversario, Anagrama, Barcelona, 2013




   Hecho real, como en la mayoría de las novelas de Carrère. El 9 de enero de 1993, un importante médico investigador de la OMS, Jean Claude Romand, mata a su mujer, a sus dos hijos pequeños y a sus padres para después, fallidamente, intentar suicidarse prendiendo fuego a su casa y tomándose un tarro de pastillas, por cierto, caducadas. El escándalo en Francia, y en todo el mundo, fue mayúsculo pero, si esto no era ya suficientemente atroz, inmediatamente abierto el sumario se descubrirá que llevaba una existencia inventada por él mismo y que desde los dieciocho años, su vida había sido una gran mentira porque ni trabajaba en la OMS ni en ningún organismo de los que decía, ni era siquiera médico. Había conseguido engañar a todos cuando lo que hacía todas las mañanas era salir de su casa y dirigirse a un parking próximo o a un bosque cercano a su casa para ocupar las horas que todos creían invertía en su trabajo. Ni su mujer, ni sus padres, ni sus amigos, ni sus vecinos, -ni siquiera su amante,- sospecharon nunca el engaño, la impostura absoluta. Su tren de vida era el de alguien que ocupaba altos cargos dentro de la medicina internacional. Vivía en la frontera entre Francia y Suiza: “La comarca de Gex es una llanura que tiene unos treinta kilómetros de ancho y se extiende al pie de los montes del Jura, hasta la orilla del lago Léman. Aunque situada en territorio francés, es de hecho una periferia residencial de Ginebra, una amalgama de pueblos ricos donde se ha afincado una colonia de funcionarios internacionales que trabajan en Suiza, cobran en francos suizos y en su mayoría no pagan impuestos. Todos llevan más o menos el mismo tren de vida. Viven en antiguas granjas transformadas en chalés confortables. El marido va a la oficina en Mercedes. Su mujer hace las compras en Volvo y se ocupa de diversas actividades asociativas. Los niños acuden a la escuela de Saint-Vincent, que es privada y cara, y se encuentra a la sombra del castillo de Voltaire” (p.16). Pero ¿cómo mantenía su casa y su familia?...Pues sencillamente estafando a todos los suyos, -familiares, amigos...-, que le entregaban confiadamente, dado su prestigio personal y profesional, sus ahorros para que él los invirtiera donde creyera más oportuno.

   Emmanuel Carrère decide que la historia es tan terrible y truculenta que le interesa investigarla y contarla. Para ello, comienza poniéndose en contacto con Jean Claude Romand cuando éste ya está en la cárcel a la espera de juicio. Así comienza una relación que durará años y que será básicamente epistolar aunque también le permiten hacerle un par de visitas a la cárcel. De esta manera el autor comienza a contarnos la increíble historia de este individuo basada exclusivamente en la mentira, en la impostura más absoluta.

   La lectura resulta muy inquietante porque cuesta imaginarnos cómo se puede tener una existencia normal, es decir, una familia, unos hijos, unos padres, amigos, compañeros de trabajo, en fin, eso que todos tenemos, pero sin que nada de lo que todos ellos creen que somos sea cierto. Nos preguntamos qué clase de hombre puede tener en la cabeza todo ese entramado, esa tela de araña, para que no le sorprendan en falso en ningún momento; qué clase de hombre hay que ser para simplemente poder vivir instalado en la mentira durante casi veinte años. Pero, efectivamente, lo peor no es eso o no todo se queda en eso sino que, cuando va a ser descubierto, cuando ya no puede mantener más tiempo tamaña impostura, entonces decide con una sangre fría que espanta matar a aquellos más cercanos y eso hace con toda su familia. Carrère se pregunta si lo hace por él mismo, por la rabia y vergüenza de ser descubierto o lo hace para que los que le aman no sufran cuando todo se descubra. Es igual, las razones supongo que ni interesan ni justifican un ápice semejante aberración.

   Pero todavía falta algo más y es el comportamiento y actitud posteriores a los hechos, su reacción, que pasa por diversos estadios, primero lo niega todo y luego lo asume todo (algunas veces en medio de terribles convulsiones epilépticas) pero es una asunción que no convence y el lector no le cree, por el contrario piensa que sigue mintiendo en sus declaraciones. El juicio se alargará durante más de tres años y a lo largo de este tiempo Carrère, que se instala en la ciudad donde se celebra para poder acudir a las sesiones, va contándonos sus averiguaciones, lo que ocurre en las vistas, las declaraciones de todos. Lo hace de un modo impecablemente objetivo como si estuviera transcribiendo unas grabaciones. Por supuesto que a veces comunica sus propias impresiones como cuando habla de que Romand no quiere enfrentarse con la realidad y que él mismo, Carrère, en algunas ocasiones le veía más que como un monstruo como un pobre hombre que ha sido la víctima de fuerzas demoníacas.

   Romand es condenado a cadena perpetua, es decir a veinte años de prisión y Carrère decide no escribir el libro porque es incapaz de ponerse en el yo del otro, pero cuando pasan dos años decide volver a intentarlo y nos cuenta que va a visitarlo un par de veces a la cárcel y se sorprende por no encontrar a un hombre torturado y destrozado por lo que ha hecho: “¿Qué esperaba?¿Que después de haber hecho lo que había hecho y haber sobrevivido, llevase la cabeza cubierta de cenizas, se aporrease el pecho y se revolcara cada cinco minutos por el suelo lanzando gritos de agonía?”. Le cuenta que dos visitadores carcelarios, Mari France y Bernard, le acompañan y ayudan mucho y que en la cárcel se siente comprendido y querido por otros presos. Llegados a este punto, el lector se sorprende sobremanera cuando el mismo Carrère llega a llamarle “Querido Jean Claude” y descubre que un impostor, estafador y asesino es acunado y cuidado por todos, que le impiden que entre en contacto con su realidad y así descubrirla lúcidamente aunque sea muy dolorosa. Por el contrario, esos visitadores le introducen en una asociación católica llamada Los Intercesores y Romand se dedica a rezar y a creerse perdonado por la misericordia divina. Incluso esa asociación le publica un artículo en el que dice tener experiencias místicas y dedicarse a la oración. Los tales Marie France,-con su marido incluido-, y Bernard transmiten a Romand los discursos angelicales sobre la infinita misericordia del Señor y las maravillas que Él operaba en su alma. Marie France se preocupaba hasta por su vestuario para que no le faltara de nada y Bernard llega a decirle al autor que aquel destino trágico en el fondo había sido providencial. “Pensar que hayan hecho falta todas esas mentiras, esos azares y ese drama terrible, para que hoy pueda hacer todo el bien que hace a su alrededor...Es algo que siempre he creído, ya ve, y que veo en la vida de Jean Claude: todo discurre bien y acaba por encontrar su sentido para quien ama a Dios”(p.168)

   En fin, todo esto, según iba leyendo, me iba provocando una gran indignación ante tanto iluminado, ante tanto beatuco, ante tanto arrepentimiento que como concepto consigue que podamos cometer impunemente las mayores tropelías si luego nos arrepentimos. En este sentido tampoco me ha quedado clara la postura de Carrère porque afirma no compartir en absoluto esos sentimientos, que él cree escandalosos, hacia quien él sigue considerando un monstruo pero no he conseguido saber si el libro que tenemos en las manos es el que él quería escribir al principio o, por el contrario, cuando descubre que su larga impostura no es sino una mezcla de ceguera, aflicción y cobardía no quiere escribir ese libro porque eso sería un crimen o una cobardía. Si así fuera, lo que hemos leído sería una especie de apuntes previos a la redacción del libro. El significado de este detalle no me parece baladí y, efectivamente, el final del libro me parece cuando menos inquietante porque tenemos la sensación de no conocer a Jean Claude Romand de forma que no sabemos si estamos ante un pobre hombre, víctima de una seria enfermedad emocional y mental o, por el contrario, ante un cínico que sigue burlándose de todos, y no compartimos el juicio de valor que hace Carrère diciendo que es una mezcla de "ceguera, aflicción y cobardía" porque sería demasiado simple explicar así unos hechos tan terribles.

   El estilo es cuidado, limpio, con frase corta y descriptiva. En algún momento me ha dado la sensación de que falla la traducción aunque puede ser el afán del narrador por inmiscuirse lo menos posible, de ser objetivo. La historia se narra desde una primera persona, que coincide con el autor dado que estamos ante ese género de novela de no ficción en el que lo importante es la veracidad de los hechos narrados y que éstos se ajusten a cómo ocurrieron en la realidad, pasando a ser secundario la creación literaria que de ellos pueda hacerse, que debe ser mínima.

   En cualquier caso es un libro que no deja indiferente a nadie y que plantea interrogantes profundos acerca de los comportamientos del ser humano, sobre todo de sus causas, de forma que nos encontramos desnudos y desvalidos ante nosotros mismos, como si de unos desconocidos se tratara.

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