martes, 31 de enero de 2017

VARGAS LLOSA, Mario, El héroe discreto, Alfaguara, Madrid, 2013

   


   Argumentalmente, dos historias paralelas que se cruzan al final para continuar, suponemos, separadas de nuevo.
                  
   En la primera, Felícito Yanaqué es dueño de la empresa de transportes Narihuala (así arranca el libro). Vive en la ciudad peruana de Piura. Es cholo (nombre con el que los peruanos llaman a los mestizos de europeo e indígena); está casado con Gertrudis porque siendo muy joven, ella y sobre todo su madre le señalaron como padre del hijo que esperaba Gertrudis, con la que apenas se había acostado dos veces, así que se vio obligado a casarse con ella pese a que ni la quería ni le gustaba lo más mínimo; tiene con ella dos hijos: Miguel, -del que Felícito siempre sospechó que no era suyo-, y Tiburcio, a quien sí siente como de su sangre; tiene una amante, Mabel, a quien le ha puesto una casita, le pasa un dinero mensual y con quien se encuentra un par de veces a la semana. Felícito tiene un pasado muy humilde; su madre les abandonó a él y a su padre y éste consagró su vida, en medio de la más absoluta pobreza, a que su hijo estudiara y fuera de mayor alguien de provecho. Como herencia, cuando murió en una “cama sin colchón” del Hospital Obrero, le dejó un consejo que Felícito repetirá varias veces para  explicar su comportamiento: “Nunca te dejes pisotear, hijito”. Felícito es un hombre respetado, pulcro, sistemático en sus costumbres; sin embargo todo se quiebra cuando empieza a recibir anónimos de una supuesta banda mafiosa para que pague unas cuotas a cambio de ser protegido por ella. Se suceden los días de angustia porque él se niega; le queman uno de sus almacenes de transporte, secuestran a su amante y se hace muy popular porque en el periódico local escribe una carta a la banda en la que asegura que jamás les pagará nada (“Nunca te dejes pisotear, hijito). Al final, la policía averiguará que los responsables de la extorsión no son otros que su hijo Miguel y su amante. Miguel es encarcelado y Felícito le asegura que retirará la acusación si él renuncia a su apellido, cosa que para nuestro protagonista supone toda una liberación. En cuanto a Mabel sale del embrollo sin cargos por haber cooperado con la policía. Felícito va a verla para romper su relación con ella. Casi al final se instalará en su casa una hermana de su mujer que viene huyendo de Lima porque se siente amenazada.

   En esta primera historia cabe destacar la presencia de los dos policías: el capitán Silva y el sargento Lituma, dos personajes impagables, fruto del Perú tan tratado por Vargas Llosa. Son dos individuos vagos, incompetentes que, sin embargo, acaban resolviendo brillantemente el caso.

   La otra historia es la protagonizada por el poderoso empresario Ismael Carrera y el gerente de sus empresas, el abogado D. Rigoberto. El primero pasa de los ochenta años y tiene por hijos a dos indeseables y semidelincuentes que están deseando que se muera para heredar y seguir llevando la vida disipada que les gusta. Ismael decide darles un escarmiento casándose con su sirvienta, la chola Armida. Para ello pide a su chófer y a Rigoberto, -las únicas personas en las que confía-, que sean los testigos de su boda, previendo que sus hijos, -“las hienas”-, querrán invalidar la boda. Rigoberto, que estaba a punto de jubilarse y emprender un viaje de placer por Europa con su mujer, Lucrecia, y su hijo, Fonchito, va a vivir una pesadilla llena de presiones para que testifique y poder invalidar la boda, -igual que el chófer-. Ismael vuelve de su viaje de novios por Europa con Armida convertida en toda una señora, y promete resolverlo todo pero muere inesperadamente de un infarto y es aquí cuando se produce el nexo argumental de las dos historias porque Armida, que está sufriendo las amenazas de "las hienas", se refugia en Piura resultando ser la hermana de Gertrudis, esposa de Felícito. Armida pide a Rigoberto que vaya a Piura y es allí donde se conocen los dos protagonistas.

   Todo se resuelve bien. Pasados unos días, Armida se instala en Roma convirtiéndose en la heredera de la fortuna de Ismael. Rigoberto se jubila y en el avión que les lleva a la soñada Europa se encuentran con Felícito y Gertrudis que han sido invitados por Armida a pasar unos días en su mansión de Roma, a la que también acudirán a una velada Rigoberto y Lucrecia.

   Los veinte capítulos van alternando ambas historias hasta que al final se produce ese nexo que nos parece pobre, una especie de pirueta argumental para conectar las dos historias, que no acaba de convencer. Resulta fácil y no sorprende en absoluto, no es brillante. Quedan además cosas por explicar como el cambio de la mujer de Felícito que es una especie de fantasma a lo largo de toda la novela y a la que nos encontramos muy distinta en el encuentro del avión. Igualmente nos quedamos sin saber quién o qué es Edilberto Torres, ese extraño individuo que se presenta varias veces a Fonchito sabiéndolo todo sobre él y sus padres.

   Se mezclan diversos tipos de narración abundando la tercera persona omnisciente con un fantástico estilo indirecto libre con el que el narrador, desde esa tercera persona, penetra en el interior del personaje y nos muestra lo que ve. Como ejemplo, el capítulo XIII (hay varios más) en el que los policías van a casa de Mabel a interrogarla. Allí el capitán Silva va haciéndole preguntas mientras que por la cabeza de ella van desarrollándose una serie de pensamientos; lo primero se hace desde la tercera persona, utilizando narración y diálogo mientras que lo segundo se hace a través de un claro estilo indirecto libre a través del cual el narrador bucea en el alma de Mabel y presenta lo que en ella se está produciendo, eso sí, desde el narrador puesto que se mantiene la tercera persona.

   De otro lado, mezcla diálogos de conversaciones distintas pero sobre un mismo tema, de manera que pueden solaparse en lugar de acudir a la voz del narrador. Así, en estos casos suprime los verbos dicendi y aparecen en diálogo las primeras personas de los personajes, es decir se superponen y entremezclan distintos diálogos o, lo que es lo mismo, no se produce un diálogo y luego introducido por el narrador el otro, sino que ambos se van enlazando. Son muchos ejemplos aunque van aumentando en la segunda mitad del libro, por ejemplo, la conversación de Fonchito con su padre a la vez que aparece intercalada la última que tuvo con Edilberto Torres, o cuando Felícito va a ver a la santera Adelaida (Cap. XV una vez que el caso está resuelto y a la vez que habla con ella aparece la conversación que tuvo con los policías. Llega incluso a solapar hasta tres conversaciones (Cap.XVIII): la que mantuvo Rigoberto con Fonchito en Lima sobre la última aparición de Edilberto Torres; la conversación que el niño tuvo con este individuo y ambas se traen al presente, cuando están los tres en Piura comiendo en un centro comercial, y las dos anteriores se intercalan con la que tienen los tres en el presente narrativo (pp. 320-323). Así, en estas páginas no aparece el narrador para presentar los diálogos sino que se van sumando e intercalando los tres distintos diálogos, de manera que hay que estar atento para saber quién y con quién está hablando en cada momento, sin olvidar que de esta manera también se altera el tratamiento del espacio y del tiempo.

   Hay  que señalar el riquísimo léxico hispanoamericano y especialmente el utilizado en Perú, de forma que se reproduce literalmente el habla coloquial del país: cojudo (cobarde)y cojudez, pelotudo, concha de su madre (hijo de puta), churre (niño), pararse (levantarse), puche, trompeaderas, cafiches, chichería, piajeno, puche (cigarro)...

   Algo que me ha desconcertado: queísmos “No me digas que no te diste cuenta que la sabida esa de la Mabelita...” (p.189, en boca del capitán Silva) o “¿Y te acuerdas que, cuando ya me despedía...” (p.257, en boca de Felícito); vulgarismos: “Había nacido pobre, pobrísimo, cerquita de Chulucanas...” (p.85, en boca del narrador). No sé si hay que interpretarlo como afán de registrar el habla tal y como se produce entre la gente normal, claro que esto nos valdría sólo en el primer caso, no en el segundo puesto que aquí quien habla es el narrador...

   El estilo es absolutamente “limpio”, transparente, el de sus mejores novelas y, sin duda, esto junto a los alardes técnicos descritos es lo más sobresaliente de la novela. En cuanto al contenido, cabría reflexionar sobre lo único que une a los dos protagonistas, esto es, su inquebrantable sentido de la dignidad y la honradez. Ambos tienen una voluntad inquebrantable e insobornable y, efectivamente son dos héroes de la cotidianeidad, dos héroes discretos, Por lo demás, en cuanto a contenido, la novela no plantea grandes temas y las situaciones son muy cotidianas y vulgares.

Puedes comprar el libro haciendo click en este enlace:





sábado, 28 de enero de 2017

MODIANO, Patrick, “En el café de la juventud perdida”, Anagrama, Barcelona, 2008




   Cuatro historias que confluyen en una única, que es la suma de todas ellas; cuatro narradores que, desde su perspectiva, cuentan la misma historia; cuatro primeras personas que desde sus individualidades bien distintas entretejen y conforman un único personaje sobre el que gravita un mismo escenario, -París, y fundamentalmente un café de la orilla izquierda, Le Condé, -, y un mismo tiempo, los años sesenta.
            
   Esas cuatro voces son las de otros tantos personajes, siendo una de ellas la de la propia Louki que es la joven fascinante, auténtica protagonista de esta preciosa, triste y, en cierto modo, nostálgica novela cuya mayor dificultad es, quizá, situar la linealidad en el tratamiento del tiempo narrativo.
            
   En el café Le Condé se reúnen habitualmente una serie de jóvenes variopintos, aunque algunos no tan jóvenes, que comparten su rechazo a la norma (pese a que la mayoría no sean estudiantes universitarios) y su vida al margen de lo socialmente establecido. Modiano nos da breves pinceladas de muchos de ellos para centrarse en el que le interesa: la extraña Louki.
           
   Uno de ellos, del que desconocemos hasta el nombre es el que se constituye en la primera voz narrativa de las cuatro. Es muy joven, estudiante en la Escuela de Minas, -que abandonará pronto, según sabremos después-. Nos habla de su propia experiencia en Le Conté, de cómo conoció a Louki y de su fascinación por ella. Su narración se produce años después, no sabemos cuántos, y se hace por tanto desde la memoria, el olvido y la nostalgia.
            
   El segundo narrador es Pierre Caisley, detective privado, antiguo policía que nos cuenta cómo se quedó atrapado por la misma joven a la que tiene que investigar cuando es contratado por su marido, Jean Pierre Choureau, quien ha sido abandonado por ella. Nos da su propia visión de Louki, de sus amigos del café, de lo que averigua respecto a sus orígenes familiares, de la tristeza y pobreza anímica que rodea a su marido y al piso que compartió con él en Neuilly...Al final, alguien experimentado como él, decide no contar al marido nada de lo descubierto por él ni de sus conclusiones, situándose (sin ni siquiera haber cruzado una palabra con ella) al lado de Louki, no delatándola y permitiéndole que siga buscando su identidad.
            
   El tercer narrador es la propia Louki que viene a ampliar considerablemente lo que hemos ido sabiendo de ella. De una manera un poco caótica y mezclando los tiempos, nos habla de su madre, -acomodadora del Moulin-Rouge-; de un padre desconocido; de una adolescencia en la que se va despegando del control materno y en la que, sin ningún rumbo fijo, empieza a conocer a personas no muy recomendables (como su amiga Jeanntte Gaul, apodada Calavera, que la introducirá en el mundo de la “nieve”); de su autodidactismo (nunca fue admitida en el Liceo); de su absurdo matrimonio; de su relación con un joven de su edad, Roland...Pero lo más curioso es cómo habla de todo ellos, cómo es su voz narrativa...Produce en el lector una especie de extrañeza porque al final queda la sensación de que no la conocemos, no sabemos muy bien cómo es, qué busca, qué la hace sufrir, qué la mueve a hacer lo que hace...Todo respecto a ella es una nebulosa en la que sí queda clara la sensación de que está perdida, sola, buscando su propia identidad y su propio rumbo pero es como si ella no fuera consciente de todo esto, como si todo le resbalase, como si nada de lo que hace ni de lo que la rodea fuera mucho con ella. No se implica en nada y no hay mucha explicación ni para lo que piensa ni para lo que le ocurre. No tiene raíces ni identidad y Modiano se encarga de que toda ella sea un misterio para el resto de los personajes y para el propio lector. La mejor arma para ello es esa narración que no explicita, que se mueve en una niebla respecto a Louki, quien continuamente rompe y crea un presente sin que apenas sepamos de ella.
            
   Este estilo nebuloso es lo más atractivo de la novela porque evidentemente deja muchas interpretaciones al lector.
            
   Quizá sea el curto narrador el que más cosas nos diga de ella y, desde luego, es el que más me ha gustado. Sin embargo tampoco la conoció bien pese a haber tenido una relación ¿amorosa? También nos habla de Louki muchos años después de ocurridos los hechos y, -mucho más que en el primero- todo en su narración está tocado por la nostalgia de ella. Entre esos extraños sentimientos que pueblan el libro y que tienen los personajes no está el del amor. Sabemos que Roland, -ése es su nombre-, estuvo muy enamorado de ella y que se constituyó en un elemento imprescindible para él pero nunca lo plantea así, de forma que, como casí todo en la novela, lo intuimos más que lo sabemos. Al final cuenta cómo todo se trunca cuando Louki, después de consumir “nieve” con su amiga, se suicida arrojándose por una ventana. Por la amiga sabrán que sus últimas palabras fueron: “Ya está. Déjate ir”. Estas palabras ponen el final al libro y nos permiten entender otras de la propia Louki. “...No tardaría en llegar al filo del precipicio y me arrojaría al vacío ¡Qué dicha flotar en el aire y saber por fin cómo era esa sensación de ingravidez que llevaba toda la vida buscando!” (p.84). Roland cuenta cómo este final de su amiga le sorprende profundamente. Habían quedado en encontrarse diez minutos más tarde, “a partir de ese momento hubo un hueco en mi vida, un blanco, que no es que diera sensación de vacío, sin más, sino que la vista no lo podía soportar. Toda aquella blancura con una fuerte luz, que irradiaba. Y así seguirá siendo hasta el final” (p.130).
            
   En sus narraciones, cada uno habla de los otros pero todos reservan la emoción para cuando hablan de Louki y así y todo, el estilo es absolutamente contenido, me atrevería a decir que instala como una especie de fantasmagoría en todo.
            
   Comencé la lectura de este libro muy influida por las buenísimas críticas que leí sobre él y la primera mitad me sorprendió negativamente. Posiblemente hice de esas páginas una lectura excesivamente rápida y no veía la bondad por ningún lado. Pero en un momento dado me sentí atrapada, no sólo por Louki y el resto de los personajes sino sobre todo, e insisto en ello, por la sensación de un estilo casi mágico que me puso al borde de una sensación febril. Llegado este momento no pude dejarla hasta el final y, lo más curioso, es que al terminar la lectura fui incapaz de dormir en toda la noche. Esto me ha ocurrido con muy pocas novelas y, desde luego creo que ninguna me dejó la sensación de infinita tristeza que me produjo ésta.

            
   Sencillamente fantástica.


Puedes comprar el libro haciendo click en este enlace:





martes, 24 de enero de 2017

FERRANTE, Elena, La amiga estupenda, Lumen, Barcelona, 2016




   Primera de las cuatro novelas que conforman la tetralogía escrita por la misteriosa Elena Ferrante. Misteriosa hasta el 2016, porque en octubre de este año, el periódico italiano Il Sole, aunque con procedimientos de investigación no muy lícitos, daba a conocer la verdadera identidad de esta autora que no es otra que Anita Raja, napolitana, con ascendencia polaca y judía, traductora de profesión y de 63 años de edad quien confirmaba la noticia poco tiempo después. La verdad es que esto poco importa para la valoración literaria de la novela y suponemos que sí importa para otras cuestiones que, por lo que tienen de extraliterarias, no nos interesan en absoluto.
            
   La novela arranca cuando a Lenú le comunican la desaparición de Lila, su mejor amiga desde la infancia, pero inmediatamente esto queda relegado y la narradora, Lenú, hace un gran salto al pasado para empezar a contarnos su relación desde que se conocieron cuando apenas tenían tres años. Asistimos así a un demorado y prolijo relato de la infancia y adolescencia de ambas, de sus trayectorias, de sus familias, de su evolución individual pero, sobre todo, de su inquebrantable amistad, y todo ello situado en un humilde barrio de las afueras de Nápoles. Ambos elementos, esto es, la creación de los dos personajes protagonistas así como del ambiente en que nacieron y vivieron esos períodos de su vida son sin duda, los dos grandes aciertos de la novela.
            
   Empecemos por ese ambiente. Hemos dicho que, salvo alguna pequeña incursión en la propia ciudad de Nápoles, toda la narración se sitúa en uno de sus barrios que, sin duda, la narradora conoce bien y que es fundamentalmente humilde y poblado por gentes trabajadoras, rudas y resignadas con la vida que les ha tocado. La cultura no tiene valor y la dureza, a veces brutalidad, empaña las relaciones entre sus habitantes. Impera la posesión de dinero de forma que el que tiene un poco destaca por encima de todos y se convierte en el amo y señor. Prima la astucia, la habilidad personal, la arrogancia ausente de valores, la inteligencia natural para sobrevivir de la manera mejor posible. Una cierta tristeza, una asunción de la miseria, una desesperanza lo impregna todo de forma que el lector se siente transportado a ese ambiente perfecta y prolijamente descrito, y asiste atónito a conversaciones, insultos, peleas, riñas familiares, malos tratos, esperanzas, sentimientos de inferioridad. Pocas veces aflora entre sus habitantes el amor, la cordialidad o la sensibilidad y el barrio entero parece estar condenado a la miseria que lo impregna todo. Ellos mismos, cuando algunas veces salen de los límites de este entorno y se acercan a la ciudad, son conscientes de su inferioridad, de todo lo que la vida les está quitando y, por tanto, muchas veces aflora el rencor, rencor que pocas veces es sentimiento de clase pero que, en cualquier caso les llena de rabia o de amargura.
            
   Ya hemos dicho que la novela está narrada desde la primera persona de Lenú, así que todo lo sabremos a través de su perspectiva. Son dos personajes casi opuestos pero que se admiran mutuamente y se necesitan siempre, aunque esto parezca más evidente en el caso de la narradora. Lenú es la mayor de tres hermanos, es juiciosa, seria, obediente, sensata, influenciable, estudiosa. Quiere mucho a su padre, de profesión conserje, y menos a su madre con la que se lleva mal. En la secundaria empieza a destacar en el colegio y sus profesores convencerán a su padre para que le permita seguir estudiando, aun con la oposición de la madre, que piensa que eso es una pérdida de tiempo y de dinero. Así se irá convirtiendo en una brillante estudiante hasta el curso de preuniversitario, pese a que las condiciones que la rodean no son las más propicias . Lenú está subyugada y fascinada por Lila y sólo le importa lo que ésta diga, haga, quiera o piense: “Su rapidez mental tenía algo de silbido, de brinco, de dentellada letal. Y en su aspecto no había nada que actuara como atenuante. Iba desgreñada, sucia, en las rodillas y los codos llevaba siempre costras de heridas que nunca tenían tiempo de curarse. Los ojos grandes y vivísimos sabían volverse escrutadores, y antes de cada respuesta brillante, lanzaban una mirada que parecía no sólo poco infantil, sino quizá ni siquiera humana. Cada uno de sus movimientos indicaba que no servía de nada hacerle daño, porque sea cual fuere el cariz que tomaran las cosas, ella habría encontrado el modo de causarte mucho más daño a ti” (p.48). La admiración que siente Lenú hacia la amiga a veces resulta excesiva, y llega a molestar el grado de dependencia que siente de ella. Lina, por el contrario, es rebelde, inteligente, astuta, desconcertante y, a medida que va creciendo, provocadora y apabullante con sus conductas y actitudes. Después de la primaria no podrá seguir estudiando y su padre la pone a trabajar en la casa y en el negocio familiar, -una humilde zapatería-, pero se convierte en una autodidacta que devora libros que saca de la biblioteca del barrio, libros en los que estudia todo lo que su amiga estudia en el colegio para así poder ayudarla. No lo hace sólo por cariño sino para satisfacer un reto personal. Es rencorosa, tenaz, temeraria y parece sentirse orgullosa de lo que Lenú va consiguiendo aunque a veces parece que siente envidia. Juntas viven en su infancia los juegos con las muñecas, sus fantasías, los deberes escolares, los gritos del barrio, las tristezas familiares. Luego vendrá la adolescencia, los chicos, el acné, los primeros “novios”, las escapadas a la ciudad...Lenú seguirá estudiando y Lina se convertirá en la flamante novia de uno de los jóvenes con más dinero del barrio con el que acaba casándose mientras que Lenú no consigue el amor de Nino, del que está enamorada. El final te deja un sabor triste, el mismo que tiene Lenú cuando se da cuenta de que todo en el barrio es sucio y vulgar y de que ella no podrá salir de todo eso por mucho que estudie y sea una alumna brillante: “La plebe éramos nosotros. La plebe era ese disputarse la comida y el vino, ese pelearse para que te sirvieran el primero y mejor, ese suelo mugriento por el que los camareros iban y venían, esos brindis cada vez más vulgares” (p.384). Y dado que al final no se cierra el círculo de encuentro con el inicio de la novela, es evidente que la autora tenía decidida ya su continuación.
            
   Destaquemos también los múltiples personajes que pululan en torno a las dos protagonistas: amigos y amigas, vecinos, familiares, maestros...todos ellos convierten la narración en un coro que acompaña con su música a las dos solistas.

            
   El estilo es muy directo, fluido, íntimo y evocador de una etapa de la vida y de un tiempo pasado que no es percibido como mejor, quizá por eso no hay demasiada añoranza de lo pasado. Pero además, este estilo se aúna perfectamente con un contenido que es fundamentalmente emocional, y que ayuda a entender el éxito apabullante de público y crítica, éxito que no acabo de ver justificado del todo. La novela toca muchos aspectos pero los deja un poco a medias, apenas esbozados o insinuados, de modo que en algún sentido resulta un tanto fallida. Es, en fin, entretenida y de muy fácil lectura.

Puedes comprar el libro haciendo click en este enlace:






sábado, 21 de enero de 2017

MURDOCH, Iris, El libro y la hermandad, Impedimenta, Madrid, 2016





   Rodrigo Fresán dice en el postfacio de esta edición, que ya en 1944 Iris Murdoch era considerada “la más grande novelista escribiendo en idioma inglés”. Bueno...la afirmación nos parece cuando menos discutible y desde luego no comparto el entusiasmo despertado en muchos por esta novela que, publicada por primera vez en 1987, no vio la luz en castellano hasta el año pasado con la edición de Impedimenta.

            
   La novela se inicia con una fiesta para antiguos alumnos de un college de la selecta universidad de Oxford. En ella conoceremos a todos los protagonistas y personajes secundarios. Esta fiesta y las páginas que ocupa es como una obertura, como una gran presentación de todo lo que vendrá después y no es fácil seguir porque los nombres se suceden, se mezclan y todo tiene una apariencia un tanto caótica, aunque después de estas primeras páginas, llegará el orden y el desarrollo lineal que, en ese sentido, no planteará ya ningún problema.
            
   Toda la novela gira en torno a una especie de hermandad que algunos amigos en su juventud, en Oxford, constituyeron para patrocinar anímica y económicamente a uno de ellos, -David Crimond-, al que consideraban el líder y el único capaz para que escribiera un libro que expresara lo que todos ellos pensaban acerca del estado actual del mundo; un libro que, desde una óptica claramente marxista, planteara un análisis filosófico acerca de la revolución necesaria para que se produjera un cambio en la sociedad mundial. “Sine die”, todos aportarían una cantidad mensual, a modo de mecenazgo, para que Crimond se dedicara a escribirlo. Pero los años han ido pasando, Crimond se ha distanciado de todos ellos y nadie sabe nada de la marcha del gran libro aunque Crimond sigue viviendo de esa subvención.
            
   No sabemos de modo claro el tiempo transcurrido desde la juventud en Oxford de todos ellos hasta el momento final en que Crimond les comunica la finalización del libro, pero calculamos que han podido transcurrir unos veinticinco años y a lo largo de todos ellos las relaciones personales entre los integrantes de esa hermandad, su personalidad, su evolución y la elaboración de ese libro son los dos núcleos argumentales, -que no temáticos-,  sobre los que gira la novela.
            
   Estamos ante una novela coral con ausencia, por tanto, de un protagonista definido y la creación de esos personajes es uno de los aciertos de la obra. Personajes y lo que representan podría organizarse en torno a dos focos: el de todos los amigos y el de Crimond, presentados ambos al modo clásico en un agón al que no le faltan los elementos clásicos y trágicos que más adelante analizaremos. Empecemos por cada uno de esos personajes.

David Crimond. Provoca en todos un sentimiento de admiración y odio y todo teñido con una cierta dosis de envidia por lo que tiene de único y especial. Crimond es un individuo brillante y con una inteligencia poco común; es arrogante; malvado (a veces demoníaco); seductor y atractivo, enigmático, estrafalario...De joven llegó a ser importante en la política inglesa siendo mentor de varias corrientes de la izquierda marxista. Lleva años viviendo casi como un ermitaño dedicado en cuerpo y alma a la escritura de ese libro que todos sus amigos están esperando. En una ocasión sedujo a Jean Cambus (casada con Duncan) lo que supuso que sus amigos se posicionaron a favor de Duncan; aquello no salió bien y Jean volvió con su marido pero en la “actualidad” de la novela y en el baile de Oxford con que se abre ésta, Crimond vuelve a seducirla y viven un largo y tórrido romance que dura hasta que él la somete a una prueba enloquecida y casi demoníaca cuya consecuencia es que Crimond la abandona por segunda vez. En cualquier caso, es Crimond el único que ha permanecido fiel a sus ideas, a las de todos. Es el único consecuente con ellas, el que ha dedicado su vida a analizarlas y explicarlas. En ese sentido, es el único que no ha envejecido, al que la edad no ha atemperado, ni moderado, ni cambiado, como sí ha hecho con los demás. Por ello, es digno de admiración mientras que resulta casi patético ver en qué se han convertido los otros.

Gerard Hernshaw. Es el otro de los pilares del grupo de la hermandad. Intelectualmente brillante, es un moralista que se siente responsable del bienestar de todos ellos, lo que le hace sentirse obligado también a cuidarlos, a aconsejarlos, a ayudarlos en todo lo que pueda, por eso es quizá el más serio y el que tiene un fuerte ascendiente sobre todos ellos, que le respetan y admiran. Es gay y de joven tuvo relaciones con varios del grupo si bien del que estuvo enamorado fue de Sinclair Curtland, cuya muerte repentina y en plena juventud, no ha conseguido superar del todo. En el presente descubre que está enamorado de Jenkin y así se lo plantea. Es metódico, ordenado, rico y se deja querer por Rose Curtland, con la que acabará compartiendo su vida, una vez muerto Jenkin: “Voy a cuidar de Rose. No permitiré que los Curtland la secuestren. Voy a hacerla feliz. Rose es la felicidad, salvo que yo nunca la he visto así. No puedo vivir sin ella”. Al final, y como no podía ser de otra forma, es el primero en leer las galeradas del libro y queda conmocionado por su brillantez: “Es todo lo que esperábamos. También, es todo lo que más adelante temimos. Mucha gente lo leerá y discutirá, y creo que tendrá gran influencia. Es curioso. Me acuerdo de lo que pensábamos de Crimond hace tantos años, cuando creíamos que era alguien admirable y capaz de expresar nuestras ideas, que podría hablar por todos nosotros. Por supuesto, el libro no es en absoluto lo que entonces nosotros esperábamos, es mucho más que eso, y no es lo que queremos oír ahora, pese a que tenemos que oírlo (...). No es un libro más sobre teoría política. Es una síntesis. Es inmensamente largo. Trata de todo (...) Dios mío, ¡cuánto sabe ese hombre, qué paciencia ha tenido, cuánto ha leído y qué manera de pensar! (...). No conozco a nadie que hubiera sido capaz de escribir algo así (...). Hace siglos él me contó que tenía que hacerlo para sí mismo, para explicarse la totalidad de la filosofía a sí mismo, sin ayuda de nadie. Y es lo que ha hecho: los presocráticos, Platón, Aristóteles, Plotino, hasta llegar al presente, y también la filosofía oriental. Eso significa moral, religión, arte..., todo tiene cabida en su libro. También le ha dedicado un capítulo espléndido a San Agustín. Y escribe muy bien. Es divertido e ingenioso. Lo leerá toda clase gente” (pp.596-597). Días más tarde, y espoleado por el libro de Crimond, Gerard decide darle la réplica, escribir él otro libro aunque esta tarea le asusta por lo difícil, y se le presenta como la ascensión casi imposible a la cima de una montaña inmensa, pero después de una larga reflexión sobre ello, -y este ya es el final de la novela-, decide que va a subirla, que escribirá ese libro.

Rose Curtland. Guapa, elegante, distinguida y aristócrata. Desde su juventud en Oxford está enamorada de Gerard pero sabe que es imposible llegar con él a algo más que a una sólida y gran amistad. Ella es su confidente, su mejor amiga, su cómplice en todo, pero Gerard es homosexual, y primero su hermano, Sinclair, y luego Jenkin han imposibilitado que él pueda sentir otra cosa por ella. Al final de la novela, -ya lo hemos dicho-, acabarán compartiendo vida y proyectos pero suponemos que él sigue sin poder amarla. Rose es convencional, formalista, moralista y enemiga acérrima de Crimond y del libro de éste y sus ideas, pese a que en un momento, -sorpresivo e inexplicable para el lector-, Crimond le pide que se case con él y ella crea estar enamorada. Rose es la propietaria de Boyars, preciosa casa de campo, herencia de la familia y en la que se reúnen los amigos para hacer unas curiosas jornadas literarias (curiosas porque la literatura no aparece por ningún lado).

Duncan Cambus. Otro de los miembros iniciales de la hermandad. Está pasando un auténtico infierno por el abandono de su mujer, Jean, y el odio que siente por Crimond. Quizá sea el más egoísta de todos, en el sentido de que está absorbido por su problema, de que quiere vivir en soledad y de que cada vez se va alejando más de sus amigos. Es diplomático, grande físicamente y un poco agresivo. Al final, cuando vuelve a estar con Jean, es consciente del cambio que el sufrimiento ha operado en su personalidad pero quiere a su mujer y está dispuesto a hacer lo que sea para no volver a perderla. Por todo ello, siente que lo mejor de él ha muerto y que lo que queda es cinismo y egoísmo: “En ocasiones se sentía como si estuviera roto, hecho trizas, pulverizado, como un jarrón cuyos fragmentos no pudieran volver a unirse. Pero la mayoría de las veces se consolaba con la idea de que una parte de sí mismo había sobrevivido, una parte tenaz, perversa e irónica. ¡Y lo que quedaba de él no iba a sufrir más! La insensibilidad sería su mejor defensa “(p.560). Nunca contó, ni contará a nadie que fue él quien, por accidente, mato a Jenkin cuando éste se presentó en casa de Crimond al enterarse de que ambos se iban a encontrar allí. Sorprende su frialdad ante lo ocurrido y su capacidad para vivir con ese terrible secreto. Llega incluso a escribir a Gerard haciendo un panegírico sobre la amistad indeleble que siente por él.

Jean Cambus. Ya hemos hablado de ella. Casada con Duncan, le abandona dos veces para irse con Crimond, de quien está profundamente enamorada. Al final, Crimond la deja y vuelve con su marido diciendo a todos, incluido a éste, que ha sido ella quien se ha marchado. Es muy hermosa, elegante, vitalista y tiene mucho dinero pues pertenece a una familia importante. Fue muy deseada en los años de Oxford. Acaba con Duncan viviendo en Francia, libres de la presión y el asedio emocional que supondría seguir en Londres después de lo ocurrido. Ambos, Duncan y ella, se quieren pero saben o sospechan que ella sigue enamorada de Crimond. En Francia se dedican a hacerse una gran mansión y una vida nueva.

Jenkin. Es, quizá, el más normal del grupo, el más sencillo incluso en sus hábitos y forma de vida. Es comprensivo, amable, solidario y muy generoso. Se dedica a la docencia con adolescentes y vive de una manera muy austera. Apenas sabemos de su vida privada. Es el mejor amigo de Gerard y Dunkan le admira y le respeta. Mantienen largas conversaciones y Gerard, ya bastante avanzada la novela, le confiesa que está enamorado de él y que quiere que vivan juntos. No sabemos qué hubiera pasado porque la conversación se interrumpe cuando aparece Tamar y le cuenta que los dos enemigos mortales (Crimond y Dunkan) van a encontrarse y resolver para siempre, -quizá con la muerte-, su enfrentamiento por Jean. Pero una vez allí, es Jenkin la víctima inesperada de otro de los juegos organizados por Crimond cuyo final era su propia muerte. Todo sale mal y Crimond tendrá que asistir horrorizado a la muerte accidental de Jenkin a manos de Duncan. Gerard queda destrozado ante la muerte del amigo y nunca sabrá que fue Duncan quien lo hizo.

Tamar Hernshaw. Sobrina de Gerard y, junto con Violet, su madre, la pariente pobre de éste. En un inicio es bondadosa, solícita y muy tímida. Para Gerard es “como el aire fresco, como el agua fresca, como el buen pan” y ella por él siente respeto reverencial viéndole como si fuera su hermano mayor. Es muy joven y por tanto no forma parte de la hermandad, pertenece al grupo sólo por lazos familiares. Deja Oxford cuando su madre, agobiada por las deudas, le exige que se ponga a trabajar. Desgarbada, es un poco el “patito feo” del grupo y está, al menos al principio, absolutamente dominada por su madre. Todo cambiará cuando mantiene una relación sexual con Duncan.

Gulliver. Pertenece a la hermandad pero es de todos el que menos aparece. Está en paro y atravesando dificultades económicas que hacen que se sienta inferior respecto al resto y por eso los cultiva poco. Su obsesión es mantener las apariencias frente a los demás. Es gay y está enamorado de Gerard.



   El comité está formado por Gerard, Rose, Dunkan, Jenkin, Gulliver, Jean y su padre y el padre de Gerard que muere en el presente de la narración. Hay muchas discusiones entre ellos porque pasados los años todo ha cambiado y no están de acuerdo en seguir pasando ese dinero a Crimond del que, además, en la actualidad piensan que es amoral, mentiroso, defensor del terrorismo, trotskista, anarquista, matón, granuja, conspirador, comunista clandestino...Sólo Jenkin le justifica y le llama lobo solitario, romántico, idealista, pensador. También dice de él que está preocupado por el sufrimiento, la pobreza y la injusticia. Gerard se siente en medio de todos y presionado para hablar con Crimond.

   La novela pretende reflejar la sociedad inglesa del momento pero sólo lo consigue respecto a un grupo, -suponemos no muy representativo- , formado por individuos cultos, universitarios, intelectuales, con una buena posición económica, incapaces por preocuparse por otras cuestiones que no tengan que ver directamente con ellos mismos. Individuos progresistas, con tendencias sexuales confusas, con clara voluntad de no tener hijos y con un cúmulo de ideales agotados, porque la novela también es eso, una especie de elegía a los devastadores efectos del paso del tiempo.


   Los diálogos son importantes no sólo por lo que se dice o calla en ellos, sino también porque a un personaje clave, -Crimond- , lo conocemos básicamente por lo que los otros dicen de él, sin embargo, esos diálogos en muchas ocasiones me parecen fallidos en sus pretensiones intelectuales, de forma que se pretende establecer en ellos teorías políticas y filosóficas acerca del hombre y del mundo pero, casi siempre resultan confusas y superficiales.


   Lo que más me ha interesado de la novela es el debate vital, el enfrentamiento absoluto entre dos posiciones representadas perfectamente por Crimond y Gerard, debate que podría reducirse al tándem Política y Amor, entendiendo ambos conceptos en un sentido amplio, de forma que Política sería lo colectivo, lo ideológico, lo público, mientras que Amor equivaldría al individuo y su dimensión privada e íntima, esto es, su vivencia del sentimiento, la amistad o la familia. Crimond encarna lo primero mientras que los antiguos condiscípulos, lo segundo. El debate, el enfrentamiento es difícil de resolver y de hecho no se resuelve, porque si bien Crimond acaba escribiendo su libro, hay algo en él que nos repele, que no nos convence. Mientras, en el otro lado, parece que acaba triunfando el Amor (Duncan y Jean, Gerard y Rose, Gulliver y Lily...) pero merced a un precio tan alto que el debate acaba convirtiéndose en el agón griego, al que no le falta la vertiente trágica porque ese precio alto que pagan no es sino la muerte del mejor de ellos, adaptada luego por ellos a sus miserias y a sus turbios intereses y, en cuanto a la Política, la adaptan también a sus necesidades actuales, muy lejanas de las que sentían en su juventud universitaria.


   Creo que quedan explicadas mis dudas acerca de las bondades de este libro de Iris Murdoch.



Puedes comprar el libro haciendo click en este enlace: