Argumentalmente, dos historias paralelas que
se cruzan al final para continuar, suponemos, separadas de nuevo.
En
la primera, Felícito Yanaqué es dueño de la empresa de transportes Narihuala
(así arranca el libro). Vive en la ciudad peruana de Piura. Es cholo (nombre
con el que los peruanos llaman a los mestizos de europeo e indígena); está
casado con Gertrudis porque siendo muy joven, ella y sobre todo su madre le
señalaron como padre del hijo que esperaba Gertrudis, con la que apenas se
había acostado dos veces, así que se vio obligado a casarse con ella pese a que
ni la quería ni le gustaba lo más mínimo; tiene con ella dos hijos: Miguel,
-del que Felícito siempre sospechó que no era suyo-, y Tiburcio, a quien sí
siente como de su sangre; tiene una amante, Mabel, a quien le ha puesto una
casita, le pasa un dinero mensual y con quien se encuentra un par de veces a la
semana. Felícito tiene un pasado muy humilde; su madre les abandonó a él y a su
padre y éste consagró su vida, en medio de la más absoluta pobreza, a que su
hijo estudiara y fuera de mayor alguien de provecho. Como herencia, cuando
murió en una “cama sin colchón” del Hospital Obrero, le dejó un consejo que
Felícito repetirá varias veces para
explicar su comportamiento: “Nunca te dejes pisotear, hijito”. Felícito
es un hombre respetado, pulcro, sistemático en sus costumbres; sin embargo todo
se quiebra cuando empieza a recibir anónimos de una supuesta banda mafiosa para
que pague unas cuotas a cambio de ser protegido por ella. Se suceden los días
de angustia porque él se niega; le queman uno de sus almacenes de transporte,
secuestran a su amante y se hace muy popular porque en el periódico local
escribe una carta a la banda en la que asegura que jamás les pagará nada
(“Nunca te dejes pisotear, hijito). Al final, la policía averiguará que los
responsables de la extorsión no son otros que su hijo Miguel y su amante.
Miguel es encarcelado y Felícito le asegura que retirará la acusación si él
renuncia a su apellido, cosa que para nuestro protagonista supone toda una
liberación. En cuanto a Mabel sale del embrollo sin cargos por haber cooperado
con la policía. Felícito va a verla para romper su relación con ella. Casi al
final se instalará en su casa una hermana de su mujer que viene huyendo de Lima
porque se siente amenazada.
En esta primera
historia cabe destacar la presencia de los dos policías: el capitán Silva y el
sargento Lituma, dos personajes impagables, fruto del Perú tan tratado por
Vargas Llosa. Son dos individuos vagos, incompetentes que, sin embargo, acaban
resolviendo brillantemente el caso.
La otra historia es
la protagonizada por el poderoso empresario Ismael Carrera y el gerente de sus
empresas, el abogado D. Rigoberto. El primero pasa de los ochenta años y tiene
por hijos a dos indeseables y semidelincuentes que están deseando que se muera
para heredar y seguir llevando la vida disipada que les gusta. Ismael decide
darles un escarmiento casándose con su sirvienta, la chola Armida. Para ello
pide a su chófer y a Rigoberto, -las únicas personas en las que confía-, que
sean los testigos de su boda, previendo que sus hijos, -“las hienas”-, querrán
invalidar la boda. Rigoberto, que estaba a punto de jubilarse y emprender un viaje
de placer por Europa con su mujer, Lucrecia, y su hijo, Fonchito, va a vivir
una pesadilla llena de presiones para que testifique y poder invalidar la boda,
-igual que el chófer-. Ismael vuelve de su viaje de novios por Europa con
Armida convertida en toda una señora, y promete resolverlo todo pero muere
inesperadamente de un infarto y es aquí cuando se produce el nexo argumental de
las dos historias porque Armida, que está sufriendo las amenazas de "las hienas",
se refugia en Piura resultando ser la hermana de Gertrudis, esposa de Felícito.
Armida pide a Rigoberto que vaya a Piura y es allí donde se conocen los dos
protagonistas.
Todo se resuelve
bien. Pasados unos días, Armida se instala en Roma convirtiéndose en la
heredera de la fortuna de Ismael. Rigoberto se jubila y en el avión que les
lleva a la soñada Europa se encuentran con Felícito y Gertrudis que han sido
invitados por Armida a pasar unos días en su mansión de Roma, a la que también
acudirán a una velada Rigoberto y Lucrecia.
Los veinte capítulos
van alternando ambas historias hasta que al final se produce ese nexo que nos
parece pobre, una especie de pirueta argumental para conectar las dos historias,
que no acaba de convencer. Resulta fácil y no sorprende en absoluto, no es
brillante. Quedan además cosas por explicar como el cambio de la mujer de
Felícito que es una especie de fantasma a lo largo de toda la novela y a la que
nos encontramos muy distinta en el encuentro del avión. Igualmente nos quedamos
sin saber quién o qué es Edilberto Torres, ese extraño individuo que se
presenta varias veces a Fonchito sabiéndolo todo sobre él y sus padres.
Se mezclan diversos
tipos de narración abundando la tercera persona omnisciente con un fantástico
estilo indirecto libre con el que el narrador, desde esa tercera persona,
penetra en el interior del personaje y nos muestra lo que ve. Como ejemplo, el
capítulo XIII (hay varios más) en el que los policías van a casa de Mabel a
interrogarla. Allí el capitán Silva va haciéndole preguntas mientras que por la
cabeza de ella van desarrollándose una serie de pensamientos; lo primero se
hace desde la tercera persona, utilizando narración y diálogo mientras que lo
segundo se hace a través de un claro estilo indirecto libre a través del cual
el narrador bucea en el alma de Mabel y presenta lo que en ella se está
produciendo, eso sí, desde el narrador puesto que se mantiene la tercera
persona.
De otro lado,
mezcla diálogos de conversaciones distintas pero sobre un mismo tema, de manera
que pueden solaparse en lugar de acudir a la voz del narrador. Así, en estos
casos suprime los verbos dicendi y aparecen en diálogo las primeras personas de
los personajes, es decir se superponen y entremezclan distintos diálogos o, lo que es lo mismo, no se produce un
diálogo y luego introducido por el narrador el otro, sino que ambos se van
enlazando. Son muchos ejemplos aunque van aumentando en la segunda mitad del libro,
por ejemplo, la conversación de Fonchito con su padre a la vez que aparece
intercalada la última que tuvo con Edilberto Torres, o cuando Felícito va a ver
a la santera Adelaida (Cap. XV una vez que el caso está resuelto y a la vez
que habla con ella aparece la conversación que tuvo con los policías. Llega
incluso a solapar hasta tres conversaciones (Cap.XVIII): la que mantuvo
Rigoberto con Fonchito en Lima sobre la última aparición de Edilberto Torres;
la conversación que el niño tuvo con este individuo y ambas se traen al
presente, cuando están los tres en Piura comiendo en un centro comercial, y las
dos anteriores se intercalan con la que tienen los tres en el presente
narrativo (pp. 320-323). Así, en estas páginas no aparece el narrador para
presentar los diálogos sino que se van sumando e intercalando los tres
distintos diálogos, de manera que hay que estar atento para saber quién y con
quién está hablando en cada momento, sin olvidar que de esta manera también se
altera el tratamiento del espacio y del tiempo.
Hay que señalar el riquísimo léxico
hispanoamericano y especialmente el utilizado en Perú, de forma que se
reproduce literalmente el habla coloquial del país: cojudo (cobarde)y cojudez,
pelotudo, concha de su madre (hijo de puta), churre (niño), pararse
(levantarse), puche, trompeaderas, cafiches, chichería, piajeno, puche (cigarro)...
Algo que me ha
desconcertado: queísmos “No me digas que
no te diste cuenta que la sabida esa de la Mabelita...” (p.189, en boca del
capitán Silva) o “¿Y te acuerdas que,
cuando ya me despedía...” (p.257, en boca de Felícito); vulgarismos: “Había
nacido pobre, pobrísimo, cerquita de Chulucanas...” (p.85, en boca del narrador).
No sé si hay que interpretarlo como afán de registrar el habla tal y como se
produce entre la gente normal, claro que esto nos valdría sólo en el primer
caso, no en el segundo puesto que aquí quien habla es el narrador...
El estilo es absolutamente “limpio”, transparente, el de sus mejores novelas y, sin duda, esto junto a los alardes técnicos descritos es lo más sobresaliente de la novela. En cuanto al contenido, cabría reflexionar sobre lo único que une a los dos protagonistas, esto es, su inquebrantable sentido de la dignidad y la honradez. Ambos tienen una voluntad inquebrantable e insobornable y, efectivamente son dos héroes de la cotidianeidad, dos héroes discretos, Por lo demás, en cuanto a contenido, la novela no plantea grandes temas y las situaciones son muy cotidianas y vulgares.
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