sábado, 28 de enero de 2017

MODIANO, Patrick, “En el café de la juventud perdida”, Anagrama, Barcelona, 2008




   Cuatro historias que confluyen en una única, que es la suma de todas ellas; cuatro narradores que, desde su perspectiva, cuentan la misma historia; cuatro primeras personas que desde sus individualidades bien distintas entretejen y conforman un único personaje sobre el que gravita un mismo escenario, -París, y fundamentalmente un café de la orilla izquierda, Le Condé, -, y un mismo tiempo, los años sesenta.
            
   Esas cuatro voces son las de otros tantos personajes, siendo una de ellas la de la propia Louki que es la joven fascinante, auténtica protagonista de esta preciosa, triste y, en cierto modo, nostálgica novela cuya mayor dificultad es, quizá, situar la linealidad en el tratamiento del tiempo narrativo.
            
   En el café Le Condé se reúnen habitualmente una serie de jóvenes variopintos, aunque algunos no tan jóvenes, que comparten su rechazo a la norma (pese a que la mayoría no sean estudiantes universitarios) y su vida al margen de lo socialmente establecido. Modiano nos da breves pinceladas de muchos de ellos para centrarse en el que le interesa: la extraña Louki.
           
   Uno de ellos, del que desconocemos hasta el nombre es el que se constituye en la primera voz narrativa de las cuatro. Es muy joven, estudiante en la Escuela de Minas, -que abandonará pronto, según sabremos después-. Nos habla de su propia experiencia en Le Conté, de cómo conoció a Louki y de su fascinación por ella. Su narración se produce años después, no sabemos cuántos, y se hace por tanto desde la memoria, el olvido y la nostalgia.
            
   El segundo narrador es Pierre Caisley, detective privado, antiguo policía que nos cuenta cómo se quedó atrapado por la misma joven a la que tiene que investigar cuando es contratado por su marido, Jean Pierre Choureau, quien ha sido abandonado por ella. Nos da su propia visión de Louki, de sus amigos del café, de lo que averigua respecto a sus orígenes familiares, de la tristeza y pobreza anímica que rodea a su marido y al piso que compartió con él en Neuilly...Al final, alguien experimentado como él, decide no contar al marido nada de lo descubierto por él ni de sus conclusiones, situándose (sin ni siquiera haber cruzado una palabra con ella) al lado de Louki, no delatándola y permitiéndole que siga buscando su identidad.
            
   El tercer narrador es la propia Louki que viene a ampliar considerablemente lo que hemos ido sabiendo de ella. De una manera un poco caótica y mezclando los tiempos, nos habla de su madre, -acomodadora del Moulin-Rouge-; de un padre desconocido; de una adolescencia en la que se va despegando del control materno y en la que, sin ningún rumbo fijo, empieza a conocer a personas no muy recomendables (como su amiga Jeanntte Gaul, apodada Calavera, que la introducirá en el mundo de la “nieve”); de su autodidactismo (nunca fue admitida en el Liceo); de su absurdo matrimonio; de su relación con un joven de su edad, Roland...Pero lo más curioso es cómo habla de todo ellos, cómo es su voz narrativa...Produce en el lector una especie de extrañeza porque al final queda la sensación de que no la conocemos, no sabemos muy bien cómo es, qué busca, qué la hace sufrir, qué la mueve a hacer lo que hace...Todo respecto a ella es una nebulosa en la que sí queda clara la sensación de que está perdida, sola, buscando su propia identidad y su propio rumbo pero es como si ella no fuera consciente de todo esto, como si todo le resbalase, como si nada de lo que hace ni de lo que la rodea fuera mucho con ella. No se implica en nada y no hay mucha explicación ni para lo que piensa ni para lo que le ocurre. No tiene raíces ni identidad y Modiano se encarga de que toda ella sea un misterio para el resto de los personajes y para el propio lector. La mejor arma para ello es esa narración que no explicita, que se mueve en una niebla respecto a Louki, quien continuamente rompe y crea un presente sin que apenas sepamos de ella.
            
   Este estilo nebuloso es lo más atractivo de la novela porque evidentemente deja muchas interpretaciones al lector.
            
   Quizá sea el curto narrador el que más cosas nos diga de ella y, desde luego, es el que más me ha gustado. Sin embargo tampoco la conoció bien pese a haber tenido una relación ¿amorosa? También nos habla de Louki muchos años después de ocurridos los hechos y, -mucho más que en el primero- todo en su narración está tocado por la nostalgia de ella. Entre esos extraños sentimientos que pueblan el libro y que tienen los personajes no está el del amor. Sabemos que Roland, -ése es su nombre-, estuvo muy enamorado de ella y que se constituyó en un elemento imprescindible para él pero nunca lo plantea así, de forma que, como casí todo en la novela, lo intuimos más que lo sabemos. Al final cuenta cómo todo se trunca cuando Louki, después de consumir “nieve” con su amiga, se suicida arrojándose por una ventana. Por la amiga sabrán que sus últimas palabras fueron: “Ya está. Déjate ir”. Estas palabras ponen el final al libro y nos permiten entender otras de la propia Louki. “...No tardaría en llegar al filo del precipicio y me arrojaría al vacío ¡Qué dicha flotar en el aire y saber por fin cómo era esa sensación de ingravidez que llevaba toda la vida buscando!” (p.84). Roland cuenta cómo este final de su amiga le sorprende profundamente. Habían quedado en encontrarse diez minutos más tarde, “a partir de ese momento hubo un hueco en mi vida, un blanco, que no es que diera sensación de vacío, sin más, sino que la vista no lo podía soportar. Toda aquella blancura con una fuerte luz, que irradiaba. Y así seguirá siendo hasta el final” (p.130).
            
   En sus narraciones, cada uno habla de los otros pero todos reservan la emoción para cuando hablan de Louki y así y todo, el estilo es absolutamente contenido, me atrevería a decir que instala como una especie de fantasmagoría en todo.
            
   Comencé la lectura de este libro muy influida por las buenísimas críticas que leí sobre él y la primera mitad me sorprendió negativamente. Posiblemente hice de esas páginas una lectura excesivamente rápida y no veía la bondad por ningún lado. Pero en un momento dado me sentí atrapada, no sólo por Louki y el resto de los personajes sino sobre todo, e insisto en ello, por la sensación de un estilo casi mágico que me puso al borde de una sensación febril. Llegado este momento no pude dejarla hasta el final y, lo más curioso, es que al terminar la lectura fui incapaz de dormir en toda la noche. Esto me ha ocurrido con muy pocas novelas y, desde luego creo que ninguna me dejó la sensación de infinita tristeza que me produjo ésta.

            
   Sencillamente fantástica.


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