Cuatro historias que confluyen en una única,
que es la suma de todas ellas; cuatro narradores que, desde su perspectiva,
cuentan la misma historia; cuatro primeras personas que desde sus
individualidades bien distintas entretejen y conforman un único personaje sobre
el que gravita un mismo escenario, -París, y fundamentalmente un café de la
orilla izquierda, Le Condé, -, y un mismo tiempo, los años sesenta.
Esas
cuatro voces son las de otros tantos personajes, siendo una de ellas la de la
propia Louki que es la joven fascinante, auténtica protagonista de esta
preciosa, triste y, en cierto modo, nostálgica novela cuya mayor dificultad es,
quizá, situar la linealidad en el tratamiento del tiempo narrativo.
En
el café Le Condé se reúnen habitualmente una serie de jóvenes variopintos,
aunque algunos no tan jóvenes, que comparten su rechazo a la norma (pese a que
la mayoría no sean estudiantes universitarios) y su vida al margen de lo
socialmente establecido. Modiano nos da breves pinceladas de muchos de ellos
para centrarse en el que le interesa: la extraña Louki.
Uno
de ellos, del que desconocemos hasta el nombre es el que se constituye en la
primera voz narrativa de las cuatro. Es muy joven, estudiante en la Escuela de
Minas, -que abandonará pronto, según sabremos después-. Nos habla de su propia
experiencia en Le Conté, de cómo conoció a Louki y de su fascinación por ella.
Su narración se produce años después, no sabemos cuántos, y se hace por tanto
desde la memoria, el olvido y la nostalgia.
El
segundo narrador es Pierre Caisley, detective privado, antiguo policía que nos
cuenta cómo se quedó atrapado por la misma joven a la que tiene que investigar
cuando es contratado por su marido, Jean Pierre Choureau, quien ha sido
abandonado por ella. Nos da su propia visión de Louki, de sus amigos del café,
de lo que averigua respecto a sus orígenes familiares, de la tristeza y pobreza
anímica que rodea a su marido y al piso que compartió con él en Neuilly...Al
final, alguien experimentado como él, decide no contar al marido nada de lo
descubierto por él ni de sus conclusiones, situándose (sin ni siquiera haber
cruzado una palabra con ella) al lado de Louki, no delatándola y permitiéndole que
siga buscando su identidad.
El
tercer narrador es la propia Louki que viene a ampliar considerablemente lo que
hemos ido sabiendo de ella. De una manera un poco caótica y mezclando los
tiempos, nos habla de su madre, -acomodadora del Moulin-Rouge-; de un padre
desconocido; de una adolescencia en la que se va despegando del control materno
y en la que, sin ningún rumbo fijo, empieza a conocer a personas no muy
recomendables (como su amiga Jeanntte Gaul, apodada Calavera, que la
introducirá en el mundo de la “nieve”); de su autodidactismo (nunca fue
admitida en el Liceo); de su absurdo matrimonio; de su relación con un joven de
su edad, Roland...Pero lo más curioso es cómo habla de todo ellos, cómo es su voz
narrativa...Produce en el lector una especie de extrañeza porque al final queda
la sensación de que no la conocemos, no sabemos muy bien cómo es, qué busca,
qué la hace sufrir, qué la mueve a hacer lo que hace...Todo respecto a ella es
una nebulosa en la que sí queda clara la sensación de que está perdida, sola,
buscando su propia identidad y su propio rumbo pero es como si ella no fuera
consciente de todo esto, como si todo le resbalase, como si nada de lo que hace
ni de lo que la rodea fuera mucho con ella. No se implica en nada y no hay
mucha explicación ni para lo que piensa ni para lo que le ocurre. No tiene
raíces ni identidad y Modiano se encarga de que toda ella sea un misterio para
el resto de los personajes y para el propio lector. La mejor arma para ello es
esa narración que no explicita, que se mueve en una niebla respecto a Louki,
quien continuamente rompe y crea un presente sin que apenas sepamos de ella.
Este
estilo nebuloso es lo más atractivo de la novela porque evidentemente deja
muchas interpretaciones al lector.
Quizá
sea el curto narrador el que más cosas nos diga de ella y, desde luego, es el
que más me ha gustado. Sin embargo tampoco la conoció bien pese a haber tenido
una relación ¿amorosa? También nos habla de Louki muchos años después de
ocurridos los hechos y, -mucho más que en el primero- todo en su narración está
tocado por la nostalgia de ella. Entre esos extraños sentimientos que pueblan
el libro y que tienen los personajes no está el del amor. Sabemos que Roland,
-ése es su nombre-, estuvo muy enamorado de ella y que se constituyó en un
elemento imprescindible para él pero nunca lo plantea así, de forma que, como casí
todo en la novela, lo intuimos más que lo sabemos. Al final cuenta cómo todo se
trunca cuando Louki, después de consumir “nieve” con su amiga, se suicida
arrojándose por una ventana. Por la amiga sabrán que sus últimas palabras
fueron: “Ya está. Déjate ir”. Estas
palabras ponen el final al libro y nos permiten entender otras de la propia
Louki. “...No tardaría en llegar al filo
del precipicio y me arrojaría al vacío ¡Qué dicha flotar en el aire y saber por
fin cómo era esa sensación de ingravidez que llevaba toda la vida buscando!”
(p.84). Roland cuenta cómo este final de su amiga le sorprende profundamente.
Habían quedado en encontrarse diez minutos más tarde, “a partir de ese momento hubo un hueco en mi vida, un blanco, que no es
que diera sensación de vacío, sin más, sino que la vista no lo podía soportar.
Toda aquella blancura con una fuerte luz, que irradiaba. Y así seguirá siendo
hasta el final” (p.130).
En
sus narraciones, cada uno habla de los otros pero todos reservan la emoción
para cuando hablan de Louki y así y todo, el estilo es absolutamente contenido,
me atrevería a decir que instala como una especie de fantasmagoría en todo.
Comencé
la lectura de este libro muy influida por las buenísimas críticas que leí sobre
él y la primera mitad me sorprendió negativamente. Posiblemente hice de esas
páginas una lectura excesivamente rápida y no veía la bondad por ningún lado.
Pero en un momento dado me sentí atrapada, no sólo por Louki y el resto de los
personajes sino sobre todo, e insisto en ello, por la sensación de un estilo
casi mágico que me puso al borde de una sensación febril. Llegado este momento
no pude dejarla hasta el final y, lo más curioso, es que al terminar la lectura
fui incapaz de dormir en toda la noche. Esto me ha ocurrido con muy pocas
novelas y, desde luego creo que ninguna me dejó la sensación de infinita
tristeza que me produjo ésta.
Sencillamente
fantástica.
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