miércoles, 18 de enero de 2017

VANN, David, Sukkwan island, Ed. Alfabia, Barcelona, 2010



   

   De estilo directo, diáfano y desgarrador en lo que cuenta, seguimos estando ante la pareja formada por un padre y su hijo, pero en este caso el padre es un individuo egoísta, débil, depresivo, que poco piensa en ese hijo al que apenas conoce, y no sólo porque se empecine en llevarle a un lugar inhóspito y lleno de peligros (él mismo dirá: “la mayoría de la gente no traería aquí a sus hijos. Y la mayoría de la gente traería algo de comida” y efectivamente apenas han llevado comida porque la idea es comer frutos de la tierra), sino porque su relación con él es tortuosa, y porque él mismo es un hombre con una evidente patología emocional y parece que no es consciente de que al lado tiene sólo a un niño de trece años. Cuando los días van pasando, cuando el padre empieza a echar de menos a una mujer, cuando recibe por radio la negativa de su última esposa a volver con él, cuando el ambiente se va crispando y haciéndose irrespirable, cuando Roy, -el chico-, se va sintiendo cada vez más solo por la incomunicación con el padre..., será entonces cuando él está a punto de meterse un tiro en la cabeza (ya antes había intentado el suicidio tirándose, -haciendo que se caía-, por un barranco) en el momento en que Roy entra en la habitación de la cochambrosa cabaña en la que habitan. Él, -todavía no entiendo muy bien por qué-, sale de la cabaña entregándole la pistola a su hijo. En ese momento, con su padre fuera, Roy se puso el cañón en la sien y disparó. Se produce un estremecimiento y desgarro en el lector que se queda atónito y con el alma encogida, aunque la verdad es que las páginas anteriores al desenlace de esta primera parte no presagiaban nada bueno, y son tan duras e intensas que el lector entra en una especie de agonía, de miedo a seguir leyendo, de seguridad ante la tragedia que se presiente. Estamos sólo ante la mitad de la novela cuando esto bien podría ser el desenlace. Sea lo que sea, sólo una explicación muy compleja y retorcida justificaría la muerte de Roy, por ejemplo la que da algún personaje más tarde, y es que su hijo quiere salvar su vida con su propia muerte o, lo que es lo mismo, que Roy sabía la alta posibilidad del suicidio de su padre y se quita la vida a sí mismo para impedirlo. Todo resulta desmedido para un chaval de trece años.
         
   Pero lo peor es que falta casi media novela. Jim, el padre, empieza un recorrido delirante por la isla, cargando el cadáver destrozado, enterrándolo y desenterrándolo, buscando ayuda pero, efectivamente, la isla está tan desierta e incomunicada como él quería. En su recorrido encuentra una cabaña repleta de provisiones y allí se instala “instalando” también a su hijo en una habitación hasta que, pasado un tiempo, decide por fin enterrarlo cuando está ya prácticamente descompuesto. Pasará más tiempo él solo en la isla hasta que se le ocurre provocar un fuego para ser visto desde las avionetas. Efectivamente le localizan y le llevan a la ciudad donde la policía le acusa del asesinato de su hijo.
         
Aquí comienza lo que podría ser una tercera parte y, desde luego, la más delirante de la novela. Sale en libertad bajo fianza, se instala en un hotel y recibe la visita de la hermana y de la madre de Roy que se queda horrorizada cuando le cuenta que le puso la pistola en la mano. En una pirueta argumental y absurda decide escaparse en un barco de un indeseable que le arroja al mar cuando Jim le pide que dé la vuelta para entregarse. “Cuando cayó al agua (...) se hundía, pesaba y no llevaba chaleco salvavidas. Sintió una enorme pena por sí mismo. El mar abierto era una vista grandiosa. Picos que se abrían por todas partes, que surgían y desaparecían, laderas que pasaban junto a él (...)Luchó durante lo que pareció una eternidad y quizá fueran diez minutos, antes de que sus músculos se entumecieran y cansaran y empezara a tragar agua. Pensó en Roy, que no había tenido la oportunidad de conocer ese terror, cuya muerte había sido instantánea. Vomitó agua sin querer y la tragó y la respiró, como el final que representaba, duro, frío e innecesario, y supo que Roy le había querido y que eso debería haberle bastado. Simplemente no había entendido nada a tiempo” (final).
         
   Así acaba y creo que es un final casi ridículo, de manera que la novela no está bien resuelta a no ser que se quiera enfatizar en lo absurdo de una vida que acaba en una muerte también absurda, y que se ha llevado por delante la de su propio hijo. ¿Qué significa que le asesine de manera tan gratuita un delincuente? ¿Por qué no se le permite redimirse suicidándose y tomando así la decisión sobre su propia muerte? ¿Significa una especie de castigo providencial? ¿Se evidencia así más la inutilidad de la muerte de Roy?... En fin, se me ocurren muchas preguntas y supongo que por ello algo se me ha escapado en la lectura. En definitiva, me ha gustado mucho la primera parte, menos la segunda y nada la tercera.
         
   Leo en un blog: “La narrativa de Vann se asemeja a la de McCarthy, tanto en el aspecto formal, marcado por la ausencia de signatura en los diálogos (bastante escasos) y la economía de medios en la descripción de las acciones, como en la omnipresencia del paisaje geográfico y el papel que éste ejerce como moderador del comportamiento humano. El entorno natural pone a prueba, de forma continua, la adaptabilidad de los personajes al medio. Vann muestra una gran destreza en la descripción de la cotidianeidad humana dentro de un ámbito salvaje”.  http://literaturaenlostalones.blogspot.com.es/2012_06_01_archive.html (1).




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(1) Kaplan (martes, 26 de junio de 2012) David Vann. Sukkwan Island. literaturaenlostalones.blogspot.com.es.

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