Podríamos comenzar diciendo que el tema de
esta novela no es otro que la narración del desperdicio de una vida, la de
William Stoner, su protagonista. De hecho, la novela comienza de una forma
curiosa. Su primera página tiene una clara función catafórica, esto es,
anticiparnos lo que vamos a leer. Así, en esa primera página ya se nos dice: “unos pocos estudiantes le recordaban
vagamente, después de haber ido a sus clases (...) Nunca ascendió más allá del grado
de profesor asistente (...) Los colegas de Stoner, que no le tenían particular
estima cuando estaba vivo, ahora raramente hablaban de él; para los más viejos
su nombre era un recordatorio del final que nos espera a todos, y para los más
jóvenes es meramente un sonido que no evoca ninguna sensación del pasado ni
ninguna identidad con la que ellos pudieran asociarse a sí mismos ni a sus
carreras...” Estas primeras líneas del libro nos preparan pues para asistir a
la vida de un hombre al que la vida trató mal y que fue feliz escasamente una
breve temporada.
Stoner
nació en la última década del S. XIX en Missouri, en una familia de granjeros
de escasos recurso, en la que era hijo único. Su padre le envía a la
universidad para que estudie agricultura. Se hospeda en casa de unos parientes
miserables que le explotan a cambio de comida y un techo inmundo, de forma que
Stoner reparte el trabajo entre la granja y la universidad. Empieza a interesarse
por la literatura y se cambia de carrera. Después, medio protegido por un
curioso profesor, -Sloane-, comienza a dar clase de lengua y literatura inglesa
en la misma universidad. Es un joven introvertido, tímido, que apenas tiene dos
amigos: Davis Masters y Gordon Finch. Estalla la Primera Guerra Mundial y será
de los que no se alistan; Finch volverá de ella pero Masters, al que Stoner
admira, cae en Francia. Se enamora de una joven, Edith Elaine Bostwick, hija de
un banquero, con la que se casa. Enseguida se muestra como una mujer cruel,
castradora, reprimida y egoísta, que va a hacerle la vida imposible, hasta que
se enamora de una joven profesora a la que él mismo da clase, Katherine
Driscoll. Viven en secreto una intensa historia de amor que constituye el único
tiempo feliz de su vida, pero la relación se hace pública en la universidad y
tienen que separarse. Él es incapaz de abandonar a su mujer y, sobre todo, a la
hija que ha tenido con ella, Grace. Además ha llegado al departamento de lengua
y literatura un tipo siniestro, Lomax, con el que tiene un grave desencuentro
acerca de un alumno protegido de éste, Charles Walker, al que Stoner no está
dispuesto a aprobar. Por un acendrado sentimiento ético, defiende su postura y
esto le cuesta el ostracismo profesional e, incluso, un cierto maltrato por
parte de Lomax que, una vez convertido en jefe del departamento, no le va a dar
tregua.
Su
hija Grace queda accidentalmente embarazada, y contra su voluntad, (la de
Stoner), se casa con el joven padre de la criatura, por empeño de Edith. Grace
es el resultado del infierno de convivencia de sus padres. No se sabe muy bien
qué piensa y cómo es. Stoner se siente profundamente abatido ante esta boda. A
estas alturas de la novela, su hija,- que por otro lado lo ha sido siempre-, es
su único aliento y él sabe que con este matrimonio será tan desgraciada como lo
ha sido él: “Observó el triste ritual del
matrimonio y se conmovió extrañamente ante la belleza pasiva e indiferente del
semblante de su hija y la indolente desesperación del rostro del muchacho”.
Estamos en la Segunda guerra Mundial y el joven marido de Grace se alista y
muere pronto. Ella se quedará a vivir en San Louis pero va declinando la
educación y convivencia con su hijo, que pasa a ser responsabilidad de los
abuelos paternos, sus suegros. En alguna visita que hace a sus padres, Stoner
descubre que su hija es alcohólica y que efectivamente no es feliz. El tiempo
va pasando. Se entera por la prensa de la publicación de un libro escrito por
Catherine Driscoll y que ella ha dedicado a W.S. No la ha olvidado pero ha
asumido la separación y la imposibilidad de ese amor. Contrae un cáncer, se
jubila en la universidad y se nos cuentan con detalle sus últimos días al lado
de la mujer que nunca le amó y que apenas le cuida en un trance así, la
distancia de su hija Grace y esa soledad en la que siempre vivió.
Hombre
tímido, de fuertes convicciones morales, es capaz de superar unos orígenes
humildes y una familia con una existencia miserable: “Conocía el mundo de una manera que pocos de sus colegas más jóvenes
podrían comprender. Por dentro, bajo su memoria, yacía la experiencia de la
dureza, el hambre, la resistencia y el dolor. Además del recuerdo fugaz de sus
primeros años en la granja de Boonville, llevaba siempre cerca de su
consciencia el conocimiento sanguíneo de su herencia, transmitida por ancestros
cuyas vidas fueron oscuras, duras y estoicas y cuya ética común era la de
mostrar a un mundo opresivo rostros inexpresivos, duros y fríos” (p.192).
Asistimos, en fin, a una vida truncada de la que su dueño es perfectamente
consciente. Nunca se queja, nunca protesta, todos los reveses los va asumiendo
con un estoicismo y con una calidad humana que deja perplejo al lector en el
que, según avanza la lectura se va asentando un poso de tristeza inmenso y
conmovedor no sólo hacia su figura sino también hacia una época dura y oscura,
-entre las dos guerras mundiales-, que no le permitió crecer como individuo: “...era la fuerza de una tragedia colectiva lo
que sentía, un horror y una aflicción tan penetrante que las tragedias privadas
y los infortunios personales eran expulsados hacia otro estado del ser...”
(p.212).
Su
agonía final, presidida por la lucidez que el cáncer aún le permite, se llena
de interrogantes por su parte, de reflexiones acerca de lo que ha sido su vida:
“Desapasionada y objetivamente, examinó
el fracaso que, aparentemente, había sido su vida. Había buscado amistad(...) Había tenido dos amigos, uno de los cuales había muerto sin sentido antes de
conocerle; el otro se había alejado ahora tanto por avatares de la vida
que...Había buscado la singularidad y la tranquila pasión conjunta del
matrimonio. Había tenido eso también, no supo qué hacer con ello y murió. Había
buscado amor y había tenido amor, y había renunciado a él, lo había dejado
marchar en el caos de la potencialidad. Y había querido ser profesor y lo fue.
Había soñado con un tipo de integridad, un tipo de pureza cabal, había hallado
compromiso y la desviación violenta de la trivialidad. Se le había concedido la
sabiduría y al cabo de largos años había encontrado ignorancia. ¿Y qué más?,
pensó. ¿Qué más? ¿Qué esperabas?, se preguntó”. Muere solo, con el libro que
él había escrito entre las manos y muere consciente después de sobreponerse a
la sensación de fracaso. “Ahora le
parecía que tales pensamientos eran negativos, indignos de lo que había sido su
vida”.
El
libro es magnífico, narrado en tercera persona con un estilo sencillo y
conmovedor.
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