domingo, 15 de enero de 2017

WILLIAMS, John, Stoner, Baile del sol, Madrid, 2011




   Podríamos comenzar diciendo que el tema de esta novela no es otro que la narración del desperdicio de una vida, la de William Stoner, su protagonista. De hecho, la novela comienza de una forma curiosa. Su primera página tiene una clara función catafórica, esto es, anticiparnos lo que vamos a leer. Así, en esa primera página ya se nos dice: “unos pocos estudiantes le recordaban vagamente, después de haber ido a sus clases (...) Nunca ascendió más allá del grado de profesor asistente (...) Los colegas de Stoner, que no le tenían particular estima cuando estaba vivo, ahora raramente hablaban de él; para los más viejos su nombre era un recordatorio del final que nos espera a todos, y para los más jóvenes es meramente un sonido que no evoca ninguna sensación del pasado ni ninguna identidad con la que ellos pudieran asociarse a sí mismos ni a sus carreras...” Estas primeras líneas del libro nos preparan pues para asistir a la vida de un hombre al que la vida trató mal y que fue feliz escasamente una breve temporada.
            
   Stoner nació en la última década del S. XIX en Missouri, en una familia de granjeros de escasos recurso, en la que era hijo único. Su padre le envía a la universidad para que estudie agricultura. Se hospeda en casa de unos parientes miserables que le explotan a cambio de comida y un techo inmundo, de forma que Stoner reparte el trabajo entre la granja y la universidad. Empieza a interesarse por la literatura y se cambia de carrera. Después, medio protegido por un curioso profesor, -Sloane-, comienza a dar clase de lengua y literatura inglesa en la misma universidad. Es un joven introvertido, tímido, que apenas tiene dos amigos: Davis Masters y Gordon Finch. Estalla la Primera Guerra Mundial y será de los que no se alistan; Finch volverá de ella pero Masters, al que Stoner admira, cae en Francia. Se enamora de una joven, Edith Elaine Bostwick, hija de un banquero, con la que se casa. Enseguida se muestra como una mujer cruel, castradora, reprimida y egoísta, que va a hacerle la vida imposible, hasta que se enamora de una joven profesora a la que él mismo da clase, Katherine Driscoll. Viven en secreto una intensa historia de amor que constituye el único tiempo feliz de su vida, pero la relación se hace pública en la universidad y tienen que separarse. Él es incapaz de abandonar a su mujer y, sobre todo, a la hija que ha tenido con ella, Grace. Además ha llegado al departamento de lengua y literatura un tipo siniestro, Lomax, con el que tiene un grave desencuentro acerca de un alumno protegido de éste, Charles Walker, al que Stoner no está dispuesto a aprobar. Por un acendrado sentimiento ético, defiende su postura y esto le cuesta el ostracismo profesional e, incluso, un cierto maltrato por parte de Lomax que, una vez convertido en jefe del departamento, no le va a dar tregua.
            
   Su hija Grace queda accidentalmente embarazada, y contra su voluntad, (la de Stoner), se casa con el joven padre de la criatura, por empeño de Edith. Grace es el resultado del infierno de convivencia de sus padres. No se sabe muy bien qué piensa y cómo es. Stoner se siente profundamente abatido ante esta boda. A estas alturas de la novela, su hija,- que por otro lado lo ha sido siempre-, es su único aliento y él sabe que con este matrimonio será tan desgraciada como lo ha sido él: “Observó el triste ritual del matrimonio y se conmovió extrañamente ante la belleza pasiva e indiferente del semblante de su hija y la indolente desesperación del rostro del muchacho”. Estamos en la Segunda guerra Mundial y el joven marido de Grace se alista y muere pronto. Ella se quedará a vivir en San Louis pero va declinando la educación y convivencia con su hijo, que pasa a ser responsabilidad de los abuelos paternos, sus suegros. En alguna visita que hace a sus padres, Stoner descubre que su hija es alcohólica y que efectivamente no es feliz. El tiempo va pasando. Se entera por la prensa de la publicación de un libro escrito por Catherine Driscoll y que ella ha dedicado a W.S. No la ha olvidado pero ha asumido la separación y la imposibilidad de ese amor. Contrae un cáncer, se jubila en la universidad y se nos cuentan con detalle sus últimos días al lado de la mujer que nunca le amó y que apenas le cuida en un trance así, la distancia de su hija Grace y esa soledad en la que siempre vivió.

   Hombre tímido, de fuertes convicciones morales, es capaz de superar unos orígenes humildes y una familia con una existencia miserable: “Conocía el mundo de una manera que pocos de sus colegas más jóvenes podrían comprender. Por dentro, bajo su memoria, yacía la experiencia de la dureza, el hambre, la resistencia y el dolor. Además del recuerdo fugaz de sus primeros años en la granja de Boonville, llevaba siempre cerca de su consciencia el conocimiento sanguíneo de su herencia, transmitida por ancestros cuyas vidas fueron oscuras, duras y estoicas y cuya ética común era la de mostrar a un mundo opresivo rostros inexpresivos, duros y fríos” (p.192). Asistimos, en fin, a una vida truncada de la que su dueño es perfectamente consciente. Nunca se queja, nunca protesta, todos los reveses los va asumiendo con un estoicismo y con una calidad humana que deja perplejo al lector en el que, según avanza la lectura se va asentando un poso de tristeza inmenso y conmovedor no sólo hacia su figura sino también hacia una época dura y oscura, -entre las dos guerras mundiales-, que no le permitió crecer como individuo: “...era la fuerza de una tragedia colectiva lo que sentía, un horror y una aflicción tan penetrante que las tragedias privadas y los infortunios personales eran expulsados hacia otro estado del ser...” (p.212).
            
   Su agonía final, presidida por la lucidez que el cáncer aún le permite, se llena de interrogantes por su parte, de reflexiones acerca de lo que ha sido su vida: “Desapasionada y objetivamente, examinó el fracaso que, aparentemente, había sido su vida. Había buscado amistad(...) Había tenido dos amigos, uno de los cuales había muerto sin sentido antes de conocerle; el otro se había alejado ahora tanto por avatares de la vida que...Había buscado la singularidad y la tranquila pasión conjunta del matrimonio. Había tenido eso también, no supo qué hacer con ello y murió. Había buscado amor y había tenido amor, y había renunciado a él, lo había dejado marchar en el caos de la potencialidad. Y había querido ser profesor y lo fue. Había soñado con un tipo de integridad, un tipo de pureza cabal, había hallado compromiso y la desviación violenta de la trivialidad. Se le había concedido la sabiduría y al cabo de largos años había encontrado ignorancia. ¿Y qué más?, pensó. ¿Qué más? ¿Qué esperabas?, se preguntó”. Muere solo, con el libro que él había escrito entre las manos y muere consciente después de sobreponerse a la sensación de fracaso. “Ahora le parecía que tales pensamientos eran negativos, indignos de lo que había sido su vida”.

            
   El libro es magnífico, narrado en tercera persona con un estilo sencillo y conmovedor.


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