martes, 31 de enero de 2017

VARGAS LLOSA, Mario, El héroe discreto, Alfaguara, Madrid, 2013

   


   Argumentalmente, dos historias paralelas que se cruzan al final para continuar, suponemos, separadas de nuevo.
                  
   En la primera, Felícito Yanaqué es dueño de la empresa de transportes Narihuala (así arranca el libro). Vive en la ciudad peruana de Piura. Es cholo (nombre con el que los peruanos llaman a los mestizos de europeo e indígena); está casado con Gertrudis porque siendo muy joven, ella y sobre todo su madre le señalaron como padre del hijo que esperaba Gertrudis, con la que apenas se había acostado dos veces, así que se vio obligado a casarse con ella pese a que ni la quería ni le gustaba lo más mínimo; tiene con ella dos hijos: Miguel, -del que Felícito siempre sospechó que no era suyo-, y Tiburcio, a quien sí siente como de su sangre; tiene una amante, Mabel, a quien le ha puesto una casita, le pasa un dinero mensual y con quien se encuentra un par de veces a la semana. Felícito tiene un pasado muy humilde; su madre les abandonó a él y a su padre y éste consagró su vida, en medio de la más absoluta pobreza, a que su hijo estudiara y fuera de mayor alguien de provecho. Como herencia, cuando murió en una “cama sin colchón” del Hospital Obrero, le dejó un consejo que Felícito repetirá varias veces para  explicar su comportamiento: “Nunca te dejes pisotear, hijito”. Felícito es un hombre respetado, pulcro, sistemático en sus costumbres; sin embargo todo se quiebra cuando empieza a recibir anónimos de una supuesta banda mafiosa para que pague unas cuotas a cambio de ser protegido por ella. Se suceden los días de angustia porque él se niega; le queman uno de sus almacenes de transporte, secuestran a su amante y se hace muy popular porque en el periódico local escribe una carta a la banda en la que asegura que jamás les pagará nada (“Nunca te dejes pisotear, hijito). Al final, la policía averiguará que los responsables de la extorsión no son otros que su hijo Miguel y su amante. Miguel es encarcelado y Felícito le asegura que retirará la acusación si él renuncia a su apellido, cosa que para nuestro protagonista supone toda una liberación. En cuanto a Mabel sale del embrollo sin cargos por haber cooperado con la policía. Felícito va a verla para romper su relación con ella. Casi al final se instalará en su casa una hermana de su mujer que viene huyendo de Lima porque se siente amenazada.

   En esta primera historia cabe destacar la presencia de los dos policías: el capitán Silva y el sargento Lituma, dos personajes impagables, fruto del Perú tan tratado por Vargas Llosa. Son dos individuos vagos, incompetentes que, sin embargo, acaban resolviendo brillantemente el caso.

   La otra historia es la protagonizada por el poderoso empresario Ismael Carrera y el gerente de sus empresas, el abogado D. Rigoberto. El primero pasa de los ochenta años y tiene por hijos a dos indeseables y semidelincuentes que están deseando que se muera para heredar y seguir llevando la vida disipada que les gusta. Ismael decide darles un escarmiento casándose con su sirvienta, la chola Armida. Para ello pide a su chófer y a Rigoberto, -las únicas personas en las que confía-, que sean los testigos de su boda, previendo que sus hijos, -“las hienas”-, querrán invalidar la boda. Rigoberto, que estaba a punto de jubilarse y emprender un viaje de placer por Europa con su mujer, Lucrecia, y su hijo, Fonchito, va a vivir una pesadilla llena de presiones para que testifique y poder invalidar la boda, -igual que el chófer-. Ismael vuelve de su viaje de novios por Europa con Armida convertida en toda una señora, y promete resolverlo todo pero muere inesperadamente de un infarto y es aquí cuando se produce el nexo argumental de las dos historias porque Armida, que está sufriendo las amenazas de "las hienas", se refugia en Piura resultando ser la hermana de Gertrudis, esposa de Felícito. Armida pide a Rigoberto que vaya a Piura y es allí donde se conocen los dos protagonistas.

   Todo se resuelve bien. Pasados unos días, Armida se instala en Roma convirtiéndose en la heredera de la fortuna de Ismael. Rigoberto se jubila y en el avión que les lleva a la soñada Europa se encuentran con Felícito y Gertrudis que han sido invitados por Armida a pasar unos días en su mansión de Roma, a la que también acudirán a una velada Rigoberto y Lucrecia.

   Los veinte capítulos van alternando ambas historias hasta que al final se produce ese nexo que nos parece pobre, una especie de pirueta argumental para conectar las dos historias, que no acaba de convencer. Resulta fácil y no sorprende en absoluto, no es brillante. Quedan además cosas por explicar como el cambio de la mujer de Felícito que es una especie de fantasma a lo largo de toda la novela y a la que nos encontramos muy distinta en el encuentro del avión. Igualmente nos quedamos sin saber quién o qué es Edilberto Torres, ese extraño individuo que se presenta varias veces a Fonchito sabiéndolo todo sobre él y sus padres.

   Se mezclan diversos tipos de narración abundando la tercera persona omnisciente con un fantástico estilo indirecto libre con el que el narrador, desde esa tercera persona, penetra en el interior del personaje y nos muestra lo que ve. Como ejemplo, el capítulo XIII (hay varios más) en el que los policías van a casa de Mabel a interrogarla. Allí el capitán Silva va haciéndole preguntas mientras que por la cabeza de ella van desarrollándose una serie de pensamientos; lo primero se hace desde la tercera persona, utilizando narración y diálogo mientras que lo segundo se hace a través de un claro estilo indirecto libre a través del cual el narrador bucea en el alma de Mabel y presenta lo que en ella se está produciendo, eso sí, desde el narrador puesto que se mantiene la tercera persona.

   De otro lado, mezcla diálogos de conversaciones distintas pero sobre un mismo tema, de manera que pueden solaparse en lugar de acudir a la voz del narrador. Así, en estos casos suprime los verbos dicendi y aparecen en diálogo las primeras personas de los personajes, es decir se superponen y entremezclan distintos diálogos o, lo que es lo mismo, no se produce un diálogo y luego introducido por el narrador el otro, sino que ambos se van enlazando. Son muchos ejemplos aunque van aumentando en la segunda mitad del libro, por ejemplo, la conversación de Fonchito con su padre a la vez que aparece intercalada la última que tuvo con Edilberto Torres, o cuando Felícito va a ver a la santera Adelaida (Cap. XV una vez que el caso está resuelto y a la vez que habla con ella aparece la conversación que tuvo con los policías. Llega incluso a solapar hasta tres conversaciones (Cap.XVIII): la que mantuvo Rigoberto con Fonchito en Lima sobre la última aparición de Edilberto Torres; la conversación que el niño tuvo con este individuo y ambas se traen al presente, cuando están los tres en Piura comiendo en un centro comercial, y las dos anteriores se intercalan con la que tienen los tres en el presente narrativo (pp. 320-323). Así, en estas páginas no aparece el narrador para presentar los diálogos sino que se van sumando e intercalando los tres distintos diálogos, de manera que hay que estar atento para saber quién y con quién está hablando en cada momento, sin olvidar que de esta manera también se altera el tratamiento del espacio y del tiempo.

   Hay  que señalar el riquísimo léxico hispanoamericano y especialmente el utilizado en Perú, de forma que se reproduce literalmente el habla coloquial del país: cojudo (cobarde)y cojudez, pelotudo, concha de su madre (hijo de puta), churre (niño), pararse (levantarse), puche, trompeaderas, cafiches, chichería, piajeno, puche (cigarro)...

   Algo que me ha desconcertado: queísmos “No me digas que no te diste cuenta que la sabida esa de la Mabelita...” (p.189, en boca del capitán Silva) o “¿Y te acuerdas que, cuando ya me despedía...” (p.257, en boca de Felícito); vulgarismos: “Había nacido pobre, pobrísimo, cerquita de Chulucanas...” (p.85, en boca del narrador). No sé si hay que interpretarlo como afán de registrar el habla tal y como se produce entre la gente normal, claro que esto nos valdría sólo en el primer caso, no en el segundo puesto que aquí quien habla es el narrador...

   El estilo es absolutamente “limpio”, transparente, el de sus mejores novelas y, sin duda, esto junto a los alardes técnicos descritos es lo más sobresaliente de la novela. En cuanto al contenido, cabría reflexionar sobre lo único que une a los dos protagonistas, esto es, su inquebrantable sentido de la dignidad y la honradez. Ambos tienen una voluntad inquebrantable e insobornable y, efectivamente son dos héroes de la cotidianeidad, dos héroes discretos, Por lo demás, en cuanto a contenido, la novela no plantea grandes temas y las situaciones son muy cotidianas y vulgares.

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