lunes, 24 de abril de 2017

GIRALT TORRENTE, Marcos, Tiempo de vida, Anagrama, Barcelona, 2010.




   Un hijo habla de su padre cuando éste ha muerto. Tema universal, porque si bien no todos los hombres son padres, todos son hijos y, además eso que se llama “ley de vida” hace que una gran mayoría asistamos a la muerte de nuestro padre. Quizá la universalidad del tema de esta novela,-si es que es una novela-, explica por qué no aparecen nombres propios en ella, contribuyendo así a que cualquier lector se identifique o se proyecte en ella además de,-suponemos-, para preservar el anonimato de sus personajes. A la muerte de su padre han escrito muchos autores y el propio Marcos Giralt Torres nos da algunos títulos que él leyó cuando murió el suyo, como el de Kafka, Pamuk, Simenon, Simone de Beauvoir o Hector Abad, sin embargo, éste resulta muy especial.

   En absoluto es necesario saberlo para la comprensión del libro y en nada cambia su lectura, pero si puede aportar alguna luz que sepamos que Marcos Giralt Torrente es hijo del importante pintor español Juan Giralt, -formado en la década de los setenta y con una importante obra realizada hasta el momento de su muerte en febrero de 2007-, y nieto del escritor G. Torrente Ballester.

   Narrado en primera persona,-como no podía ser de otra forma-, el autor y narrador hablan de la relación complicada que mantuvo con su padre hasta el momento en que la gravedad de un cáncer les hizo ver que no les quedaba mucho tiempo de vida en común. En ese momento todo empieza a cambiar y es aproximadamente un año más tarde de su muerte cuando decide escribir este libro. Esas dos etapas marcan implícitamente dos partes en el libro. En la primera hay un continuo “yo acuso” hacia la figura de un padre que, salvo en los primeros años de la infancia, siempre estuvo ausente, y con el que mantuvo una relación intermitente plagada de desencuentros a partir del momento en que se separa de su madre y se deja influir por una nueva pareja. Hay en el narrador rencor, rebeldía, resentimiento. Le acusa “de no verme lo suficiente, de no llamarme lo suficiente, de no acordarse de mis cumpleaños, de no hacerme regalos, de desaparecer cuando sabe que las cosas a mi madre y a mí nos van mal, de veranear y viajar cuando yo no veraneo ni viajo, de incumplir sus promesas, de considerar que tiene más razones para quejarse que yo, de creerse disculpado por ellas, de conformarse, de pretender que yo asuma sus renuncias, de verme a escondidas, de regalarme cosas a escondidas, de delegar en mi madre todo lo que a mí respecta...”. La lista de agravios es muy larga y, sobre todo, no comprende por qué las cosas discurrieron así ni por qué su padre se plegaba a todo lo que su nueva mujer le decía en detrimento de él. Sin embargo quiere profundamente a su padre y siente por él una gran admiración hasta el punto de que se compara con él y dice haberse quedado con lo peor pese a que tienen mucho en común: los dos melancólicos, coléricos, tímidos, inseguros, sentimentales, escépticos, pesimistas, solitarios, sobrios, estoicos, soñadores, cariñosos, vulnerables, compasivos...pero “él más hedonista, más desprejuiciado, más curioso, más voraz, más viril; yo más dúctil, más camaleónico, más resabiado, más fuerte, más capaz, más independiente. Menos herido”. Es una continua confrontación de amor y odio, de deseo y rechazo, en definitiva lo que quiere es sentirse querido por él y que se lo demuestre.

   Mientras, la segunda parte es claramente distinta. Concentrada en un período de tiempo mucho más breve, la narración es también más demorada, más intensa y profunda. La enfermedad les une lentamente. Desde el principio se acercará al padre y van limándose los desencuentros. Los sentimientos y las situaciones son minuciosamente analizados y parece que el hijo empieza a comprender. Es en ese momento cuando sentimos que el balance vital que hace es impresionante. Se convertirá en su compañero, en su asesor, en su enfermero, en su distracción, en su consuelo, y será así hasta el final, de manera que el propio autor ha explicado que ordenar toda esa malgama de sentimientos encontrados, llevarlos al papel, convertirlos en palabras, -esa herencia de su madre-, es lo que por fin facilitó esa comprensión.

   Hay dos personajes centrales pero no podemos olvidar que en torno a ellos pululan otros que seguro jugaron un papel importante, pero que aquí aparecen sólo tangencialmente y sólo son necesarios para que todo resulte más creíble, o porque explican determinados aspectos de lo que realmente importa que es la relación habida entre su padre y él, algunos son: su madre, sus abuelos, la segunda mujer de su padre,-a la que siempre designa como “la amiga que conoció en Brasil” y por la que siente un profundo rechazo que se percibe ya desde el cómo la nombra-. El autor no entra en ellos, son comparsas de los que no sabremos apenas nada salvo aquellos aspectos que intervinieron en la relación de ambos. El narrador quiere un “cara a cara” con su padre y elude cualquier interferencia de forma que es su punto de vista el único que aparece.

   Pero nada de todo lo dicho es lo más sobresaliente de este conmovedor y estremecedor libro. Con un exquisito estilo y una prosa cuidada, transmite su realidad tal y como él la vivió, hasta el punto de que podríamos hablar de impudor pero le salva precisamente el hecho de ser una novela. Es decir, no inventa pero no transmite su realidad de forma intimista sino que la reelabora con un lenguaje altamente literario y es esto, decíamos, lo que le permite alejarse de lo obvio, de lo sentimental, de lo patético, de lo íntimo, y el resultado es emocionalmente comedido, sin ningún exceso. Juega perfectamente con recursos reiterados como las anáforas, -muy abundantes-, y las epíforas con las que repite insistentemente aquello que le interesa en especial. Con la misma maestría  hace lo mismo con los distintos ritmos, de manera que pasa del párrafo largo y detenido a la frase cota de apenas unas palabras, utilizando además la puntuación de manera muy significativa. Además, a este carácter literario contribuyen también las muchas reflexiones sobre cuestiones casi técnicas: cómo escribir el libro, desde qué perspectiva contarlo, cómo se va gestando el proceso creativo.

   En fin, novela o autoficción, -da lo mismo su clasificación-, absolutamente dura y tierna, sincera y muy recomendable.


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domingo, 16 de abril de 2017

DEXTER, Pete, “Paris Trout”, Anagrama, Barcelona, 1992.

   

  Desconozco el término psiquiátrico que pudiera definir la personalidad y la conducta abiertamente patológicas del protagonista que da nombre a la novela, pero aun siendo esto clave en el desarrollo de la misma, no lo es menos la visión rápida y certera que Dexter nos da sobre el comportamiento social en una pequeña ciudad en el estado de Georgia, al sur de los EEUU, en los años 50, donde casi todo está corrompido y donde sus individuos carecen de toda moralidad.

   Paris Trout es una especie de avaro prestamista que ha hecho mucho dinero con toda una serie de negocios que, se supone, no son muy limpios. Sin escrúpulos, es un déspota violento que no respeta la ley y que quiere imponer la suya a todos los que le rodean, en especial a los más débiles como son los negros que viven marginados en barrios de la ciudad. Es a ellos a los que presta dinero y vende cosas diversas, a los que estafa y con los que se comporta como un auténtico despiadado. La novela arranca con una deuda, -que no es tal-, que un joven negro, -Henry Ray-, ha contraído con él. Se desplaza, armado y acompañado de una especie de matón que trabaja para él, hasta la casa de aquel y allí dispara repetidas veces contra una adolescente de color, Rosie Sayers, así como contra la madre del joven, Mary McNutt. Pocos días después, la joven negra muere a consecuencia de las heridas y Paris Trout es juzgado. En esos días aparecerán en escena personajes importantes como su esposa Hanna (antigua profesora del estado que dejó su profesión para casarse y que mantiene con él una extraña relación de amor-odio); su abogado, Harry Seagraves (hombre importante de la ciudad, casado con el prototipo de mujer objeto con la que no tiene hijos; individuo atractivo; un tanto cínico gracias a lo que acepta ser el defensor de Mr. Trout aunque sienta por él una cierta repulsión. También el fiscal Ward Tornes, que juega con una ambigüedad que le hace moverse entre su ética profesional y los compromisos, -siempre inmorales-, que tiene contraídos con algunos individuos de la ciudad. Visto desde nuestra perspectiva el juicio es una pantomima cuyo resultado es una condena de tres años, -que se verá reducida a seis meses-, en una penitenciaria del estado, pero la condena parece excesiva a Mr. Trout que con un despotismo absoluto defiende que él sólo velaba por sus intereses y que los testigos han cometido perjurio. Pone en marcha todo su poder, que es exclusivamente económico, y compra por veinte mil dólares un habeas corpus a un juez corrupto. Paralelamente y mostrándose como lo que es, un canalla, iremos viendo cómo su comportamiento entra en una espiral de locura a consecuencia de la cual viola a su mujer, la maltrata sistemáticamente y se comporta como un auténtico psicópata. Hanna Trout, después de vivir con él unas semanas en un estado de pesadilla, consigue que se vaya de la casa común y será en ese tiempo cuando inicie una relación sentimental con el abogado Harry Seagraves, que no es sino la respuesta por parte de ambos a una vida llena de frustraciones, soledades y deseo sexual de ambos. Un nuevo abogado, el joven Carl Bonner, entrara en escena cuando llegue a la ciudad y Hanna Trout le encargue el caso de su divorcio, divorcio que su marido le niega en repetidas ocasiones. Llegado un momento Paris Trout rapta a su madre, enferma en una silla de ruedas y, pertrechado de pistolas y abundante munición, se encierra en el Palacio de Justicia. Allí matará a su madre, con la que tenía una relación patológica y asesina igualmente a los dos abogados, Henry Reagraves y Carl Bonner, para acabar después pegándose un tiro. Cuando abren su caja fuerte descubren que está llena de botellas de su orina así como de sobres con restos de uñas cortadas, con el fin de ser utilizado a su muerte para demostrar que había sido envenenado. Su mujer vende la casa y se marcha de la ciudad pero ya nunca volverá a ser la misma porque en sueños oye la voz de su marido pidiéndole ayuda.

   Estamos ante una ciudad llena de corruptos y cobardes, donde lo que importa es el dinero, la corrupción, las tradiciones familiares y donde la justicia procesal y penal dejan mucho que desear. Una ciudad que condenó sólo a medias un asesinato por haber sido realizado en la persona de una niña negra, por alguien a quien la ciudad teme y al que permite que vaya desarrollando un proceso de locura y violencia que dejará muchas víctimas tras de sí.

   Una abierta crítica a la sociedad sureña americana realizada con un estilo limpio y sobrio en el que no sobra nada y con el que el autor nos conduce a un final que no puede ser sino demoledor.


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sábado, 8 de abril de 2017

CONRAD, Joseph, “El corazón de las tinieblas y otros relatos” Valdemar, Madrid, 2006.





   Tres relatos. En “Juventud”, Marlow cuenta su primera expedición a Oriente. El viaje estuvo lleno de avatares y acabó con un incendio a bordo que dio al traste con todo aunque, efectivamente él llegara a Oriente en unas pequeñas lanchas de salvamento que permitieron eso, salvar a la escasa tripulación que viajaba en ese barco decrépito, al mando del no menos decrépito capitán Beard. El barco se llamaba Judea, había estado mucho tiempo en una dársena y, lógicamente estaba ”roñoso y lleno de polvo”. El viaje es toda una metáfora de la iniciación a la vida en la que todo vale y sólo cuentan los objetivos, el instinto y fuerza que mueven al individuo a conseguirlos. Puede reflejar la reconstrucción de la experiencia personal de Conrad, aunque ésta fuera bastante más austera que la que se plasma en el cuento, en la que el protagonista, -Marlow-, consigue el objetivo de llegar a Oriente, aunque en el camino haya perecido el Judea, quedando sepultado después de un tremendo incendio en alta mar. Después, ya con cuarenta y dos años, Marlow reflexionará sobre este viaje y recordará que en su juventud, aquel barco significó mucho más de lo que en realidad era, un barco desvencijado que transportaba carbón por aquellos caminos de Dios.

   En “El corazón de las tinieblas”, Marlow recordará otro viaje bien distinto, aquel que le llevará a lo más profundo de África y del ser humano, aquel que le pondrá en contacto con lo más salvaje, primitivo y auténtico de la jungla africana y del individuo. Este individuo tiene un nombre, -Mr. Kurtz-, y siendo inglés de nacimiento se adentró y perdió por aquellas selvas buscando la satisfacción de una ambición material, -el marfil- hasta perder la razón cuando entra en contacto con el misterio de la vida en su lado más oscuro y salvaje ("Apocalispsis Now") y convertirse en una especie de reyezuelo déspota y miserable, temido y adorado por los indígenas y extraño ya para los hombres de la compañía inglesa para la que trabajaba. Marlow, contratado por esta compañía  afincada en la zona, será el encargado de guiar un barco por el río Congo, en el que adentrándose en plena jungla y misterio recogerá a este individuo en las cataratas Stanley para que muera ¿dignamente? fuera de todo ese mundo que prácticamente le ha hecho perder la razón.

   Este segundo cuento resulta absolutamente críptico y, por tanto, interpretable desde diversos puntos de vista. Narrativamente es de comprensión difícil, no resultando clara la historia y mucho menos la del atormentado y siniestro Kurtz. Priman las continuas reflexiones y digresiones de Marlow y la lectura se hace severa y difícil. Queda, eso sí, la convicción de Conrad de que “la barbarie es vida, mientras que el proceso de la propia civilización es muerte”. La seguridad de este pensamiento lleva a Kurtz a la locura y a Marlow a la continua reflexión en ese viaje en el que descubre la maldita herencia de la civilización. Londres significa la luz y la civilización pero Kurtz primero y Marlow después descubrirán que la auténtica luz no está sino en el corazón del África central donde todo se encuentra en un estado primitivo. El viaje de Marlow no es sino un viaje hacia la historia, hacia el origen:”Éramos vagabundos en una tierra prehistórica, en una tierra que tenía todo el aspecto de pertenecer a un planeta desconocido”.

   No hay que descuidar, además, la crítica abierta de Conrad a la vil explotación económica que el rey Leopoldo II de Bélgica llevó a cabo en el Congo a finales del S.XIX, quien organizó un sistema que sólo podía traer como resultado la aniquilación de un importante número de población indígena. El mismo rey que decidió que quería sólo para él una buena porción de todas las delicias que prometía el continente africano.

   En “En la últimas” nos presenta Conrad a un capitán de barco, llamado Whalley, que cuenta ya con setenta años y que está por tanto en plena vejez. Físicamente es un hombre imponente, apuesto y elegante que rebosa salud, y psicológicamente es un hombre honrado con un acendrado sentido de la dignidad. Viudo, tiene una hija en Australia a la que adora y por la que daría la vida. Whalley ha sufrido un revés económico, ha perdido todo su dinero y sólo le queda el barco. Cuando su hija le pide ayuda económica para sacar adelante a su familia, él no duda en vender lo único que le queda para enviarle el dinero que le ha solicitado. Lo que le sobra lo invertirá en un contrato con un naviero canalla, -Mr. Massy-, mediante el cual trabajará como capitán durante tres años, al final de los cuales le devolverá las quinientas libras, -todo lo que le queda-, que le presta. Cuando pase ese tiempo, ese dinero irá íntegramente a las manos de su hija.

   Ya como capitán del Sofala, -que así se llama el barco-, irá bordeando la costa occidental de la península de Malaca (actuales Birmania, Singapur, Tailandia...). En este tiempo conoce a Mr. Van Wyk, un holandés productor de tabaco, que se ha establecido en la jungla y que rápidamente sabe valorar la calidad humana de Whalley. Se harán amigos y el capitán le cuenta su drama: se está quedando ciego y como el miserable Massy lo descubra, rescindirá el contrato y él se quedara no sólo sin trabajo sino sin el dinero que tan celosamente está guardando para su hija como última ayuda. Por otro lado, sabemos que el segundo oficial del barco, -llamado Sterne-, lo ha descubierto y está intrigando para contárselo al naviero porque quiere él ocupar el puesto de Whalley. El viejo capitán, pues, al final de su vida tiene que recorrer un camino duro en el que todos los que le rodean quieren hundirle...Malos tiempos para la buena gente. El final se precipita cuando Massy decide hundir su propio barco provocando un naufragio, para no tener que devolverle las quinientas libras y cobrar él la póliza del seguro. Lo consigue colocando una chaqueta, con los bolsillos repletos de trozos de hierro, al lado de la aguja de marear, para cambiar así el rumbo del barco sin que nadie se dé cuenta. Whalley, ciego ya, descubre el sabotaje demasiado tarde, instantes antes de que se estrelle contra unos arrecifes. Todos saltan a una lancha y, en el último momento, Whalley se siente abandonado por Dios. Sí, había mentido en el contrato por su amor de padre, había engañado, y entonces toma conciencia de que no tiene nada; acaba de  perder las quinientas libras que guardaba para que su hija pudiera ser un poco feliz; está completamente ciego y le ha abandonado hasta su propio pasado honroso, siempre fiel a la verdad; “su vida inmaculada se había despeñado en un abismo”. Es el momento en que decide hundirse con el barco.

   Sabremos que, después de la investigación, Massy ha cobrado su seguro y se ha marchado a Manila a gastárselo en su pasión: el juego. Mr. Van Wyk sabrá lo ocurrido por el propio Sterne y conoceremos, por fin, a la hija de Whalley quien recibe una carta de un abogado junto con otra de su propio padre en la que ambos le comunican su muerte. Ella, agotada por una vida de miseria y privaciones, parece no poder sentir demasiadas emociones. Final tristísimo.

   El libro en su conjunto es duro. En cualquiera de los tres cuentos hay mucho más de lo que presenta la historia. El lector tiene la sensación de que hay mucha metáfora escondida de la que no puede prescindir si no quiere hacer una lectura simple. Conrad presenta una profunda reflexión sobre el ser humano, sobre la civilización, sobre el advenimiento de nuevos tiempos y la definitiva muerte de otros. Ante todo ello brota el pesimismo, la desconfianza en el hombre y la evidencia de sus miserias y limitaciones.

   “El protagonista cruzaba la vacía soledad de los mares en el primer relato, se internaba en un río lleno de escollos y meandros en el segundo, un río en el que a pesar de las orillas ya no resultaba imposible perderse, y llegaba a la vejez para recorrer una ruta que se sabía de memoria, pero que estaba llena de islas traicioneras y arrecifes ocultos” (p.31 del prólogo)

   Muy recomendable.


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domingo, 2 de abril de 2017

TENA, María, El novio chino, Fundación José M. Lara, Sevilla, 2017


   
   Dos culturas bien distintas, la oriental (China concretamente) y la occidental (española, también concretamente); dos hombres también muy distintos: el español Bruno Gracia y el chino Wen (Jhon es el nombre que adopta); dos espacios, uno presente siempre (Shanghái) en el que se desarrollan los seis meses que dura la Exposición Universal celebrada en esa ciudad en el 2010, y otro evocado (Sevilla) en el que nació y vive Bruno.

   Bruno y Wen son los dos protagonistas. Bruno es un hombre de mundo; ronda los cincuenta; es un perfecto relaciones públicas, cuida su imagen y su presencia social; tiene en Sevilla un poder mediático importante y es el Jefe de Protocolo de la Exposición Universal de Shanghái; es gay y un tanto promiscuo en sus relaciones personales. Ha huido de Sevilla dejando atrás un proceso judicial al que le ha llevado el engaño de un antiguo amante, aristócrata y señorito andaluz. Huye también de la ruina y la soledad que, inexorablemente, le esperarán a su vuelta. Wen es un joven chino de la provincia de Henan, de origen campesino y nacido en una familia tradicional en la que su madre y él sufren la brutalidad de un padre que los maltrata sistemáticamente. Con veintidós años, Wen huye de esa miseria y se marcha a Shanghái. En un principio es dulce, desvalido, asustadizo y en Shanghái está solo y a punto de morir de hambre.

   Estos dos seres tan dispares se van a encontrar de forma casual y  entre ellos va a surgir el amor en una ciudad donde el lujo y la pobreza extremas coexisten y definen escenarios llenos de contrastes. Todo será complicado pero lo que inicialmente es sólo sexo va poco a poco convirtiéndose en un sólido sentimiento. Los dos están huyendo, uno de las deudas y posiblemente de la cárcel, de la edad, de la soledad; otro, de la miseria y brutalidad seculares y también de la soledad. Protagonizan momentos intensos pero el tiempo va pasando y llega el final de la Exposición y con él, el de la historia de amor de ambos y la separación, después de que Bruno, a través de sus contactos en Shanghái, le haya buscado a Wen un buen trabajo. Bruno vuelve a España, Wen se queda en Shanghái y, transcurridos dos años, vuelven a encontrarse en Madrid, cuando Wen viene a visitarlo. El mundo de la piel y del sexo se recupera fácilmente pero se impone la realidad y el presente de uno y de otro que son ahora bien distintos de lo que fueron en la mágica Shanghái. Este presente y todo lo sucedido en estos dos años sorprenderán al lector quien sabrá hasta qué punto han cambiado sus vidas durante ese tiempo. Al final todo acaba como tiene que acabar y el final es quizá lo mejor de la novela.

   Atrapa en esta novela fundamentalmente el estilo. Todo está escrito como a ráfagas, a brochazos que saltan de unos aspectos a otros, de unos tiempos a otros. La frase es corta, la sintaxis sintética, el estilo rápido y, como dice su autora, “muestra más que explica”. No hay ningún lastre y la concisión lingüística es absoluta. Las prolepsis y analepsis son continuas y audaces y, unido esto a las omisiones, dan un ritmo rápido a la narración, aunque a veces resulta excesivo porque no siempre se entiende de quién se está hablando y, mucho más cuando el lenguaje utilizado es claramente poético, con abundantes metáforas y prosopopeyas que embellecen, sin duda, las descripciones, tanto de espacios como de estados de ánimo.

   Por otro lado, quiero resaltar la inverosimilitud en muchos momentos del argumento, es decir, hay muchas situaciones en lo que se refiere a los dos protagonistas, que son difíciles de creer. Hay, además, una cierta frivolidad en cómo se cuenta todo, sobre todo en lo que se refiere a la personalidad y forma de vida de Bruno, cuajada de tópicos en las citas de marcas de ropa y perfumes, en las descripciones de los encuentros sexuales, en el lujo que le rodea y en la miseria de Wen...

   En fin, es una novela entretenida que se lee sin dificultad pero irregular en sus logros.

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lunes, 27 de marzo de 2017

LANDERO, Luis, La vida negociable, Tusquets, Barcelona, 2017.

   


   Resulta imposible no pensar en la tradición de la literatura picaresca española, -y en especial en el Lazarillo de Tormes-, cuando comenzamos la lectura de esta “vida negociable”. Como el más famoso de nuestros pícaros, Bruno comienza apelando al público, al lector. Él lo hace utilizando el plural y pide a los “amigos” que escuchen lo que va a contar y aquel lo hace en singular, a un “Vuesa merced”, pero ambos, nada más comenzar comparten esa declaración de intenciones que no es otra que la de contarnos su ajetreada y poco afortunada vida. Además  los dos cuando empiezan a contar su historia tienen también más o menos la misma edad.

   Efectivamente, en las primeras líneas de la novela alguien nos pide que abandonemos nuestras ocupaciones cotidianas y le escuchemos. Va a contarnos su historia arrancando desde la adolescencia, momento en que uno puede convertirse “como en un cara o cruz, en un canalla o en un santo”, y momento en que su madre compartió con él un gran secreto que sería el arranque de todo su futuro. Esa adolescencia se desarrolla en Madrid, su nombre es Hugo Bayo e iremos conociendo cómo se fue fraguando su personalidad con una imaginación y fantasía desbordadas. Él se siente único, capaz de las mayores hazañas posibles y se mueve en un mundo de fantasías y sueños, un mundo de la “lechera” que, además, es bastante inmoral: “Lo único que hace falta es tener fe y voluntad, creer en uno mismo, y carecer por completo de escrúpulos para explotar a unos y sobornar a otros. Y siempre al por mayor”.

   Su primera adolescencia la comparte con Marco, su único amigo, al que somete y envilece de mil maneras, dejándole abandonado para siempre de una manera parecida a como el Lazarillo lo hizo con el ciego, su primer amo. Pronto conoce a Leo, andrógina y rebelde, con quien descubre la amistad y el erotismo y a la que acaba volviendo siempre. Pero serán sus padres quienes, haciéndole partícipe de sus vergonzosos secretos, conformen su personalidad, ya incipientemente mezquina y miserable, de manera que él, como resultado, llega a convertirse en un canalla capaz de robar, estafar, de chantajear. En la mili aprenderá el oficio de peluquero con el que podría haberse ganado la vida y que le perseguirá siempre. Él se resiste a ese oficio porque cree merecer menesteres más elevados, y su vida no es otra cosa que la elaboración mental de grandes proyectos a los que se entrega con ahínco pero que nunca consigue materializarlos provechosamente y, cuando lo hace, renuncia a ellos buscando siempre algo más digno de sus metas. Así, todo en él es efímero porque es voluble, porque se ha construido desde la nada y, pese a los intentos de regeneración, no parece que las cosas le vayan a ir mucho mejor en el futuro.

   Hugo resulta absolutamente fantasioso desde el principio, construye continuamente castillos en el aire porque tiene una extraña percepción de la realidad, a lo que contribuye la actitud y comportamiento de Leo cuando se convierte en su pareja. Se construye un mundo propio que poco tiene que ver con la realidad que, de manera reiterada, da en tierra con sus sueños y afanes y que no parece estar dispuesta a “negociar” con él.

   Luis Landero vuelve a sorprendernos con su estilo impecable, con su maestría a la hora de fabular y con ese humor tan suyo, que aparece a raudales en este libro cuyo protagonista es un auténtico despropósito sobre el que también se vierte su ironía y, para ello, vaya como ejemplo (aunque habría muchos más) la disquisición con ecos cervantinos, que hace el coronel del cuartel, cuando está haciendo la mili, sobre el mundo de los militares y el de los civiles.

   Escrita en primera persona,- porque como pasa con Lázaro de Tormes, ¿quién iba a contar su historia sino él mismo?-, el protagonista se muestra siempre insatisfecho con su vida y con el destino que se encarga siempre de estropear sus planes y situarle ante desagradables sorpresas que rompen lo que él llama su afán, es decir “el deseo inagotable, la fiebre y el ansia de futuro, la ambición de querer excederme a mí mismo”. Analiza continuamente su existencia y el paso devastador y frustrante del paso del tiempo, y lo hace como un aprendiz de filósofo, con una buena carga de estoicismo y asumiendo las contradicciones entre lo que proyecta su mente y lo que la vida le va deparando. Por todo ello, el cariz de las situaciones que va protagonizando pasa sucesivamente de lo dramático a lo cómico, a lo folletinesco y, otra vez, vuelta a empezar. Como consecuencia, la impresión en el lector es de que está rozando lo esperpéntico ante las andanzas de este antihéroe que cuenta una peripecia personal casi increíble para los cuarenta años que tiene y que, al final, parece que sigue siendo incapaz de “negociar” con la vida y consigo  mismo.

   Sin duda, recomendable.


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martes, 21 de marzo de 2017

DOSTOIEVSKI, Fiódor, Los hermanos Karamázov, Colección Maior, Ed. Alba, Barcelona, 2013.

   


    PRIMERA PARTE:
   Fiodor Pávlovich, individuo “ruin, inmoral, insignificante “alfeñique”, botarate e insensato”, con insensatez “típicamente nacional”, se casa con Adelaida Ivanovna Miúsova, mujer hermosa, joven, rica y distinguida, además de inteligente y despierta. Tienen un hijo, Mitia (hipocorístico de Dmitri). Se llevarán muy mal y desde muy pronto tienen una vida desordenada. Él le roba el dinero de la dote y no la dejó en la calle por la intervención de la familia de ella que “puso coto al sinvergüenza”. Se pegaban con frecuencia y al final ella se fuga con un maestro dejando al pequeño Mitia de tres años. Él, por su parte, monta un harén en casa y se dedica a emborracharse continuamente. Se entera de la repentina muerte de su mujer en San Petersburgo. Se desentendió completamente del hijo, de quien se hizo cargo Grigori, un criado de la casa, viviendo con él y su mujer en la isba destinada a la servidumbre. Por ese tiempo, Piotr Aleksándrovich Miúsov, hermano de la difunta, vuelve de París con fama de hombre culto y cosmopolita (conocía personalmente a Bakunin y Proudhon y había participado en la revolución de 1848). Este hombre tenía una magnífica hacienda en las afueras de la ciudad y pelea por la educación de su sobrino siendo nombrado tutor junto con el padre, que dice no acordarse de que tiene un hijo y sigue viviendo en el lupanar en que ha convertido su casa. Mitia se va a vivir con su tío pero éste vuelve a París una vez arreglados sus asuntos en la ciudad y lo deja al cuidado de una tía de Moscú. Salta la revolución en París y Piotr Aleksándrovich se olvida del niño quien cambia de hogar porque la tía se muere. Su infancia y juventud transcurren desordenadamente y no empezó a recibir nada de su herencia hasta llegar a la mayoría de edad cuando ya estaba cargado de deudas. Tenía, además, una idea falsa de su herencia materna. Su padre le ve como un joven “frívolo, impulsivo, apasionado, impaciente, juerguista...”. Llegado un momento, Mitia descubre que se ha gastado todo el dinero de su madre y que está arruinado por lo que parece volverse loco, lo cual provocará toda la catástrofe posterior.
   Cuando Mitia tiene cuatro años, Fiodor Pávlovich se casa en segundas nupcias con Sofía Ivánovna, joven huérfana (que “había crecido en la rica casa de su protectora, educadora y torturadora, una anciana distinguida”) cuyo belleza y aspecto candoroso “impresionó a un hombre lujurioso como él, a un vicioso.”, pero aprovechándose de su inmensa mansedumbre y sumisión, pisoteó hasta las reglas más básicas del matrimonio. En presencia de su esposa acudían a su casa mujeres indecentes y se organizaban orgías. Pese a todo le dio dos hijos con tres años de diferencia: Iván y Alekséi. Cuando ella murió, Alekséi no había cumplido todavía los cuatro años. A los tres meses de la muerte de Sofía, su protectora se presentó en la casa (los dos niños, igual que había pasado con Mitia, estaban abandonados viviendo con el criado Grigori) y se los llevó. La vieja muere pero deja un dinero para su manutención e instrucción y será Yefim Petróvich, amigo de ella, quien se encargue de ellos ( siendo el pequeño Alekséi al que más cariño toma) duplicando la herencia de los jóvenes y pagándolo todo él de su bolsillo. Iván creció como un adolescente sombrío, encerrado en sí mismo, brillante en los estudios, y a los trece años se va a un internado. Luego, en la universidad, trabaja para diversas redacciones y editoriales haciendo trabajos brillantes. Acabados sus estudios de naturalista se presenta en la ciudad de su padre (Stáraya rusa, al sur de Novgorod). Resulta extraño que se instale en la casa y que acabe entendiéndose bien con él. Para todos el joven resulta enigmático y su llegada a la ciudad, inexplicable. 
Mientras, el pequeño Alekséi llevaba ya tiempo como novicio en el monasterio de la ciudad. Y es entonces cuando se reúne la familia al completo; el padre y los tres hijos (el mayor estaba urdiendo una denuncia contra su padre). Alekséi siempre fue un joven filántropo, generoso, amable, que se decide muy pronto por la vida monástica pues encuentra en ella la mejor expresión de espiritualidad y generosidad. Impresionado por la convicción de que existe Dios y la inmortalidad, se entregó en cuerpo y alma a seguir ese camino. Todo esto se clarificó mucho más cuando entró en contacto con el stárets Zosima. (Los startsy surgen en los monasterios rusos en el S.XVIII mientras que en todo el Oriente ortodoxo existían ya desde hace más de mil años.” Un stárets es alguien que toma vuestra alma y vuestra voluntad en su alma y en su voluntad. Al elegir un stárets, renunciáis a vuestra voluntad y se la entregáis  en un acto de absoluta obediencia, renunciando por completo a vosotros mismos. El predestinado acepta de buena gana este noviciado, esta terrible escuela de vida, en la esperanza de vencerse a sí mismo tras la larga prueba, de dominarse hasta el punto de ser capaz de alcanzar finalmente, por medio de la obediencia de por vida, la libertad perfecta, esto es, la libertad frente a uno mismo, evitando la suerte de los que han vivido toda la vida sin haberse encontrado a sí mismos. Esta invención. O sea, el stárchestvo, no es algo teórico, sino que surgió en Oriente a partir de una práctica que es ya milenaria en la ciudad. Las obligaciones hacia el stárets no se limitan a la habitual “obediencia”,  que siempre ha regido en nuestros monasterios rusos. Se acepta la confesión permanente al stárets de todos sus adeptos y el vínculo inquebrantable entre el que ata y el que es atado” (p.55)).
   El stárets Zósima tenía 65 años y enseguida impresionó a Aliosha, quien vivía con él en su propia celda. Aliosha había observado cómo quienes lo visitaban acudían inquietos y temerosos pero se marchaban siempre radiantes y  dichosos. Llegaban multitudes de toda Rusia, que le veneraban como a un santo con el único propósito de verlo y recibir su bendición, “se postraban ante él, lloraban, le besaban los pies, besaban la tierra que pisaba...” En ese pueblo llano, castigado por el hambre, el agotador trabajo y la terrible injusticia social se decía: “Aunque el pecado, la mentira y la tentación habitan entre nosotros, no deja de haber en la tierra, en algún lugar, un hombre santo, un ser superior; al menos en ese hombre reside la verdad; así pues, la verdad no ha muerto y, por lo tanto, alguna vez vendrá a nosotros y reinará en todo el mundo, tal y como se nos ha prometido” (p. 58). A Aliosha le impresionó vivamente la llegada de sus dos hermanos a quienes no había conocido hasta entonces. El hermano mayor, Dmitri, respeta a su hermano Iván y parecen llevarse bien aunque aquel no está en la ciudad viviendo con su padre, como Iván, sino por su cuenta. Ambos son muy distintos; Dmitri poco instruido e Iván con una sólida formación. Dmitri tiene problemas con su padre a causa de la herencia de su madre y se reúnen los cuatro en la celda del stárets. A la reunión acude también Piotr Aleksándrovich Miúsov que estaba en la ciudad y que aún no había resuelto sus pleitos con el monasterio.
En la reunión ocurre lo que Aliosha preveía. Ante el stárets, su padre se comporta como un zafio y un bufón irreverente y Piotr Aleksándrovich monta en cólera con él. En un lugar sagrado como aquel donde todos los visitantes se arrodillaban ante el stárets, todos se quedan perplejos ante las bufonadas de Fiódor Páulovich que no muestra ninguna consideración al lugar donde se encuentra. Aliosha estaba a punto de llorar y no entiende por qué su hermano Iván (Dmitri aún no había llegado) no hace entrar en razón al padre. Después comienza una intensa y extensa discusión acerca de las relaciones entre estado e iglesia. Quienes hablan casi exclusivamente son Iván, el stárets y otro monje que allí se encontraba. Todos defienden que la iglesia debe dejar de ser una asociación incorporada al estado y convertirse en iglesia única, universal y soberana, ser ella misma el estado. En el punto álgido de la conversación se presenta Dmitri. Era un joven de 28 años, de rostro agradable aunque enfermizo debido probablemente a la vida disipada que llevaba en los últimos tiempos. Era de naturaleza irascible y todos sabían que tenía violentas discusiones con su padre por razones de dinero. Entre ambos se produce un enfrentamiento terrible y todos se quedan abochornados pero la osadía del padre no cesa y vuelve a estallar en el comedor del monasterio, donde habían sido invitados a comer, por lo que ante las continuas ofensas de Fiódor Páulovich con su lengua abiertamente desatada, la comida no llega a producirse. Se va, el padre, furioso del monasterio y ordena a su hijo pequeño que ese mismo día lo abandone.
El narrador pasa a contarnos la historia de Lizaveta, la Maloliente, a quien una noche, Grigori se encontró vagabundeando en el huerto de la casa, con toda la apariencia de idiotez y con un hijo recién parido allí mismo. En la ciudad se rumoreaba que había sido el desalmado de Fiódor Páulovich quien la había preñado. El caso es que Grigori y su mujer consiguen salvar al niño pero no a la madre. Los dos criados le ponen el nombre de Pavel, aunque todos empiezan a llamarle Fiódorovich, y se hacen cargo de él con la aquiescencia del propio Fiódor Páulovich, quien seguía negando su implicación en el asunto y que le puso el apellido de su madre Smerdiakov. Con el tiempo este niño se convertirá en su segundo criado.
Dmitri y Aliosha se encuentran. El primero, atormentado por la conciencia de ser un lujurioso pecador, quiere contárselo todo a su hermano pequeño, al que considera un espíritu puro pese a ser un Karámazov. Le confiesa que es abyecto, despiadado, cruel, insecto, depravado. Le cuenta toda su historia y cómo conoció a Katerina Ivánovna, hija muy bella de un general. A esta mujer le prestó 4.500 rublos por un asunto turbio de su padre y a los tres meses se prometieron  pero su hermano Iván la conoció y se enamoró de ella. Dmitri no entiende cómo esta joven le prefiere a él, que es un desecho no instruido, y no a Iván. En la actualidad quiere dejarla porque ha iniciado una relación con otra mujer, Grúshenka, de quien está enamorado y con quien realmente se quiere casar, y que por cierto es la amante de un alto militar. Dmitri está metido en un buen lío para cuya solución necesita 3.000 rublos y le pide a Aliosha que, en su nombre, se los pida al padre y se los lleve a continuación a su todavía prometida Katerina, que es a quien se los debe, para liquidar así su compromiso con ella. Está profundamente alterado y a su hermano le parece medio loco por cómo habla y se expresa. Además, su padre también está esperando la visita de Grúshenka, de quien también está enamorado, y Dmitri asegura que está dispuesto a matarlo si les encuentra juntos.
En casa de su padre, Aliosha lo encuentra de muy buen humor, y todavía sobrio, en compañía de Iván y de sus dos criados, Grigori y Smerdiakov. El narrador nos habla de este último como arrogante, insociable, taciturno y desagradecido con Grigori y su mujer que fueron quienes lo criaron. Siendo un adolescente se le declaró por primera vez “el mal caduco” (epilepsia), enfermedad que ya no le abandonará el resto de su vida. Su amo le toma a su cargo, protegiéndolo y mandándolo a Moscú a aprender el oficio de cocinero. De allí vuelve muy envejecido. Su amo le paga un sueldo como cocinero pero sigue siendo igual de huraño. Aliosha, Iván y el padre hablan de Dios y de la inmortalidad; el primero los afirma y defiende, el segundo los niega y el tercero sigue bebiendo cognac hasta emborracharse. Con una locuacidad absoluta sigue hablando de todo pero en especial de las mujeres. La verdad es que cuesta un poco seguir su discurso porque a veces da la sensación de estar desvariando, de adoptar posiciones contradictorias respecto a los temas que va tocando. De pronto, y tras un estrépito, Dmitri entra en la habitación dando gritos, convencido de que su padre tiene escondida a Grúshenka en la casa. Agarra al padre por la cabeza, lo tira al suelo y le golpea con la bota. Intervienen los otros dos hermanos y Aliosha le saca de la sala y al salir dice: “No tengo remordimientos por tu sangre. Vete con cuidado viejo. Acaricia tu sueño porque yo también tengo el mío. Soy yo quien te maldice y reniega de ti para siempre”. La escena ha sido terrible y Grigori se queja de que también a él le ha golpeado. “Un reptil devora a otro reptil, ¡ni más ni menos lo que se merecen”! Aliosha se marcha al monasterio después de que su padre e Iván le hayan pedido, por separado, que al día siguiente acuda a la casa. Va aturdido y abatido por todo lo ocurrido y preguntándose cómo acabará todo entre su padre y su hermano mayor. Va antes a casa de Katerina Ivánovna como le ha pedido Dmitri para, en su nombre, romper la relación con él pero sin el dinero que éste le debe. El día que la había conocido “le sorprendió el carácter imperioso, la orgullosa desenvoltura y el aplomo de la arrogante muchacha” pero ahora le parecía mucho más amable y serena. Aliosha le comunica todo lo que Dmitri le ha dicho y le habla también de Grúshenka llevándose la gran sorpresa de que ésta estaba oculta tras las cortinas. Aparece y se nos la describe. Tiene 22 años y era también muy bella aunque lo que más impresionó a Aliosha fue su expresión ingenua e infantil. Era también un poco vulgar. Katerina se muestra encantada con ella y le anuncia a Aliosha que entre las dos van a resolver el problema  pero se engaña porque Grúshenka dice que, a lo mejor, sí quiere casarse con Dmitri. Se enfrenta muy descaradamente a Katerina y ésta acaba echándola de casa. Ha descubierto que Dmitri es un canalla y presa de un ataque de nervios le pide a Aliosha que se vaya y vuelva al día siguiente. En el camino al monasterio Mitia (Dmitri) le está esperando ansioso para que le cuente qué ha pasado y cuando se entera se muestra muy complacido ante la humillación que ha sufrido Katerina a manos de Grúshenka. Dmitri se marcha diciendo que efectivamente es un canalla y avisa a Aliosha de que va a cometer la mayor de las felonías. Aliosha llega al monasterio y lee la carta de amor que le ha dado la joven Lise. Reza por todos y duerme.
SEGUNDA PARTE
El odio entre Fiódor Páulovich y su hijo mayor Dmitri está desatado. Tampoco se entiende bien con su hijo Iván, quien ha vuelto a la ciudad y se ha instalado en su casa, según él para empujar a Dmitri a su boda con Grúshenka y así abandonar a Katerina de la que él está enamorado, pero el padre pretende impedirlo porque también él quiere casarse con Grúshenka. Fiódor Páulovich dice que sólo quiere a su hijo pequeño, quien entre tanta ruindad parece efectivamente un ángel caído del cielo que sólo quiere resolver los tremendos enfrentamientos de su padre con sus hermanos. Todos dicen quererle sólo a él y todos le piden ayuda aunque es el más joven.
Aliosha va a ver a la señora Jojlakova, madre de Lisa. Allí se encuentra Katerina Ivánovna que está teniendo una conversación muy seria con su hermano Iván. Aliosha se queda a solas un momento con Lise; ella le pide la carta y él le dice que se lo ha creído todo y que cuando muera el stárets, él tendrá que irse del monasterio, acabar sus estudios y, entonces se casará con ella (recordemos que Nise está enferma y siempre va en silla de ruedas porque no puede caminar y parece, además, una niña bastante caprichosa). Katerina y Aliosha hablan delante de Iván y la Jojlakova. Aquella dice que no sabe si después de lo ocurrido sigue amando a Dmitri pero que sí siente pena por él y comunica su decisión de velar siempre por él, de serle fiel para cuando la necesite porque está convencida de que su unión con Grúshenka será un fracaso. Iván dice estar de acuerdo pero se suscita una discusión entre todos. Aliosha dice que Katerina ama a Iván pero éste contesta a Katerina, quien ha dicho que no ama a Dmitri: “a quien usted quiere realmente es a él. Y cuanto más la humilla, más y más lo quiere usted. DE ahí su desgarro. Usted lo quiere tal cual es: lo quiere en la medida en que la humilla. Si él se enmendara, usted lo abandonaría de inmediato y dejaría de quererlo. Pero usted lo necesita para recrearse en su abnegada fidelidad y para reprocharle a él su infidelidad. Y todo por orgullo(...)Yo soy demasiado joven y la he amado con demasiada intensidad(…)Pero lo cierto es que me marcho lejos y no voy a regresar nunca más. Es algo definitivo. No quiero sufrir este desgarro (...) Me ha torturado usted tan a conciencia que en este momento no puedo perdonarla”.
A la sazón, Iván tiene 23 años y Aliosha 18 y mantienen una intensa conversación en la que el primero plantea el dilema de si Dios ha creado al hombre o, por el contrario, Dios es un invento del hombre. Mantiene que es imposible amar al prójimo y cuanto más cercano éste, más imposible resulta (curiosamente Iván utiliza su propio apellido como adjetivo de forma que Karamazoviano aparece como sinónimo de sensual, pasional, vehemente...(p.329). Iván habla también de la crueldad del hombre: “una bestia nunca puede ser tan cruel como el hombre, tan artística, tan plásticamente cruel”. Lo hace centrándose en los niños y cuenta historias, fundamentalmente rusas, donde los niños son golpeados hasta la saciedad: Iván no comprende la razón del mal y de la crueldad y no le sirve la teoría euclidiana según la cual no hay culpables y que cada cosa sigue a una anterior, “de una manera directa y sencilla todo fluye y se equilibra”. No encuentra sentido a la vida y si lo hubiera quiere ser testigo de ello aunque no está de acuerdo en que para que llegue esa especie de armonía cósmica, algunos, -por ejemplo los niños-, hayan tenido que haber sufrido tanto. No quiere esa armonía en la que las víctimas perdonen a sus verdugos, dice:”Prefiero que los sufrimientos no reciban castigo (...)muy caro le han puesto el precio a la armonía(...). Me apresuro a devolver mi billete de entrada(…). No es que no acepte a Dios, Aliosha, me limito a devolverle el billete con todo respeto”. A continuación le “cuenta” a Aliosha un poema que no llegó a escribir pero que sí lo tiene en la cabeza y que se titula “El gran inquisidor”. Sitúa el poema narrativo en Sevilla, en el S.XVI, en los tiempos más atroces de la inquisición en España. El cuento, densísimo y basado fundamentalmente en el libro de Mateo,4, es una reflexión sobre las consecuencias de la llegada de Cristo, así como de su marcha y del poder otorgado a la iglesia. Se habla de la libertad frente al pan y la conclusión es que los hombres siempre preferirán el segundo a la primera porque son “débiles, depravados, mezquinos y rebeldes”. Todo está puesto en boca del gran inquisidor que, después de haber presidido un auto de fe con cien quemados, se enfrenta a Jesucristo, que ha vuelto a este mundo. Se enfrenta a él diciéndole que ahora su presencia les estorba: “…en vez de someter la libertad de los hombres, ¡Té se la hiciste aún mayor!¿O acaso habías olvidado que el hombre aprecia más la tranquilidad o incluso la muerte que la libertad para discernir el bien y el mal? No hay nada que seduzca más al hombre que el libre albedrío, pero tampoco hay nada que lo haga sufrir más. Pues bien, en lugar de establecer unas bases firmes para tranquilizar, definitivamente, la conciencia de la gente, te inclinaste por todo lo extraordinario, misterioso e indefinido, todo lo que no está al alcance de las fuerzas humanas, actuando como si no amaras en absoluto a los hombres; ¡y eso lo hiciste Tú, ni más ni más ni menos, que habías venido a dar la vida por ellos! En vez de domeñar la libertad humana, la multiplicaste, abrumando con sus tormentos el reino espiritual de los hombres por los siglos de los siglos. Pretendías que el hombre amara libremente, que te siguiera por tu propia voluntad, seducido y cautivado por ti. En lugar de someterse al rigor de la vieja ley, el hombre, de corazón libre, tendría que discernir en lo sucesivo el bien y el mal, sin otra guía que tu imagen delante de los ojos. Pero ¿de verdad no previste que el hombre acabaría renegando de ti y que llegaría a poner en cuestión tu imagen y tu verdad, oprimido por la carga espantosa del libre albedrío? Proclamará al final que la verdad no está en ti, pues era imposible dejarlos en mayor turbación y tormento de lo que hiciste Tú, cargándolos de preocupaciones y problemas irresolubles. De ese modo, Tú mismo sentaste las bases para la destrucción de tu reino, y a nadie puedes culpar más que a ti” (pp.352-353). Habla básicamente de la mezquindad y ruindad de los hombres y de cómo Cristo los valoró muy por encima de lo que realmente valen. “Esto es, pues, lo que hay: desasosiego, turbación y desdicha; ¡tal es la suerte de los hombres después de todo lo que has sufrido por su libertad” (...) pero “hemos corregido tu obra basándola en el milagro, en el misterio y en la autoridad”. Habla después de la necesidad profunda que siente la humanidad de alcanzar la plena unión universal, “...los convenceremos de que sólo serán realmente libres en el momento en que, poniendo su libertad en nuestras manos, se entreguen a nosotros. ¿Y qué?¿Será verdad o estaremos mintiendo? Ellos verán que les decimos la verdad cuando recuerden los horrores de la servidumbre y la angustia que les había traído tu libertad. La libertad, el librepensamiento y la ciencia los conducirán a tal laberinto y los colocarán ante tales prodigios y misterios insondables que algunos de ellos, los indomables y feroces, se matarán a sí mismos; otros, igualmente indomables, pero débiles, se matarán entre ellos; y el resto, el tercer grupo, el de los pusilánimes e infelices, se arrastrará a nuestros pies, gritando: ¡Teníais razón! Tan solo vosotros estabais en posesión de su secreto; ahora volvemos a vosotros, ¡Salvadnos de nosotros mismos!”(p.357). “Ellos aceptarán nuestras decisiones de buen grado sabiéndose libres de la enorme preocupación y los terribles sufrimientos que ahora les supone elegir libremente y por su cuenta”, sólo los mandatarios, los dirigentes serán desgraciados porque seguirán abrumados por la maldición del discernimiento del bien y del mal.     
Es evidente que el tema de esta especie de cuento que narra Iván a su hermano pequeño es el del libre albedrío y sus consecuencias.
El stárets mantiene una conversación en su último día de vida con sus cinco personas más allegadas siendo Aliosha una de ellas. Esto se conserva porque es precisamente Aliosha quien la transcribe para poder recordarla y el narrador dice que ha utilizado el manuscrito del personaje para poder contárnosla. Aliosha pone este manuscrito en boca del stárets, en su primera persona, y está organizado temáticamente en los siguientes apartados: 
1. Sobre la juventud del hermano del stárets Zosima. 
2. Las sagradas escrituras en la vida del padre Zosima. 
3. Recuerdos de mocedad y juventud del stárets Zosima, aún en el siglo. El duelo. 
4. El visitante enigmático (equivalente a una pequeña novelita insertada cuyo tema sería la verdad por encima de todo). 
5. Sobre el monje ruso y su posible sentido. 
6. Sobre señores y siervos y sobre si es posible que señores y siervos sean, el uno para el otro, hermanos de espíritu. 
7. Sobre la oración , el amor y el contacto con otros mundos. 
8. ¿Se puede ser juez de nuestros semejantes? Sobre la fe hasta el último momento. 
9. Sobre el infierno y el fuego del infierno: un razonamiento místico.
Todas estas páginas se hacen pesadas porque se refieren a la mística que impregnaba la vida del stárets, apoyada en continuas citas a los salmos, las sagradas escrituras...
TERCERA PARTE
Comienza el libro séptimo con el tufo pestilente que prematuramente emana el cadáver del stárets y el consiguiente oprobio para su figura. Aliosha se siente mal y además no puede olvidar la última conversación con su hermano Iván “...cierta impresión borrosa, aunque atormentada y maligna de los recuerdos de la conversación (...) había vuelto a removerse en su alma e insistía, cada vez con más ahinco, en salir a la superficie”. Es evidente que Aliosha ha cambiado y alguien le dice: “no queda nada de tu famosa mansedumbre de antes y gritas como el más común de los mortales”.
Se cuenta la historia de Grúshenka. Después Aliosha volverá al monasterio y allí tiene un momento de éxtasis místico “...de pronto cayó al suelo como si le hubieran segado las piernas. No sabía por qué la abrazaba, no era consciente de la razón por la que deseaba a toda costa besarla, cubrirla de besos; pero la besaba llorando (...) y se juró frenéticamente amarla, amarla por los siglos de los siglos. “Humedece a tierra con las lágrimas de tu alegría y ama esas lágrimas”, resonaba en su alma” (...) Había llegado como un joven débil y se levantaba como un duro combatiente preparado para el resto de sus días; lo había sabido y lo había sentido súbitamente, podría olvidar Aliosha, en aquel momento de éxtasis. Y ya nunca, nunca en la vida podría olvidar Aliosha aquel instante”. A los tres días abandona el monasterio obedeciendo a su difunto stárets que le había ordenado vivir en el mundo.
El libro octavo vuelve al personaje de Dmitri y a su amor obsesivo por Grúshenka. Se nos cuenta lo ocurrido en los dos últimos días de narración en que no hemos sabido nada de él ni de su padre. Necesita desesperadamente tres mil rublos para devolvérselos a Katerina Ivánovna y no quedar como un canalla ante ella y ante sí mismo. Sólo así podría empezar (él sigue convencido de ello) una nueva y virtuosa vida con Grúshenka y lejos de todos. Ha dilapidado todo su dinero y está en una ruina absoluta. Decide ir a pedírselos a Sansónov, protector de Grúshenka. Va a verlo y le hace una propuesta bastante absurda para que él viejo le preste el dinero pero éste le dice que la misma propuesta se la haga a un tal Liagavy, interesado en comprar a Fiodor Páulovich una propiedad que en realidad pertenece a Dmitri. En este momento sabemos que con esta idea el viejo, hombre frío, malvado y malicioso, sólo pretende burlarse de él. Dmitri va a ver al tal Liagavy. Está notablemente angustiado y desesperado. Lo encuentra borracho.
El resto del libro octavo y noveno se dedican íntegramente a Dmitria (Mitia). Me han gustado en especial porque se hace un retrato magistral del mayor de los Karámazov, al que el lector acaba comprendiendo y aun justificando. De los tres hijos es sin duda el que más se parece al padre. Me ha gustado en especial el libro noveno donde interrogan a Dmitri, que parece ser el asesino de su padre. Este interrogatorio es impresionante y conoceremos en profundidad, con sus respuestas y actitud, el alma de Mitia. En cómo se dirige al juez y al fiscal y con todos los testigos en su contra, se muestra sucesivamente altanero, noble, irónico, contradictorio, irritable, enamorado, irascible, orgulloso, impetuoso, duro, tierno..., y acepta resignado ir a la cárcel pero gritando su inocencia (el único que cree en él es Kalgánov, único que le tiende la mano cuando se lo llevan preso...) Los matices sobre su carácter son infinitos. El lector no sabe todavía si es un parricida o no, valga como ejemplo: “Qué diablos...Señores, ¡me han ensuciado el alma!¿De verdad creen ustedes que, si hubiera matado a mi padre, iba a intentar ocultárselo?¿Que iba a andarme con triquiñuelas, mintiendo y escondiéndome? No, Dmitri Karçamazov no es de esos, no sería capaz, y, ¡si yo fuera el culpable, les juro que no me habría hecho falta esperar a que ustedes llegaran o a que el sol saliese, como tenía decidido al principio, sino que antes me habría quitado la vida, sin esperar al amanecer! Lo siento ahora mismo en mi interior. ¿En veinte años de vida no habría aprendido tanto como he aprendido en esta maldita noche!...Y ¿creen ustedes que habría actuado a lo largo de toda esta noche, que estaría actuando en este mismo instante como estoy actuando aquí con ustedes, que hablaría como estoy hablando, que me movería así, que les miraría de este modo a ustedes y al resto del mundo si de verdad fuera un parricida, cuando hasta el asesinato accidental de Grigori no me ha dejado tranquilo en todo la noche? Y ¡no ha sido por temor, oh, no! ¡No ha sido sólo por temor a su castigo! ¡Qué oprobio! Y, quieren que yo, a unos desvergonzados como ustedes, que no ven nada ni creen en nada, a unos topos ciegos que no se toman nada en serio, les revele y me ponga a contarles una nueva infamia mía, una vergüenza más, con tal de librarme de su acusación? ¡Prefiero el presidio! Quienquiera que abriera la puerta del cuarto de mi padre y entrara por esa puerta, ése es el asesino, ése es el ladrón. ¿Quién ha podido ser? Estoy confuso y atormentado, pero no ha sido Dmitri Karámazov, sépanlo. Eso es lo único que puedo decirles, y ya es suficiente, no insistan....Mándenme al destierro, al patíbulo, pero dejen de intentar ponerme nervioso...¡Llamen a sus testigos! (pp.643-644)
(Dejo de presentar tan detalladamente el argumento y paso a algunas notas rápidas sobre éste y algunos otros aspectos destacables).
Muy interesantes todas las páginas dedicadas al juicio contra Mitia, por ejemplo las que registra el inflamado discurso final inculpatorio del fiscal, Ippolit Kirillovich que hace, entre otras, una semblanza de la familia Karamázov que asocia hábilmente con la Rusia del momento, dejando entrever, suponemos, las opiniones de Dostoievski: “De dónde sale esa estirpe de los Karámazov que de repente ha merecido ser tristemente conocida por toda Rusia (...)En la estampa de esta familia están presentes ciertos elementos básicos y generales de nuestra sociedad intelectual contemporánea (...) Vean a ese viejo infeliz, desenfrenado e inmoral, ese “padre de familia “que terminó su existencia de forma tan triste. Un noble de nacimiento que empezó su carrera como un pobre gorrón y que, por medio de un matrimonio imprevisto y repentino, se hizo con el pequeño capital de una dote: al principio fue un pillo insignificante y un bufón adulador con un germen de facultades mentales bastante fuerte, por cierto, y, sobre todo, un usurero. Con los años, esto es, con el aumento de su pequeño capital, se va animando. Desaparecen la humillación y la adulación, permanecen únicamente el cínico burlón y malvado y el lujurioso. Su parte espiritual está completamente borrada y su sed de vida es excepcional. Todo se redujo a que no ve en la vida más que placeres voluptuosos, y así educó a sus hijos. No había obligación espiritual alguna como padre. Se burla de ellos, cría a sus hijos pequeños en el patio de atrás y se alegra de que se los lleven. Incluso llega a olvidarse por completo de ellos. Todas las reglas morales del viejo son aprés moi le déluge. Todo lo contrario a la noción de ciudadano, se aísla completo, hasta con hostilidad, de la sociedad: “Ya puede arder el mundo mientras a mí me vaya bien”. Y le va bien, está completamente satisfecho, espera vivir otros veinte o treinta años. Estafa a su propio hijo con la herencia de su madre, pues no quiere dársela, y le quita a éste, a su propio hijo, la amante (...) Ofenderé a la sociedad si digo que es uno de los muchos padres de hoy? Oh, lo que pasa es que muchos de estos padres no manifiestan su opinión con tanto cinismo como éste, pues son más educados, más instruidos pero, en esencia, la filosofía es casi la misma (...) Pero aquí están los hijos de este viejo, de esta estirpe: uno está frente a ustedes en el banquillo de los acusados, a partir de ahora todo mi discurso será sobre él. De los otros sólo hablaré por encima. De estos otros, el mayor es uno de esos jóvenes de ahora con una educación brillante, de inteligencia bastante potente y que, sin embargo, ya no cree en nada, que ya ha renegado de muchas cosas en su vida, y las ha borrado, demasiadas, exactamente igual que su padre. Todos le hemos oído, fue recibido con afecto en nuestro mundo. No callaba sus opiniones, todo lo contrario, lo que me hace ser valiente y hablar de él con cierta franqueza, claro que no de él como individuo particular, sino como miembro de la familia Karámazov. Ayer murió aquí (se suicidó a las afueras de la ciudad) un idota enfermo muy ligado a esta causa; había sido el criado de Fiódor Pávlovich y, quizá, su hijo ilegítimo: Smerdiakov. Durante la instrucción preliminar me contó, entre lágrimas histéricas, que el joven Karámazov, Iván Fiódorovich, le había horrorizado con su incontinencia espiritual. “Según él todo está permitido, sea lo que sea, y en adelante nada debe prohibirse, eso es lo que me enseñaba”, decía. Parece que el idiota, por estas tesis que le enseñaron, se volvió definitivamente loco aunque, por supuesto, en ese desorden mental también influyeron su mal caduco y toda la catástrofe que se había desencadenado en la casa. Pero este idiota soltó una observación muy curiosa, que honraría a un observador más inteligente que él, y por eso la menciono: “Si hay un hijo que, por carácter, se parece más a Fiódor Pávlovich, ése es Iván Fiódorovich” (...) Luego tenemos al otro hijo, oh, todavía es un niño, piadoso y humilde, en contraposición a la concepción del mundo corrupta y sombría de su hermano, y que busca aferrarse, por así decirlo, a los “principios nacionales”, o a eso que se denomina con una palabrita compleja en determinados rincones teóricos de nuestra clase pensante. Ya han visto, se aferró al monasterio, a punto estuvo de tomar los hábitos. Me parece que en él se han manifestado, como inconscientemente y muy pronto, esa tímida desesperación con la que ahora muchos en nuestra pobre sociedad, asustados por su cinismo y su depravación, y atribuyendo erróneamente todo el mal a la ilustración europea, se arrojan al “terruño”, como dicen ellos, en un abrazo maternal, llamémoslo así, con la tierra natal, como niños asustados por fantasmas que ansían quedarse tranquilamente dormidos al pecho seco de su debilitada madre e, incluso, dormir toda su vida con tal de no ver los horrores que los asustan. Por mi parte, yo le deseo todo lo mejor a este joven bueno y talentoso, deseo que su joven benignidad y su aspiración a los principios del pueblo no se conviertan más tarde, como sucede con tanta frecuencia, en sombrío misticismo, en cuanto a moral se refiere, y en torpe chovinismo por el lado cívico, dos cualidades que quizá sean una amenaza mayor para la nación incluso que la temprana corrupción por culpa de lo erróneamente comprendido y lo adquirido en vano de la ilustración europea, que es de lo que adolece su hermano mayor. (...) Y aquí tenemos al tercer hijo de un padre de una familia actual (...) En contraposición al “europeísmo” y a los “principios nacionales” de sus hermanos, él parece representar Rusia tal cual es, no toda, no toda, ¡Dios nos ampare si fuera toda! Y, sin embargo, aquí está ella, nuestra Rusita, puede olerse, sentirse, ¡madre! Ay, nosotros somos espontáneos, tenemos el bien y el mal sorprendentemente mezclados, somos unos apasionados de la Ilustración y de Schiller y, al mismo tiempo, alborotamos por las tabernas y arrancamos la barba a los borrachines, a nuestros compañeros de botella. (...) Primero tenemos delante a un pobre niño abandonado, ay, “sin botas en el patio de atrás” (...)Y entonces el niño ya ha crecido, es un joven, un oficial al que destierran a una remota ciudad fronteriza de nuestra bendita Rusia por su conducta violenta y por batirse en duelo. Allí sirve, se va de juerga y, ya se sabe, a gran río, gran puente. Necesitamos recursos, ante todo recursos, y entonces, después de largos litigios, su padre y él pactan los últimos seis mil rublos que le son enviados.(…) Porque somos de naturaleza amplia, somos Karámazov, aquí es donde quiero llegar, capaces de tener todos los extremos posibles y de contemplar al mismo tiempo dos abismos, uno encima de nosotros, el abismo de los grandes ideales, y otro debajo, el abismo de la decadencia más ruin y nauseabunda. (...) Dos abismos, señores, dos abismos y en el mismo momento, sin ellos somos desgraciados,  y nos sentimos insatisfechos, nuestra existencia está incompleta. Somos extensos, extensos igual que nuestra madre Rusia, lo abarcamos todo y vivimos en armonía con todo.”(pp.907-912)
Por su parte el defensor también hace un brillante y elocuente discurso exculpatorio. Presenta a un Mitia impetuoso, desenfrenado. En palabras del defensor: “...los dos abismos que el acusado puede contemplar es justamente esa naturaleza con dos lados, con dos abismos, que en la necesidad más imperiosa de juerga puede detenerse si algo le sorprende desde el otro lado. Y ese otro lado es el amor, ese amor nuevo que empezaba entonces a inflamarse (…)Karámazov es extenso, es la acusación la que ha vociferado sobre los dos abismos extremos que Karámazov puede contemplar. Karámazov es justamente esa naturaleza con dos lados, con dos abismos, que en la necesidad más imperiosa de juerga puede detenerse si algo le sorprende desde el otro lado. Y ese otro lado es el amor, ese amor nuevo que empezaba entonces a inflamarse como la pólvora, y para ese amor era necesario el dinero, mucho más necesario, ay, bastante más que para las juergas con la amada” (p.950) (...) Tiene sentido del honor, pongamos que incorrecto, pongamos que muy equivocado, pero lo tiene, lo tiene hasta rabiar y lo ha demostrado” (p.951)
Defiende la relatividad de todo y, por tanto, habla de las diferentes maneras de interpretar las pruebas, aparentemente inculpatorias; de los múltiples prejuicios; del empeño en defender que los hechos han sucedido como nosotros creemos (¿ pone el autor la justicia en tela de juicio?) de manera que a un acusado todo puede resultarle incriminatorio, hostil, pero todo puede haber ocurrido de otra manera, “por qué debemos admitir las cosas tal como nosotros nos las imaginamos, como hemos decidido imaginárnoslas?”. Acierta plenamente en el retrato que hace de Smerdiakov, muy contrario al que ha hecho el fiscal como hombre tímido, lerdo y simple: Yo estuve con Smerdiakov, le vi y hablé con él, y me causó una impresión completamente distinta. Su salud era débil, es cierto, peo su carácter, su corazón, ah, no, no era para nada ese hombre débil que dice la acusación. Sobre todo no encontré en él timidez, esa timidez tan característica que nos ha descrito el fiscal. No tenía nada de simple, al contrario, yo me encontré con una desconfianza terrible disimulada de inocencia, y una inteligencia capaz de observar muchas cosas. ¡Ay! La acusación fue demasiado simple al considerarlo falto de juicio. Me causó una impresión bien definida: salí de allí convencido de que esa persona era decididamente malvada, demasiado ambiciosa, vengativa e intensamente envidiosa. He reunido algunos datos: odiaba sus orígenes, se avergonzaba de ellos y  recordaba apretando los dientes que “provenía de la Maloliente”. Era irrespetuoso con el criado Grigori y su mujer, sus benefactores en su infancia. Maldecía Rusia y se burlaba d ella. Soñaba con marcharse a Francia, con convertirse en francés. Con frecuencia había explicado que le faltaban medios para ello. Me parece que no quería a nadie, excepto a sí mismo, que se tenía en muy alta estima. Para él, ser educado era tener ropa buena, camisolines limpios y botas lustrosas. Como se creía (y hay pruebas de esto) el hijo ilegítimo de Fiódor  Páulovich, tal vez odiara su situación en comparación con la de los hijos legítimos de su señor: ellos lo tienen todo, decía, y yo nada, para ellos son los derechos, la herencia, y yo solo soy el cocinero. Me contó que Fiodor Páulovivh y él habían puesto juntos el dinero en el sobre. El destino de esa cantidad, una cantidad con la que él podría hacer carrera, le resultaba odioso. Además, vio tres mil rublos en billetes de cien nuevecitos (le pregunté a propósito sobre esto). Oh, nunca le enseñaron gran cantidad de dinero de una sola vez a un hombre orgulloso y envidioso. Era la primera vez que veía tanto dinero en manos de una sola persona. La impresión del fajo de billetes pudo influir lastimosamente en su imaginación, al principio sin consecuencias.”(pp.956-957) y hace una perfecta descripción del asesinato cometido por éste. A estas alturas ya sabemos que fue todo así por la conversación que la víspera ha mantenido Smerdiakov e Iván.
De la figura del padre dice: “Lo recibe (el padre a Mitia) con burlas cínicas, con desconfianza y tejemanejes a cuenta del dinero en litigio; sólo oye palabrería y ve un comportamiento que le revuelve las entrañas, todos los días con un cognac y, finalmente ve a un padre que le arrebata la amante a él, al hijo, y con el dinero del hijo (…)Y ese viejo se va quejando a todos ) de la falta de respeto y de la crueldad de su hijo, lo denigra en sociedad, lo perjudica, lo calumnia, acapara los recibos de sus deudas para mandarlo a la cárcel (p.962)(...)Esos corazones (el de Mitia) suelen ansiar lo bello, lo tierno y lo justo, precisamente por ser un contraste consigo mismos, con su furia, con su crueldad, lo ansían inconscientemente, pero lo ansían. Apasionados y crueles por fuera, son capaces de amar dolorosamente a una mujer, por ejemplo, y siempre con amor espiritual, y supremo (p.962) se calman rápidamente, pero cerca de una criatura bella, agradecida, ese hombre al parecer ordinario y cruel busca la renovación, busca la posibilidad de enmendarse,  de ser mejor, de volverse elevado y honrado, elevado y bello (p.963)
Aparece la ide de que padre no es sólo quien engendra, sino quien además se lo merece:”La visión de un padre indigno, sobre todo en comparación con otros padres, dignos, de otros niños, de sus coetáneos, involuntariamente dicta a un joven preguntas dolorosas(...)¿acaso él me quería cuando me engendró?¿acaso él me engendró para mí?¿por qué tengo que quererlo?¿sólo porque me haya engendrado para después no quererme en toda su vida?
Cuidado con las injustas condenas porque podemos convertir a un ser bueno en un monstruo: “Señores del jurado, lo condenaremos y él se dirá a sí mismo: “Esa gente no ha hecho nada por mi destino, por mi educación, por mi instrucción, por hacerme mejor, por hacer de mí una persona. Esa gente no me dio ni de comer ni de beber, y cuando estuve en el calabozo, desnudo, no me visitaron, pero me han enviado a trabajos forzados. Estamos en paz, ahora no les debo nada, y no le debo nada a nadie por los siglos de los siglos. Son malvados, yo también voy a serlo. Son crueles, yo también voy a serlo”. ¡Eso es lo que él dirá, señores del jurado! Se lo juro: culpándole sólo le aliviarán, aliviarán su conciencia, maldecirá la sangre que ha derramado en lugar de lamentarla”.(p.967)     
En cuanto al narrador:
Es omnisciente pero afirma no conocer cosas y haber olvidado otras. No narra absolutamente desde fuera. Se dirige al lector directamente en muchas ocasiones: “No soy  médico, pero creo que, llegados a este punto, es imprescindible que explique al lector, aunque sea a grandes rasgos, la naturaleza de la enfermedad de Iván Fiódorovich”.
Utiliza muchas prolepsis, es decir, se anticipa a los hechos y adelanta lo que va a pasar.
Se insertan lo que podría considerarse como novelitas independientes (por ejemplo la historia del starets).
Aparecen antecedentes del monólogo interior como la visita del diablo a Iván que no es otra cosa que un desdoblamiento de la mente enferma de Iván (es curiosa la visión del diablo y las licencias que con él se permita el autor: “La gente se toma en serio toda esta comedia (su existencia), a despecho de su indiscutible inteligencia. En ello radica su tragedia. Bueno, sufren, claro está, pero...a cambio viven, viven realmente, no de un modo imaginario, porque el sufrimiento es la sal de la vida”. El diablo se le presenta a Iván, en un momento en que está enfermo y es víctima de un delirio, justamente la noche anterior al juicio de Iván) o muchos momentos en que hablan caóticamente Mitia o Iván. El narrador se muestra un poco blando en cuanto al canto a la bondad que pone al final en boca de Aliosha en el funeral del niño recién fallecido Iliúshechka y está claro que es un voto de confianza, de esperanza en el futuro.
En cuanto a los personajes:
Aparecen tres individualidades (los tres hermanos) que suponen tres maneras de entender la vida.
Aliosha “esbozó el carácter de éste (Mitia) como un hombre quizá violento y dominado por las pasiones, pero también noble, orgulloso y magnánimo, dispuesto a sacrificarse si se lo exigían”. Mitia es impetuoso, desenfrenado…
Iván está torturado por mil luchas internas sobre la existencia de Dios, el libre albedrío, el honor, la conciencia y, definitivamente, se muestra delirante, incongruente, violento y enloquecido en el juicio.
Es fundamental la existencia de Smerdiakov, es él el asesino y también el parricida como hijo ilegítimo
     En cuanto a los temas:
Religión. Existencia de Dios. Existencia del demonio (¿parodia?). Misticismo. Los stárets. La vida en los monasterios.
El libre albedrío.
La justicia.
La relatividad.
El carácter nacional ruso. Tres tipos de rusos: 1. “Cobardes” que odian la ilustración y que se convierten en místicos y chovinistas (Aliosha corre el peligro, según el fiscal, de convertirse en uno de ellos). 2. Quienes han aprendido mal la ilustración (Iván). 3.La Rusia de siempre, la de los dos abismos (Mitia); el ruso es “extenso” y vive en armonía con todo (ironía).
La paternidad.

           Novela fantástica. Me ha entusiasmado. Todo un clásico maravillosamente escrito.

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