domingo, 5 de marzo de 2017

COETZEE, J.M., “Elizabeth Costello”, Mondadori, Barcelona, 2004



   Lejos de lo que entendemos por una novela –pues algunos de los elementos narrativos están prácticamente sin desarrollar, como el argumento o el tiempo-, es más la presentación de un individuo en esencia, de lo que siente y, sobre todo, de lo que piensa acerca del mundo.

   La conocemos –es una mujer- por lo que dice u oye a lo largo de ocho conferencias y por las reflexiones y discusiones que mantiene sobre ellas. Los temas y títulos de esas conferencias son:

1. Realismo.
2. La novela en África.
3. Las vidas de los animales: Los filósofos y los animales.
4. Las vidas de los animales: Los poetas y los animales.
5. Las humanidades en África.
6. El problema del mal.
7. Eros.
8. En la puerta.
                         
   Efectivamente las pronuncia una mujer –Elizabeth Costello- que a sus sesenta y muchos años, y según va avanzando el tiempo narrado, va perdiendo –o eso nos parece- seguridad en sus creencias y valores. La novela es eso: un personaje cuyo mundo interior lo cuenta un narrador, omnisciente pocas veces, y que utiliza el estilo indirecto libre casi siempre. Apenas hay diálogos y el resto de los personajes (su hijo, el anciano Sr. Phillips o su hermana Blanche) son escasos y leves comparsas del deambular fundamentalmente mental de la protagonista que no siempre es percibido con claridad por el lector y sí con muchas contradicciones.
                       
   Elizabeth Costello es una novelista australiana que además de escribir se gana la vida dando conferencias.
                       
* La primera conferencia es en Estados Unidos, en Williamstown (Pensilvania). La acompaña su hijo. Aparece aquí la defensa del estilo escueto, casi descarnado, de Coetzee que tanto me sorprendió en la primera novela suya que leí, “Desgracia”:
“El vestido azul y el pelo grasiento son detalles, señales de un realismo moderado. Suministra los detalles y deja que los significados emerjan por sí mismos. Un procedimiento del que fue pionero Daniel Defoe. Robinson Crusoe, náufrago en una playa, mira a su alrededor en busca de sus compañeros de barco. Pero no hay nadie. “Nunca los volví a ver, ni vi otro rastro de ellos –dice- que tres de sus sombreros, una gorra y dos zapatos desparejados.” Dos zapatos desparejados. Al estar desparejados, los zapatos dejaban de ser calzado y se convertían en pruebas de la muerte, arrancados de los pies de los ahogados por los mares espumeantes y arrojados a la orilla. Nada de grandes palabras, nada de desesperación, simplemente sombreros, gorras y zapatos” (p. 12)
                       
   Descarnado en la palabra, en el estilo pero también en el contenido. Descubrimos a una protagonista que abandona cotidianamente a sus hijos para escribir; a un hijo que dice de su madre:

“Ella yace hundida en su asiento. Tiene la cabeza ladeada y la boca abierta. Ronca ligeramente. Mientras el avión aterriza, brillan luces en las ventanillas y un sol muy brillante se pone sobre el sur de California. Puede verle a su madre el interior de los orificios nasales y de la boca, hasta la garganta. Y puede imaginarse lo que no ve: el gaznate rosado y feo, contrayéndose al tragar, como un pitón, haciendo bajar cosas hasta su saco ventral en forma de pera. Se aparta de su madre, se ajusta su cinturón, se sienta con la espalda recta y mira hacia delante. No, se dice a sí mismo, no es de ahí de donde vengo. No es de ahí.” (p.41)

   Igualmente, descubrimos a una periodista y escritora que felizmente casada se acuesta con el hijo de Elizabeth igual que si se comiera unas pipas...

* La segunda la  pronuncia en un crucero –el Northen Lights- ante unos turistas jubilados. Aparece su concepción sobre la novela:

“La novela, la novela tradicional, sigue diciendo, es un intento de entender el destino humano caso por caso, de entender cómo puede ser que uncongénere que ha empezado en un punto A y ha pasado por las experiencias, B, C y D, termine en un punto Z. Igual que la historia, la novela, es por tanto, un ejercicio de hacer coherente el pasado. Igual que la historia, explora las contribuciones respectivas del carácter y la circunstancia a la hora de conformar el presente.Al hacerlo, la novela sugiere que podamos explorar el poder que tiene el presente a la hora de producir el futuro. Para eso tenemos esa institución, ese medio llamado novela” (p.46)
                       
   En este crucero se encuentra a un novelista nigeriano –Emmanuel Egudu- , que en su conferencia cita a Paul Zumthor, el gran estudioso de la oralidad, que dice: "Mundo como un cáncer, al principio con sigilo pero desde hace tiempo a paso cada vez". “Desde el S. XVII –escribe Zumthor-, Europa se ha extendido por el más rápido, hasta que hoy se dedica a aniquilar formas, animales, plantas, habitats e idiomas. Cada día que pasa, varios idiomas del mundo deaparecen, repududiados, sofocados…Uno de los síntomas de la enfermedad ha sido sin duda, desde el principio, lo que llamamos literatura. Y la literatura se ha consolidados, ha prosperado y se ha convertido en lo que es (una de las más enormes dimensiones de la humanidad) negando la voz…Ha llegado el momento de dejar de privilegiar la escritura…Tal vez la gran y desafortunad África, empobrecida por nuestro imperialismo político-industrial, se encontrará más cerca de la meta que el resto de los continentes, ya que la escritura le ha afectado en menor medida” (p.52)
                       
* La tercera es en el Appleton College (Waltham) donde su hijo es profesor de Física. Se instala en casa de éste, con su mujer y los dos hijos de ambos. No se lleva bien con su nuera –Norma-, doctora en Filosofía de la mente. Al hijo, insistentemente le parece vieja y cansada. En su conferencia en pro de los animales –ella, como el autor, es vegetariana- hace una comparación entre los campos de exterminio nazis, en especial el de Treblinka y los mataderos de animales. Asimismo hace referencias al mundo de la filosofía y ataca a Santo Tomás y a Kant. Defiende que las explicaciones racionales no son más que una consecuencia de la estructura de la mente humana y que los animales tienen sus propias explicaciones acordes con su estructura mental, a las cuales no tenemos acceso por no compartir un mismo lenguaje.
                       
* La cuarta la pronuncia en el mismo colegio y se plantea el eterno tema de si los animales sufren, sienten, piensan. Siembra la polémica entre profesores y alumnos. Su discurso lingüístico es árido y difícil de seguir, su nuera lo califica de pseudofilosófico y absurdo.
                       
* La quinta. El narrador nos habla de su hermana, a la que hace doce años que no ve. Es misionera en África y ha escrito un libro sobre el sida en ese continente. Va a verla y será su hermana quien ahora pronuncie una charla a la que acude Elizabeth. Esa charla trata de la erudición textual y los estudios de humanidades y defiende en ella que éstos están a punto de morir a manos del monstruo de la razón. Ya en el hotel, las dos hermanas siguen hablando –discutiendo- sobre el mismo tema y a la mañana siguiente viajan a Marianhill para que vea el hospital que Blanche ha creado. De vuelta  en Australia escribe una larga carta a su hermana en la que insiste en sus opiniones a favor de lo griego y de las humanidades; de la belleza y de la razón; de cómo, tras la noche secular del cristianismo, volvió la belleza, la belleza enseñada por los griegos.
                       
* La sexta. Sabemos que ha sido muy criticada su conferencia en Estados Unidos, dado que en ella restó importancia al Holocausto y lo comparó con las matanzas de animales. El escándalo legó a su país donde incluso recibió amenazas. Quizá por ello –piensa ella- la invitan a Amsterdam para dar una conferencia sobre el mal en el mundo. Acepta bajo la influencia de una terrible novela que acaba de leer. En ella, su autor –Paul West- cuenta el intento frustrado de asesinato a Hitler y cómo éste se venga de los que lo intentaron. No puede soportar tanta maldad y que, además, alguien la cuente. Negocia el título de su charla (“Testigo, silencio y censura”) y cuando ya está en Amsterdam descubre que Paul West es otro de los invitados. La charla que Elizabeth había preparado versa sobre Paul West, sobre cómo un hombre como él puede adentrarse en el horror y salir indemne. No sabe qué hacer y la situación da pie a una larga reflexión a lo largo de toda la noche: intenta rehacer su conferencia: recuerda cómo en su juventud fue golpeada y humillada por un estibador cuando ella se negó a acostarse con él; vuelve a recordar el libro de West porque duda ya de su propia tesis frente al novelista; nos da su opinión  acerca de la esencia de la novela…En cualquier caso decide que hay cosas, (ciertos horrores como los que cuenta la novela de West) que “para salvar nuestra humanidad, aunque queramos verlas, deben permanecer fuera de escena...” y que éste será el hilo conductor de su discurso. Al día siguiente en el salón de actos conoce al novelista, le dice de qué va a hablar y le pide por adelantado que no se moleste. El otro ni siquiera la contesta. Pronuncia su conferencia y al final, casi huyendo, se mete en un lavabo donde reflexiona y reflexiona. El lector se da cuenta de que no tiene claro casi nada.
                       
* La séptima no es una conferencia sino una larga meditación sobre cómo sienten el amor y la muerte los dioses y los hombres. Los últimos disfrutan del amor y del sexo porque son mortales y por lo contrario, los dioses están incapacitados para ese goce.
                       
* La octava es absolutamente extraña. Se sienta ante un tribunal, en una situación alegórica en la que se juzga si puede o no traspasar una puerta. En su conversación –“declaración”- con ese tribunal, defiende su yo, su escritura. Dice ser una simple secretaria que escucha la información que algo o alguien le da y la transmite. Ella misma dice que la situación es absolutamente literaria. Acabado el juicio debe esperar el veredicto en una infame y extraña “residencia” donde duerme en una litera desvencijada. Parece que está en la otra vida, o a punto de estar, y es solicitante de algo. El tribunal-ahora distinto- le pide que lea la revisión de su declaración. Acaba sin que sepamos qué va a pasar, si va a conseguir que le dejen traspasar esa puerta que la conduzca...¿a la fama?, ¿a la eternidad?. Esta parte no la he entendido, no consigo dar con el término real de esa alegoría y, además, reconozco que me ha aburrido bastante este último capítulo.                    
                
   La novela termina con un epílogo, también sorprendente y extraño –que tampoco acierto a desentrañar- en el que Elizabeth Coello, esposa de Lord Chandos, escribe una carta a Francis Bacon, en 1603.          
   Libro extraño, árido y tortuoso, difícil de clasificar en cuanto al género, pero siempre interesante como todo lo que escribe Coetzee.

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