domingo, 25 de diciembre de 2016

BANVILLE, John, "Antigua luz", Alfaguara, Madrid, 2012.




Alexander Clave es un actor de teatro no muy brillante desde que un día en medio de un monólogo olvidó el texto, hecho que le marcó desde entonces. Le han ofrecido el papel protagonista en una película que le pone en contacto con la hermosa, joven y exitosa actriz del momento, Dawn Devenport. El rodaje de la película y la extraña relación que surge entre ellos constituye el presente narrativo, pero no es esto lo más importante. Alternando con este presente, el protagonista-narrador y a base de continuos flashbacks, nos lleva a dos tiempos y dos realidades anteriores: a la infancia, enfermedad, juventud y suicidio de su única hija, Cass, en un acantilado de Portovenere (Italia) y, sobre todo, al verano de sus quince años en el que mantuvo una tórrida relación con la Sra. Gray, madre de uno de sus mejores amigos, Bill Gray. Las páginas que la narran no llegan a constituirse en literatura erótica pero sí están dotadas de una intensa pasión con escenas de alto contenido sexual.
         
    El presente, -atormentado por el recuerdo de la hija muerta y de la ausencia de causas que aclaren su muerte, -hace ya diez años-, y el pasado lejano en el que recuerda su primer gran amor son los dos ejes, narrativos si se quiere, de la novela, pero sin duda éste es un libro sobre la memoria y el recuerdo, sobre los vericuetos mentales que establecemos, consciente o inconscientemente para no olvidar o para tamizar emocionalmente la realidad recordada, de modo que los recuerdos no siempre la reflejan tal y como ocurrió. Así, el protagonista duda muchas veces sobre si lo que está recordando y contando fue real, y lo mejor es que esto se traduce estilísticamente en la profusa utilización de preguntas, preguntas casi siempre dirigidas a sí mismo (¿fue así como ocurrió?¿no me estaré equivocando?) pero también a nosotros. De la misma manera y por la misma razón, el narrador abre una serie de dudas respecto a lo que está contando, y por ello frecuentemente se dirige a sí mismo y se increpa y corrige cuando está contando la historia: “La luz invernal –no, no, era verano, por amor de Dios, no te despistes- la luz de verano...” (p.129).  Así, sospechamos que no todo lo que está diciéndonos ha ocurrido de verdad, como efectivamente sabremos al final cuando se encuentre con la hermana Catherine que no es otra que Kitty, la hija pequeña de la Sra. Gray que les sorprendió en uno de sus encuentros amorosos. Verdad o no, es igual. No interesa tanto lo recordado como los mecanismos para recordar primero y contarlo después. El propio autor ha dicho al respecto: “La memoria es un personaje importante en esta novela y tiene gran presencia en ella (...). Para Alex el pasado parece ser más importante que el presente. Le damos mucha importancia al pasado, pero eso le pasa no sólo a mis personajes, sino a muchas personas reales que están obsesionadas por el pasado y la memoria. Además habría que matizar que nadie puede recordar como en una novela, con tantos detalles como narra un escritor. La ficción permite hacer parecer que uno recuerda pero en realidad, uno está inventando”. Compararle con Proust y Nabocov me parece una exageración aunque los ecos son evidentes porque efectivamente la memoria y el erotismo son los dos grandes protagonistas.

    En otro orden de cosas, es interesante el hecho de que todos los personajes importantes son mujeres y que el protagonista se siente perdido ante todas ellas, no las conoce, no las comprende y eso le produce un cierto desasosiego y extrañamiento: su esposa Lydia, con quien compartió la muerte de su hija y con la que ha conseguido una cierta paz pero con la que se sorprende continuamente porque dice saber muy poco de ella; su hija Cass, muerta en plena juventud y a la que sigue buscando en el presente, buscando sobre todo las razones de por qué se suicidó; la joven actriz Dawn Devenport ante la que se siente un poco como padre y amante sin ser ninguna de las dos cosas; la extrafalaria y maltratada por su marido Billie Stryker, que será quien resuelva algo importante al final; Kitty, la hija pequeña de su amada, traviesa y malvada; y por encima de todas ellas, la Sra. Gray, a la que le unió no sólo un intenso lazo sexual cuando tenía quince años sino que, además, la presenta como la mujer a la que más amó, la que más le marcó y a la que menos conoció.

    Otro logro de la novela es la luz que crea a lo largo de toda la historia, luz que ilumina cuando retrocede al pasado y que es una luz que evoca, que emociona, que transporta...Pero hay también otra luz, que yo asociaría al presente, que oscurece, que crea una atmósfera un tanto asfixiante y opresiva, como la creada en el hotel italiano o en su propia casa.

    Sorprende el final de la novela en el que Alex Cleave se marcha a E.E.U.U. acompañado por JB que no es otro que el autor de la biografía de Alex Vander, personaje que él está interpretando en la película. Además, ha encargado a Billie Stryker que siga la pista que Alex Vander haya podido dejar diez años atrás en los alrededores de Portovenere porque, según su biógrafo, por ahí anduvo coincidiendo con Cass, la hija de Cleave, en los días en que ella se suicidó.

    Buena novela aunque no magnífica, como la declaran los seguidores del autor. En cualquier caso, lo mejor... el estilo.

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