domingo, 11 de diciembre de 2016

GRANDES, Almudena, “El corazón helado”, Círculo de lectores, Barcelona, 2007



En una sociedad como la nuestra, en la que sistemáticamente se relega a los mayores y se les arrumba como objetos inservibles, es reconfortante leer una novela en la que uno de sus grandes temas es justamente lo contrario, demostrar que lo que somos y tenemos es gracias a lo vivido y conseguido por las generaciones que nos precedieron, en este caso la que participó en nuestra guerra civil y dejó testimonio, con su sufrimiento y coraje, del drama vivido.

   El presente de la novela transcurre en nuestros días y está protagonizado, como tal presente, por dos jóvenes ya adultos, -Raquel y Álvaro-, de treinta y tantos ella y cuarenta y pocos él. Se encuentran de forma azarosa y surge entre ellos una fuerza amorosa intensísima que va a arrasar con todo y ese todo es el mundo de mentiras, cinismo y bajezas morales en que ha vivido Álvaro durante toda su vida sin él saberlo. Será el amor hacia Raquel lo que le mueve en todo un proceso de indagación sobre su familia que le lleva hasta una tercera generación, -la de sus abuelos-, ocultada y enterrada por un padre al que adoraba y del que va a descubrir que fue un miserable, un oportunista y un canalla.

   Álvaro es hijo de Julio Carrión González, en la actualidad empresario poderoso con una gran fortuna, que se hizo a sí mismo, que ha tenido cinco hijos (Rafa, Julio, Angélica, Álvaro y Clara), y que ha sido para ellos un ejemplo de rectitud, honradez y vida extraordinaria. El libro comienza con su entierro y es en el cementerio donde Álvaro descubrirá por primera vez a Raquel Fernández Perea. También ella es el fruto lógico de una familia, aunque ésta bien distinta a la de él. Su abuelo, Ignacio Fernández Muñoz es, junto con el padre de Álvaro el gran protagonista del libro. Tenía dieciocho años cuando estalló la guerra, estudiaba Derecho y era hijo de una familia acomodada de Madrid. Llegó a ser Capitán del ejército republicano, comunista cabal y convencido. Escapó con vida varias veces y vio caer a amigos, a su hermano Mateo, -sólo dos años mayor que él-, a su cuñado Carlos, -marido de su hermana Paloma-...Muertes humillantes todas ellas. Pero nada le arredra, ni siquiera cuando ya en el exilio acaba en un campo de concentración francés. Sus padres, -Ignacio y María-, y sus dos hermanas también tuvieron que marcharse dejando importantes propiedades en España y teniendo que empezar desde cero en Francia que, en esos momentos, no era precisamente amiga de los republicanos españoles. Ignacio acaba encontrando a su familia en aquel país, se casará con Anita y jurará no volver a pisar tierra española. Será en Francia donde conoce a Julio Carrión quien por pura conveniencia se hace pasar también por republicano (lleva en el bolsillo siempre los dos carnés, el de las juventudes socialistas y el de Falange). Julio Carrión con su simpatía personal se gana el afecto y la confianza de la familia Fernández y cuando va a volver a España se trae un poder notarial de ellos para que venda todas sus posesiones, -un estupendo piso, una casa en la sierra y muchas tierras-, y les envíe el dinero a Francia. Es aquí cuando empezamos a conocer de verdad cómo el miserable Julio Carrión comienza una carrera meteorítica como empresario constructor en la España franquista, mientras los Fernández pasan todo tipo de calamidades en Francia. En el exilio nacen los dos hijos de Ignacio y, sobre todo, su nieta Raquel por la que siente un amor muy especial y con la que mantiene una unión tan estrecha que la marcará intensamente, de forma que se autoimpone la difícil tarea de vengar a toda su familia y la convertirá en la protagonista en el presente de la novela.

   Todo lo que pasa, toda la historia, -compleja porque se extiende a lo largo de cuatro generaciones, aunque la más detallada sea la de Ignacio y Julio-, nos llega a través de un entramado de puntos de vista,  perspectivas y técnicas narrativas que va combinando la tercera persona, -que cuenta todo lo referente a Raquel y su familia-, con la primera de Álvaro. La tercera está cuajada de estilo indirecto libre, con lo que muchas veces da la sensación de que son los propios personajes los que presentan su vida. La distribución es perfecta e ideológicamente muy significativa, porque desde la objetividad de la tercera se nos cuentan las miserias de los Carrión y lo extraordinario de los Fernández como si ambos extremos no fueran cuestionables, como si no cupiera interpretación alguna porque unos son unos canallas y otros unas personas sencillamente extraordinarias. Mientras, en el caso de Álvaro, será él quien hable porque la intensidad de la introspección que realiza, el buceo que hace en su vida y la de su familia, es de tal calibre que sólo él puede contarlo.

   Todo esto, unido a la falta de linealidad cronológica y a la gran cantidad de personajes hace que a veces sea necesaria una lectura lenta y reflexiva para no mezclar fechas, nombres y situaciones, pero es justamente este entramado narrativo lo que aporta calidad a la novela. Así, vamos descubriendo poco a poco la auténtica esencia de los personajes, personajes que, por otro lado, resultan todos muy contundentes, muy bien trazados, sin fisuras…,y esto vale no sólo para los protagonistas sino también para los secundarios: cada uno de los hermanos de Álvaro; su madre, Angélica; su mujer, Mai, su abuela Teresa, sus otros abuelos…Igual ocurre con los personajes ligados a Raquel: sus padres, Ignacio y Raquel; su abuela Anita, su amiga Marga...

   A este alarde técnico por parte de la autora, hay que añadir lo estremecedor de la propia historia, de todas esas vidas que se cruzan hasta tejer una tela de araña en la que se funden todos los personajes de las dos familias.


   Magnífico homenaje a los republicanos españoles y a los que sufrieron en la Guerra y en el exilio.

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