Bruno es un niño de 9 años que vive con sus
padres y su hermana, Gretel, en el Berlín del inicio de la Segunda Guerra
Mundial. Allí es feliz en su gran casa; tiene amigos; va al colegio; ve a sus
abuelos...Un día descubre con fastidio que en casa se está preparando una mudanza
y a los pocos días está viviendo en lo que él llama “Auchviz”. Su nuevo hogar
no le gusta nada. Vive en medio del campo, no hay ninguna otra casa alrededor
ni niños con los que jugar. Nos va contando su nueva experiencia. Añora Berlín
y a sus amigos y no convence a su padre para que su jefe (El Furias) le permita
abandonar ese trabajo. Un día descubre que más allá de su jardín hay una gran
alambrada, que se extiende a lo largo de kilómetros, detrás de la que hay
muchos bloques y gentes que visten todos igual con lo que él llama pijamas de
rayas. Cuando pregunta en casa por ellos, no sólo no le responden sino que le
prohíben volver a hablar de ello. Poco a poco, va amoldándose a la nueva
situación y va sobrellevando las clases de un profesor privado, -Herr Liszt-,
que sus padres han contratado para él y su hermana. Nos habla, siempre a través
de la 3ª persona de un narrador, de María, la criada; del insoportable teniente
Kotler, que va mucho por su casa; del cocinero y camarero Pavel, que un día le
curó muy amablemente una herida que se hizo...Desde la ventana observa a los
hombres y la vida del otro lado de la alambrada, ve cosas raras que él no
entiende pero ya no se atreverá a preguntar. Nos cuenta incluso cómo un día se
preparó un gran revuelo en la casa porque el jefe de su padre, El Furias, vino
a cenar con una señorita llamada Eva.
Un
día, Bruno se aventura a ir a explorar más allá de los límites del jardín de su
casa y, siguiendo la alambrada, verá que al otro lado de ella hay un niño
vestido con el mismo pijama de rayas. Hablarán, se presentarán (el otro niño se
llama Shmuel y tiene su misma edad) y a partir de este momento, todas las
tardes en el mismo sitio y a la misma hora se encontrarán, cada uno a un lado
de la alambrada que los separa. Se hacen muy amigos y conversan contándose sus
cosas. Por fin Bruno se encuentra feliz y con su nuevo amigo no echa de menos a
los que dejó en Berlín. Todo cambia un día en que sus padres deciden que la
madre y los dos hijos deben volver a la ciudad, convencidos de que “Auchviz” no
es un buen lugar para ellos. Bruno, muy triste, se lo cuenta Shmuel quien a su
vez le cuenta que él también está muy triste porque no encuentra a su padre. Al
día siguiente se despedirán pero preparan su último encuentro. Bruno está
deseoso de ayudar al amigo a buscar a su padre y, sobre todo, quiere conocer
cómo se vive en ese “pueblo”. Se encuentran en el sitio acostumbrado. Bruno se
quita su ropa y se pone un pijama a rayas que Shmuel le ha llevado para no llamar
la atención al otro lado. Vestido así y con la cabeza rapada (porque su madre
había descubierto unos días antes que tenía piojos) descubren que son casi
iguales aunque Bruno mucho más gordo. Deja su ropa doblada encima de una piedra
y se arrastra abriendo un hueco por debajo de la alambrada. Ya juntos, van
caminando y Bruno va descubriendo que no le gusta lo que ve. La gente está muy
delgada y con semblante triste, no hay nada bonito y sí muchos soldados que
gritan y empujan a los hombres con pijamas de rayas. Quiere irse a su casa pero
de pronto suena un silbato y unos cuantos soldados congregan a empujones, y en
torno a los dos niños que quedan así ocultados, a muchos hombres con pijamas de
rayas. Les van arrastrando hacia un lugar en el que Bruno ya no siente la
lluvia. Los dos niños están agarrados fuertemente de la mano y ambos se dicen
que el otro es su mejor amigo. De pronto oyen una exclamación de asombro de
todos los que allí estaban, al mismo tiempo que la puerta se cerraba con un
resonante sonido metálico y todo quedaba a oscuras. No se sabrá nada más de
Bruno pese a la exhaustiva búsqueda que de él se hizo. Su madre y su hermana
regresan a Berlín. Su padre se queda allí y al año vuelve al lugar donde habían
encontrado la ropa de su hijo. Ni un solo día ha dejado de pensar en él y en
aquel lugar descubre horrorizado que la base de la alambrada no está sujeta al
suelo y que al levantarla quedaba un hueco suficiente para que un niño pasara
por él.
Hasta
aquí el argumento.
Lo mejor de la novela es el punto de vista. Está narrada desde una tercera persona pero el estilo indirecto libre es de tal profundidad que es como si la contase el propio niño. Así, nos conmueve su ingenuidad a la hora de interpretar todo lo que ocurre a su alrededor, ingenuidad que contagia lo lingüístico (“Auchviz” por Auschwitz o “El Furias” por el Führer). Él, lógicamente, no tiene ninguna referencia histórica y no sabe qué significa la alambrada, los pijamas de rayas, los bloques de viviendas o barracones...No sabe que Pavel, el camarero de su casa, era un gran médico; no sabe qué es eso de ser judío, ni lo que significa ser comandante -su padre-, del ejército del Führer. No entiende todo lo que se organiza en su casa cuando éste viene a cenar con esa señora tan guapa, -Eva Braun-. Tampoco por qué su profesor no le deja leer libros de literatura ni por qué su amigo está tan delgado y tiene tan mal aspecto. Shmuel tiene la misma edad y hace la misma interpretación ingenua porque tampoco tiene ningún referente, sólo sabe que un día tuvo que salir de su casa y convivir malamente con otras diez personas en una habitación, luego vendría el brazalete con la estrella cosida, la deportación, la separación con su padre respecto a su madre y su hermana y, por último, la llegada a este sitio donde pasa hambre, le maltratan y donde desaparece la gente (como ocurrió con su padre). Son dos niños que, como tales, interpretan la realidad a su modo, sin saber muy bien qué está ocurriendo a su alrededor y que, al final, de una manera atroz acabarán siendo víctimas de la barbarie nazi, como tantas otras.
Lo peor de la novela es esa cierta banalización de la gran tragedia a la que Hitler llevó a la humanidad. Todo resulta un poco inverosímil y cuesta creer que lo que ocurre en la novela pudiera haber pasado. Se percibe un cierto oportunismo y la novela resulta efectivamente terrible porque lleva al lector a un grado de angustia espantoso e insoportable, pero quizá no sea necesario llegar a este grado de ficción para crear una trama con más apoyo real. No es necesario imaginar tanto cuando lo que ocurrió y sus consecuencias es bien sabido por todos nosotros.
Por otro lado, tampoco es una novela juvenil que puedan leer los actuales alumnos de enseñanza secundaria. No entenderían nada porque apenas nada saben de lo ocurrido en aquel momento. Sería necesario dotarles de conocimientos y referencias históricas previos a la lectura y ni aún así creo que llegaran a acercarse a lo que de una manera tan aparentemente trivializada se plantea en el libro.
En cualquier caso, merece la pena leerla.
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