miércoles, 28 de diciembre de 2016

BOYNE, John, “El niño con el pijama de rayas”, Salamandra, Barcelona, 2007.


 

   Bruno es un niño de 9 años que vive con sus padres y su hermana, Gretel, en el Berlín del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Allí es feliz en su gran casa; tiene amigos; va al colegio; ve a sus abuelos...Un día descubre con fastidio que en casa se está preparando una mudanza y a los pocos días está viviendo en lo que él llama “Auchviz”. Su nuevo hogar no le gusta nada. Vive en medio del campo, no hay ninguna otra casa alrededor ni niños con los que jugar. Nos va contando su nueva experiencia. Añora Berlín y a sus amigos y no convence a su padre para que su jefe (El Furias) le permita abandonar ese trabajo. Un día descubre que más allá de su jardín hay una gran alambrada, que se extiende a lo largo de kilómetros, detrás de la que hay muchos bloques y gentes que visten todos igual con lo que él llama pijamas de rayas. Cuando pregunta en casa por ellos, no sólo no le responden sino que le prohíben volver a hablar de ello. Poco a poco, va amoldándose a la nueva situación y va sobrellevando las clases de un profesor privado, -Herr Liszt-, que sus padres han contratado para él y su hermana. Nos habla, siempre a través de la 3ª persona de un narrador, de María, la criada; del insoportable teniente Kotler, que va mucho por su casa; del cocinero y camarero Pavel, que un día le curó muy amablemente una herida que se hizo...Desde la ventana observa a los hombres y la vida del otro lado de la alambrada, ve cosas raras que él no entiende pero ya no se atreverá a preguntar. Nos cuenta incluso cómo un día se preparó un gran revuelo en la casa porque el jefe de su padre, El Furias, vino a cenar con una señorita llamada Eva.

   Un día, Bruno se aventura a ir a explorar más allá de los límites del jardín de su casa y, siguiendo la alambrada, verá que al otro lado de ella hay un niño vestido con el mismo pijama de rayas. Hablarán, se presentarán (el otro niño se llama Shmuel y tiene su misma edad) y a partir de este momento, todas las tardes en el mismo sitio y a la misma hora se encontrarán, cada uno a un lado de la alambrada que los separa. Se hacen muy amigos y conversan contándose sus cosas. Por fin Bruno se encuentra feliz y con su nuevo amigo no echa de menos a los que dejó en Berlín. Todo cambia un día en que sus padres deciden que la madre y los dos hijos deben volver a la ciudad, convencidos de que “Auchviz” no es un buen lugar para ellos. Bruno, muy triste, se lo cuenta Shmuel quien a su vez le cuenta que él también está muy triste porque no encuentra a su padre. Al día siguiente se despedirán pero preparan su último encuentro. Bruno está deseoso de ayudar al amigo a buscar a su padre y, sobre todo, quiere conocer cómo se vive en ese “pueblo”. Se encuentran en el sitio acostumbrado. Bruno se quita su ropa y se pone un pijama a rayas que Shmuel le ha llevado para no llamar la atención al otro lado. Vestido así y con la cabeza rapada (porque su madre había descubierto unos días antes que tenía piojos) descubren que son casi iguales aunque Bruno mucho más gordo. Deja su ropa doblada encima de una piedra y se arrastra abriendo un hueco por debajo de la alambrada. Ya juntos, van caminando y Bruno va descubriendo que no le gusta lo que ve. La gente está muy delgada y con semblante triste, no hay nada bonito y sí muchos soldados que gritan y empujan a los hombres con pijamas de rayas. Quiere irse a su casa pero de pronto suena un silbato y unos cuantos soldados congregan a empujones, y en torno a los dos niños que quedan así ocultados, a muchos hombres con pijamas de rayas. Les van arrastrando hacia un lugar en el que Bruno ya no siente la lluvia. Los dos niños están agarrados fuertemente de la mano y ambos se dicen que el otro es su mejor amigo. De pronto oyen una exclamación de asombro de todos los que allí estaban, al mismo tiempo que la puerta se cerraba con un resonante sonido metálico y todo quedaba a oscuras. No se sabrá nada más de Bruno pese a la exhaustiva búsqueda que de él se hizo. Su madre y su hermana regresan a Berlín. Su padre se queda allí y al año vuelve al lugar donde habían encontrado la ropa de su hijo. Ni un solo día ha dejado de pensar en él y en aquel lugar descubre horrorizado que la base de la alambrada no está sujeta al suelo y que al levantarla quedaba un hueco suficiente para que un niño pasara por él.
   Hasta aquí el argumento.
   
   Lo mejor de la novela es el punto de vista. Está narrada desde una tercera persona pero el estilo indirecto libre es de tal profundidad que es como si la contase el propio niño. Así, nos conmueve su ingenuidad a la hora de interpretar todo lo que ocurre a su alrededor, ingenuidad que contagia lo lingüístico (“Auchviz” por Auschwitz o “El Furias” por el Führer). Él, lógicamente, no tiene ninguna referencia histórica y no sabe qué significa la alambrada, los pijamas de rayas, los bloques de viviendas o barracones...No sabe que Pavel, el camarero de su casa, era un gran médico; no sabe qué es eso de ser judío, ni lo que significa ser comandante  -su padre-, del ejército del Führer. No entiende todo lo que se organiza en su casa cuando éste viene a cenar con esa señora tan guapa, -Eva Braun-. Tampoco por qué su profesor no le deja leer libros de literatura ni por qué su amigo está tan delgado y tiene tan mal aspecto. Shmuel tiene la misma edad y hace la misma interpretación ingenua porque tampoco tiene ningún referente, sólo sabe que un día tuvo que salir de su casa y convivir malamente con otras diez personas en una habitación, luego vendría el brazalete con la estrella cosida, la deportación, la separación con su padre respecto a su madre y su hermana y, por último, la llegada a este sitio donde pasa hambre, le maltratan y donde desaparece la gente (como ocurrió con su padre). Son dos niños que, como tales, interpretan la realidad a su modo, sin saber muy bien qué está ocurriendo a su alrededor y que, al final, de una manera atroz acabarán siendo víctimas de la barbarie nazi, como tantas otras.
   
   Lo peor de la novela es esa cierta banalización de la gran tragedia a la que Hitler llevó a la humanidad. Todo resulta un poco inverosímil y cuesta creer que lo que ocurre en la novela pudiera haber pasado. Se percibe un cierto oportunismo y la novela resulta efectivamente terrible porque lleva al lector a un grado de angustia espantoso e insoportable, pero quizá no sea necesario llegar a este grado de ficción para crear una trama con más apoyo real. No es necesario imaginar tanto cuando lo que ocurrió y sus consecuencias es bien sabido por todos nosotros.
  
   Por otro lado, tampoco es una novela juvenil que puedan leer los actuales alumnos de enseñanza secundaria. No entenderían nada porque apenas nada saben de lo ocurrido en aquel momento. Sería necesario dotarles de conocimientos y referencias históricas previos a la lectura y ni aún así creo que llegaran a acercarse a lo que de una manera tan aparentemente trivializada se plantea en el libro.
   
   En cualquier caso, merece la pena leerla.

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