sábado, 31 de diciembre de 2016

GRASS, Günter, "El Tambor de hojalata", Alfaguara, Madrid 1978

   


   Oscar Matzerath, un hombre que a los tres años decidió dejar de crecer, nos cuenta su historia convertido en un enano deforme y jorobado, un ser amoral y cínico que transgrede cualquier tipo de norma. 

   Oscar tiene en la actualidad 28 años; y está ingresado en un hospital psiquiátrico a la espera de una revisión de juicio que le podría absolver y salir a la calle (cosa que como sabremos al final, no le apetece lo más mínimo). Desde su habitación y en los folios que le consigue Bruno, su cuidador, nos cuenta su historia.
   
   El origen familiar por parte de madre (Agnes) se encuentra en Cachubia, región etno-histórica del norte de Polonia, cuya capital es Gdansk, ciudad portuaria muy importante del mar Báltico, en la que transcurre una buena parte de la historia.

   Oscar, nacido en 1925, se niega a crecer desde los tres años (ya antes había escuchado los planes de sus padres para con él: su padre le pondría al frente de su tienda de comestibles y su madre le regalaría un tambor de hojalata) cuando, el día en que los cumplía, se arrojó por un hueco que comunicaba la tienda con la bodega. La razón era darse un buen golpe en la cabeza que justificara en el futuro sus deficiencias físicas y mentales. Ese día él decide dejar de crecer. Tiene, además, una voz vitricida capaz de romper vidrios con su sonido cuando grita, así que a los seis años debe abandonar el colegio y lo ponen bajo la tutela de Gretra Scheffler, amiga de la familia y sin hijos, que actuará como una maestra muy peculiar. Para entonces ya estará en marcha su capacidad de ocultamiento de su crecimiento: “No fue nada fácil aprender a leer haciéndome al propio tiempo el ignorante. Esto había de resultarme más difícil que la simulación, prolongada durante muchos años, de mojar la cama. Pues en este último caso se trataba simplemente de poner cada mañana de manifiesto una deficiencia de la que en el fondo habría podido prescindir. En  cambio hacerme el ignorante, significaba para mí ocultar mis rápidos progresos y sostener una lucha constante con mi incipiente vanidad intelectual. Que los adultos vieran en mí a un niño que mojaba la cama me traía perfectamente sin cuidado, pero tener que pasar un día sí y otro también por bobo era bastante molesto para Oscar y para su maestra.” (p.103), y está continuamente tocando el tambor.

   En 1934, su padre, Matzerath ingresa en el partido nazi. Oscar tiene nueve años y acude todos los domingos a actos de propaganda consiguiendo boicotear alguno de ellos con su tambor: “Por espacio de algún tiempo o, más exactamente, hasta noviembre del treinta y ocho, con ayuda de mi tambor, acurrucado bajo las tribunas y con mayor o menor éxito, disolví manifestaciones, hice atascarse a más de un orador y convertí marchas militares y orfeones en valses y foxtrots” (p.139) y no lo hace precisamente por razones políticas: “Ahora bien, ¿puede deducirse de ello que yo, huésped de un sanatorio, haya sido un luchador de la resistencia?. Por mi parte he de contestar la pregunta negativamente, y he de rogar también a ustedes, que no son huéspedes de sanatorio alguno, que no vean en mí más que a un individuo algo solitario que, por razones personales y evidentemente estéticas, y tomando a pecho las lecciones de su maestro Bebra, rechazaba el color y el corte de los uniformes y el ritmo y el volumen de la música  usual en las tribunas, y que por ello trataba de exteriorizar su protesta sirviéndose  de un simple tambor de juguete. En aquel tiempo era todavía posible establecer contacto, mediante un miserable tambor de hojalata, con la gente que estaba en las tribunas y la que estaba delante de ellas, y he de confesar que, lo mismo que mi canto vitricida a distancia, llevé mi truco escenográfico hasta la perfección. Y no me limité en modo alguno a tocar el tambor contra las manifestaciones pardas. Oscar se coló asimismo bajo las tribunas de los rojos y los negros, de los exploradores y de las camisas verde espinaca de los PX, de los Testigos de Jehová y de la Liga Nacionalista, de los vegetarianos y de los Jóvenes Polacos del Movimiento de la Zona Oriental. Por más que cantaran, soplaran, oraran o predicaran, mi tambor sabía algo mejor” (pp.140-141). En esta época es cuando conoce a Bebra, un liliputiense que trabaja en circos y con el que se reencontrará más tarde. En cuanto a su voz, practica lo que él llama “las tentaciones” ajenas, rompiendo los cristales de los escaparates y facilitando así innumerables robos. Mientras, sigue teniendo la talla de un niño de tres años.

   A los trece años muere su madre, su “pobre mamá”, a la que estaba muy unido y con la que compartía muchos secretos y aparece María en su vida, una jovencita que entra en la casa para cuidar de él y de su padre, Matzerath.

   Con dieciséis años, aunque sigue teniendo la apariencia de tres, tiene sus primeros encuentros erótico-festivos con María, a resultas de los cuales ella queda embarazada (o al menos eso cree él). La descripción de esas escenas son divertidísimas y originales y se desarrollan en torno a unos polvos efervescentes que compraban en sobres (no hay que olvidar que el presente narrativo se sitúa en 1953, cuando Oscar está ingresado en un sanatorio). Casi al mismo tiempo, su presunto padre Matzerzth se acuesta con María y convencido de que el hijo que espera es suyo, se casa con ella. Al final, no queda claro quién es el padre aunque Oscar está convencido de que es él.

   El liliputiense Bebra, al que él llama amigo y mentor, es nombrado por Hitler director del Teatro de Campaña y junto con su compañera Rosvita (Raguna, la “gran sonámbula”) convencen a Oscar, que tiene dieciocho años, para que se vaya en su Campaña de propaganda a recorrer el mundo, sobre todo París. Oscar se despide de los suyos (su hijo tiene ya dos años) y se marcha. Actúa como el tambor vitricida y se dedican a divertir a los soldados haciéndoles olvidar por unos minutos el frente. Mantiene estrecha e íntima relación con Rosvita y absoluta colaboración con las tropas nazis.

   Increíble es el capítulo de los Curtidores. Oscar cuenta cómo se puso al frente de una banda a finales del 44 a cuyos miembros convenció de que era el auténtico sucesor de Jesús y con los que cometió más de una tropelía como ir a una iglesia, serrar la figura del Niño Jesús sentado sobre la Virgen y colocarse él en su lugar, para acompañar con el tambor una misa oficiada por uno de los vándalos, vestido con toda la liturgia católica, con otros dos como monaguillos: “Ya a partir del Introito empecé yo a mover discretamente los palillos sobre la hojalata  (p.421). Cuando llega la policía, Oscar finge que le han obligado así que queda como el niño de tres años que parece. El capítulo es una locura y muestra el grado de patología mental del protagonista. Tenía veinte años.

   Continúa el bombardeo de Danzig. La guerra ha terminado. Los rusos prenden fuego a la ciudad y la ocupan. Entran en la casa de la familia y Oscar tiene escondida en su mano la insignia nazi de su padre y en un momento dado se la pasa a su padre con la aguja abierta. Matzerzth, aterrorizado porque los rusos la descubran, se la mete en la boca y se la traga. Antes de que se hubiera asfixiado muere por los balazos de los rusos. Oscar sabía lo que iba a pasar y no parece que le importe mucho, todo lo contrario, porque dice que mientras esto ocurría él estaba jugando con un piojo (conducta anómala que indica lo mal que está) y, también al mismo tiempo, los rusos están violando repetidas veces a la hermana de María.

   Efectivamente él es el responsable de la muerte de Matzerath, como también lo fue de la de Bronski, y así lo reconoce: “porque ya estaba harto de tener que cargar toda mi vida con un padre”. “Y tampoco era cierto que el imperdible de la insignia del Partido estuviera ya abierto cuando yo agarré el bombón del piso de cemento. No, el que lo abrió fui yo, mientras lo tenía escondido en la mano. Y le di a Matzerath el bombón pegajoso, punzante y atracante,  para que le hallaran la insignia a él , para que él se pusiera el Partido sobre la lengua y se asfixiara con él..."(p.448). En el entierro de Matzerath echa al hoyo el tambor y en ese momento empieza a crecer (sabremos que creció hasta un metro veintiún cms). Dice que hasta los veintiún años midió noventa y cuatro cms. Y cuenta también que a resultas de una pedrada de su hijo Kurt, cayó él también en el hoyo.

   Aún en el sanatorio parece que Oscar sigue creciendo (presente narrativo) y por ello tiene inflamadas las rodillas y las manos, así que en un momento dado pide Bruno, su cuidador, que siga escribiendo por él. Es Bruno quien nos dice que Oscar salió de Danzig, ahora Gdansk, el 12 de junio del 45. Le acompañaba la viuda María Matzerath y su presunto hijo Kurt Matzerath y en ese viaje que duró una semana, Oscar le asegura que creció diez cms así como que también le creció una joroba desplazada ligeramente a la izquierda. En ese viaje los dolores, las convulsiones y la fiebre hicieron que le ingresaran en el hospital municipal de Düsseldorf desde agosto del 45 hasta mayo del 46. A petición de Oscar, Bruno le describe: “Mi paciente mide un metro y veintiún centímetros. Lleva su cabeza, excesivamente gruesa aun para personas de talla normal, entre sus hombros sobre un cuello francamente raquítico. El tórax y la espalda, que hay que designar como joroba, sobresalen. Tiene unos ojos azules brillantes, inteligentes y móviles que a veces se le dilatan con entusiasmo. Su pelo castaño oscuro, ligeramente ondulado, es espeso. Le agrada mostrar sus brazos, robustos en relación con el resto del cuerpo, y las que él mismo llama sus bellas manos. En particular cuando toca el tambor, –lo que la dirección del establecimiento le permite de tres a cuatro horas diarias-, sus dedos dan la impresión de ser independientes y de pertenecer a otro cuerpo. El señor Matzerath se ha enriquecido mucho con discos y sigue ganando dinero todavía con ellos. Los días de vivita vienen a verlo personas interesantes. Aun antes de que se instruyera su proceso y antes de que lo internaran con nosotros conocía yo ya su nombre porque el señor Oscar Matzerath es un artista prominente. Yo personalmente creo en su inocencia y no estoy por consiguiente seguro de si se quedará con nosotros o si lo dejaran salir algún día, de modo que pueda volver a actuar con éxito como antes. Ahora voy a medirlo, aunque ya lo hice hace dos días...”(p.474). Ahora mide 1,23 cms.

   Sigue contándonos. En 1947 se pone a trabajar como ayudante de Korneff, que se dedica a hacer lápidas de cementerio. Oscar se compra ropa y con su joroba y su cinismo se va a bailar todos los fines de semana, llegando a una cierta intimidad con algunas mujeres. Sigue mezclando la realidad con la fantasía como ocurre un día en un cementerio ante la exhumación del cadáver de una mujer que le da pie a todo un ejercicio onírico sobre su persona y la del personaje Yorick de Hamlet. Pide a María que se case con él pero ella le rechaza y afirma convertirse en “Hamlet, un loco”, añadiendo que hubiera sido ”un hombre de negocios, un buen burgués y un esposo”. Abandona al marmolista y decide consagrarse al arte. Pasa los días en la calle y acepta una propuesta como modelo en la escuela de Bellas Artes. Allí, cuenta lo que el profesor Kuchen dirá de él: “...sostenía que yo, Oscar, expresaba la figura destrozada del hombre en forma acusadora, provocadora, intemporal y expresiva, con todo, de la locura de nuestro siglo, fulminando finalmente por encima de los caballetes:-¡No lo dibujéis, ese engendro: sacrificadlo, crucificadlo, clavadlo con carboncillo en la pared!” (p.513).

   El capítulo de “el bodegón de las Cebollas” es ejemplo perfecto, -uno de tantos, por otro lado-, del tono delirante y surrealista de lo que cuenta Oscar. Es un local de moda en la ciudad de Düsseldorf donde no se come ni se bebe, en el que su dueño pone a sus clientes, sentados en cajas, una tabla de madera con un cuchillo y una cebolla para que la piquen y así poder llorar, porque: “algún día se designará a nuestro siglo como el siglo sin lágrimas, pese a todos sus sufrimientos, y por ello también precisamente, por razón de esta falta de lágrimas, la gente que disponía de los medios para ello iba al Bodegón de las Cebollas y se hacía servir por el dueño una tablita de picar y un cuchillo de cocina por ochenta pfennigs y, por doce marcos, una vulgar cebolla de cocina, de jardín o de campo, y la iban cortando en trocitos cada vez más pequeños, hasta que el jugo lo lograba. ¿Qué lograba? Lograba lo que el mundo y el dolor de este mundo no lograban producir, a saber: la lágrima esférica y humana. Aquí sí se lloraba. Aquí, por fin, volvíase a llorar. Se lloraba discretamente, o sin reserva, abiertamente. Aquí corrían las lágrimas y lo lavaban todo” (p.584). Oscar cuenta que, además, en medio de los llantos comenzaban a producirse conductas claramente promiscuas y, para calmarlas, contrataban a Oscar y a sus amigos, Klepp y Scholle, que, tocando instrumentos musicales, conseguían calmarles. Por ejemplo, allí va la señorita Pioch, cuya historia amorosa con el señor Vollmer obliga a éste a curarle una uña del pie que previamente le ha roto, de forma que no hay amor si no hay uña del pie de ella que curar. O la pareja formada por un joven imberbe y una joven a la que le sale mucha barba…En fin, es un capítulo alucinante que sigue en manos de Oscar desde la cama del hospital.

   Efectivamente, Oscar se ha convertido en un personaje famoso que da conciertos por toda Europa con su tambor, consiguiendo en ellos que el público se le entregue y haga lo que él quiera que hagan, como volver a su niñez.

   El final es, como todo el libro, delirante y difícil de explicar por su carácter casi surrealista. Encuentran un dedo y la policía descubre que es de la señorita Dorotea, de la que Oscar está enamorado aunque ni siquiera la conoce. Esta es la razón de por qué está en un hospital psiquiátrico, ha sido condenado como culpable, pero el día que cumple 30 años le comunican la revisión del proceso, porque han aparecido nuevas pruebas, y su más que segura absolución. Así, saldrá del sanatorio, cosa que a él le aterra.

   Hay crítica, sarcasmo, acidez, irreverencia...en todo el libro y respecto a casi todo, por ejemplo en el capítulo dedicado al catolicismo, a la iglesia y a Jesucristo, que se niega a tocar el tambor que Oscar le ha colgado con los dos palillos: “Mientras mamá me sacaba de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, yo iba contando con los dedos: hoy lunes, mañana martes, miércoles, Jueves Santo, y Viernes Santo, acabad con él, que ni siquiera sabe tocar el tambor, que no me concede romper los vidrios, que se me parece y sin embargo es falso, que bajará a la tumba, en tanto que yo puedo seguir tocando y tocando mi tambor, pero sin que vuelva jamás  a ocurrírseme desear un milagro” (p.163).


   Igualmente, hay mofa de la guerra en muchas ocasiones como cuando es capaz de arruinar con su tambor uno de los actos propagandísticos del nazismo en los que intervenía su padre; o cuando los alemanes asaltan el Correo polaco y su tío y “presunto padre”, Jan Bronski, saca las cartas y junto con Oscar y el conserje, -que está mortalmente herido-, se ponen a jugar al skat en medio del fuego del combate. La partida de cartas se cuenta con todo lujo de detalles (pp264-270) y poco después  es fusilado con otros treinta polacos del Correo.

   En esa línea hay una intensa carga de humor, unas veces sutil e inteligente, otras declaradamente hilarante y divertido, como cuando cuenta el origen y tipo de sus primeros escarceos erótico-festivos con María a base de la ingestión de polvos efervescentes comprados en bolsitas o todo el episodio de “el bodegón de las cebollas”
                  
   Interesante la recreación de la figura de D. Quijote en el personaje del caballero Pan Kiehot, en la toma de Polonia en 1939: “Los ulanos sienten de nuevo el escozor y operan una conversión con sus caballos allí por los almiares –lo que también proporciona materia para un cuadro-, y se reagrupan detrás de uno que en España se llama D. Quijote, pero aquí tiene por nombre Pan Kiehot: un polaco de pura cepa de noble y triste figura, que ha enseñado a todos sus ulanos a besar la mano a la jineta, de modo que siempre están listos para besársela devotamente a la muerte, -como si esta fuera una dama- (...) Pero ese caballero extravagante hasta la muerte, medio polaco y medio español- el arrojado Pan Kiehot, más que arrojado, ¡ay!- baja su lanza adornada con la banderola e invita, blanquirrojo, al besamanos, porque el incendio prende el ocaso, y las cigüeñas castañetean blanquirrojas en los tejados, y las cerezas escupen sus huesos;; y grita a la caballería: -Bravos polacos a caballo, esos que veis allí no son tanques de acero, sino sólo molinos o borregos: os invito al basamanos! (p.279).
                  
   El Punto de vista o perspectiva narrativa es la del protagonista pero con un planteamiento original que consiste en que continuamente se desdobla del narrador como si fueran dos narradores distintos, pese a que sabemos que son uno solo: “En Brösen compró María una libra de cerezas, ME cogió de la mano –sabía que OSCAR sólo a ella se lo permitía- y NOS condujo a través del bosquecillo de abetos al establecimiento”. (p.297).Esto es así a lo largo de toda la novela con la excepción de un momento en que la narración pasa a ser desarrollada por un tercero: su cuidador Bruno, que incluso se interroga sobre su trabajo. En cuanto al tratamiento del tiempo, la narración es más o menos lineal teniendo en cuenta que desde el presente se hace un gran flashback que comienza en los orígenes de su familia y continúa ordenadamente hasta el final (de hecho no sabremos muchas cosas hasta ese final) aunque se va alternando con ese presente. En cualquier caso, la voz narrativa es muy original porque no sólo se mezclan distintas voces  sino porque aparecen: delirio, lucidez, fantasía, elementos oníricos...sobre un pasado inmediato dominado por la barbarie y el resultado es un realismo mucho más eficaz que el tradicional. Por todos esos elementos podríamos hablar de una influencia importante del realismo mágico hispanoamericano. Igualmente, no olvidemos la capacidad de raciocinio de Oscar ya desde el vientre de su madre.

   El desvarío y la locura son constantes en esa narración desde el psiquiátrico, momentos de locura cuando se convierte en el sucesor de Jesucristo o de extrema lucidez como la ejecución de su padre, Jan, a manos de los nazis.

   Gran metáfora del poder del arte y de la literatura. Él es consciente de que con su tambor y su voz puede contra la guerra (cuando paraliza un mitin nazi) o aplaca odios (ante los soldados) o cuando con su voz puede romper cualquier cristal (¿alusión a la “noche de los cristales rotos”, que marco el comienzo de la pesadilla nazi?).

   En la voluntad de no crecer por parte de Oscar hay un rechazo hacia todo lo social y familiar. Quiere permanecer al margen de todo, escuchar, presenciar todo y ser ignorado por todos.
                  
   El personaje resulta repulsivo, casi demoníaco. Es monstruoso, tarado, cruel (no olvidemos que es responsable de la muerte de sus dos padres), amoral, cínico, miserable, está loco pero es muy lúcido, es un tanto rijoso...La verdad es que da un poco de miedo y supongo que es el perfecto reflejo de la sociedad alemana de posguerra. De ahí la inmensa crítica por parte del autor.

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